EL-SUR

Lunes 11 de Diciembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

El operador político

Arturo Martínez Núñez

Septiembre 02, 2005

Cuando se transita a la democracia tras un régimen autoritario añejo, es necesario que los actores políticos adopten nuevas prácticas y abandonen poco a poco los viejos usos y costumbres.

Con la venida de un gobierno democrático, suelen surgir las voces que claman por el retorno del pasado en cuanto surge algún problema. Los nostálgicos del autoritarismo parecen no haberse enterado de que lo que cambió no fueron las fichas del tablero, sino el tablero mismo y las propias reglas del juego. No podemos enfrentar los problemas del futuro con las herramientas del pasado.

En este contexto, existen una serie de definiciones políticas que merecen ser reinventadas y redefinidas.

El operador político. En los caminos del sur, la figura del operador político nos remite a la figura de algún colaborador del gobernador en turno, que surca las comunidades y “desactiva” los problemas, armado con alguna de las armas del autoritarismo paternalista: el palo y la zanahoria. El operador amenazaba y ejecutaba, pero también compraba conciencias, corrompía liderazgos y repartía limosnas salidas del erario público. Si algún conflicto hacía brincar las alertas de palacio, el operador, armado de su maletín atiborrado de billetes, se apersonaba en el lugar de los hechos y untaba los bolsillos de los líderes corruptos.

El operador también acompañaba al gobernante y a la indicación de su alteza, repartía 500 pesos acá, 2 mil allá, 5 mil acullá. Por eso los actos a los que acudía el gobernador, se convertían en sucursales itinerantes del circo del corporativismo. Hasta ahí a donde llegaba el gobernador, se acercaban los necesitados, esperanzados en que el maharajá volteara a verlos y les entregara algún “apoyo” para este o aquel problema. Bajo la premisa de que “santo que no hace milagros, no es adorado”, los gobernantes y sus “operadores” hacían del presupuesto público, botín discrecional, hostia de la misa corporativista.

Por eso cuando algunos piden el regreso de experimentados operadores políticos, en realidad están clamando por el retorno del maletín. Así como don Benito Juárez cargaba la República en una carroza, el clientelismo cargaba en un maletín, los billetes del silencio y de la complacencia.

El tiempo de los operadores políticos que repartían como suyo el dinero de todos ha terminado. Hoy se necesitan operadores distintos que convenzan, debatan y discutan pero con las armas de la ley y de la política. Las discusiones tienen que ser abiertas y de igual a igual. Los servidores públicos tienen que comprender que son empleados de la gente y que a ella y sólo a ella se deben.

Los problemas tienen que ser resueltos y las inquietudes y solicitudes de la gente, tienen que ser procesadas y contestadas con celeridad y honestidad. Muchas veces, habrá que decir que no se puede hacer determinado trámite u obra. Pero es mejor un no a tiempo que un sí para quedar bien con el respetable.

El nuevo operador político escucha, debate e intenta convencer. El nuevo operador político, habla siempre con la verdad y nunca busca atajos en la solución real de un problema. El nuevo operador político, no intenta que sus interlocutores se conviertan para su causa. El nuevo operador político, le entrega a su superior soluciones y no un cúmulo de nuevos problemas. El nuevo operador político sabe que en una partida de ajedrez no se puede ahorcar la mula del seis. Hoy los maletines únicamente deben de transportar los instrumentos más modernos para hacer política, a saber, papel y lápiz para tomar nota, pensar las soluciones e imaginar situaciones.

El escenario está en proceso de transformación. Es necesario que también los actores comprendan la nueva situación. Así como los operadores del gobierno tienen que transformarse, los demandantes tienen que comprender que la vía del chantaje y la presión violenta no tienen cabida en un régimen democrático. No al albazo ni al bloqueo. No a la negociación en lo oscurito ni a la toma violenta de oficinas y vía pública. No a la sordera gubernamental, ni a la verborrea de oponerse a todo lo que huela a “liberalismo”. No a los gobernantes encerrados en palacio y no a aquellos que gritan e insultan, amparados en el anonimato de las multitudes.

Necesitamos transparencia en el gobierno y transparencia por parte de aquellos que dicen defender a los más desprotegidos. Ni política de barandilla, ni machete amenazante. Para transformar Guerrero necesitamos transformarnos todos.

 

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