Federico Vite
Octubre 16, 2018
Justamente porque hay muchos reseñistas que alaban a los autores sin leer los libros y encumbran los libros si y solo si se llevan con los autores, me parece prudente hablar de un gran cuentista muerto: Ricardo Piglia.
Así que 39 años después de haber publicado La invasión, Piglia revisó a conciencia los 10 textos que integran este libro y volvió a publicarlo en 2006 en la editorial española Anagrama. A esta reedición, el autor agregó cinco piezas, pero decidió abrir y cerrar el volumen con dos cuentos inéditos El joyero y Un pez en el hielo. Se trata de textos estupendos, de gran manufactura que, nunca está de sobra decirlo, poseen un gran conocimiento del oficio literario y contagian la pasión por este.
Dice Piglia, en el prólogo, que 40 años es un buen plazo para saber si un libro resiste el paso del tiempo. No necesariamente este es el caso, agrega a propósito de La invasión, ni tampoco la supervivencia es una virtud en sí misma (muchos libros pésimos han sobrevivido y los libros excelentes han sido negados). “No me parece que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés). A la larga pensamos que escribimos distinto y siempre escribimos del mismo modo, con los mismos errores y los mismos –escasos y siempre opresivos– aciertos”, refiere y alecciona a quienes creen que lo ya escrito y publicado está terminado. “He releído y revisado varias veces los diez cuentos de la edición original y he realizado varias modificaciones y algunos ajustes. El único relato que reescribí por completo fue Tarde amor. No me convencía la primera versión y poco tiempo después de publicar el libro volví a escribirlo manteniendo la situación inicial”, confiesa.
Desgraciadamente, la edición original es inconseguible, así que nos atenemos a lo dicho por Piglia. Él considera a Las actas del juicio como la mejor propuesta narrativa de La invasión (volumen que originalmente incluía solo 10 textos con los que obtuvo el premio Casa de las Américas en 1967). Se trata de un cuento histórico en el que narra una conjetura sobre las razones del asesinato del general Urquiza, quien lideró una Confederación de provincias (que los porteños llamaban despectivamente los 13 ranchos).
En la edición de Anagrama, Las actas del juicio es un enano al lado de El joyero y Un pez en el hielo, textos escritos en 1969 y en 1970 respectivamente. Aparte de estos cuentos canónicos en la obra del argentino, este volumen corregido y aumentado incluye Desagravio (1963), En noviembre (1965) y El pianista (1968), previamente publicados en revistas argentinas. En suma, este libro de 15 cuentos es el producto de un autor maduro, al que se le concede siempre la lectura. Además, Piglia nos revela el anhelo de todo autor maduro: “Reescribir viejas historias tratando de que sigan iguales a lo que fueron es una benévola utopía literaria”.
El texto de apertura de La invasión, corregida y aumentada, nos habla de El Chino, un joyero que aprendió su oficio en prisión, quien decide raptar a su hija, cuya custodia fue otorgada a su ex esposa. Asistimos a un texto hermoso por su endeble esperanza, por la frágil e inusitada empresa paterna.
El libro cierra con una obra maestra: Un pez en el hielo. En este cuerpo textual, nunca mejor definido, conocemos a Renzi, quien intenta comprender los motivos que propiciaron el suicidio de un escritor italiano irrepetible. Así que Renzi entra al hotel donde Cesare Pavese se quitó la vida. El escenario y las circunstancias del suicidio, eso busca el protagonista de la historia. Nos habla de un autor apasionante, de los escenarios italianos en los que creció y del cuarto de hotel donde murió: “Pensaba en el suicidio de Pavese como en un crimen que era preciso descifrar”. Dice Renzi y agrega las frases de la última carta de Cesare, escrita a su hermana: Me he acomodado en un hotel que me cuesta muy poco y duermo perfectamente. Las camisas y los trajes me los limpian en el hotel. No es necesario que regreses el lunes 21. Yo estoy bien, como un pez en el hielo. Dentro del sobre, aparte de la misiva, puso 5 mil liras.
Renzi concluye: “Pavese pasó una semana antes de matarse. Se suicidó el sábado 26 de agosto. Solo en la ciudad vacía […] Vivió ocho días más, aunque para sí mismo ya era un muerto. El condenado. El muerto vivo”. Aparte de entablar un diálogo emocional con las pulsiones amorosas de un suicida, Piglia de verdad logra meter al lector a la zona dorada de la literatura. Sin más por el momento, recomiendo este libro. Que tengan, de todo corazón, un pacífico martes.