EL-SUR

Lunes 06 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

El otro golpe: el silencio

EDITORIAL

Octubre 26, 2023

El golpe del huracán Otis deja una marca estremecedora en la historia de Acapulco, de la Costa Grande y de Guerrero. Un día después del impacto principal es imposible precisar el tamaño de la tragedia, su costo humano y material, sus efectos de largo plazo y la vía y los fondos que se requieren para, al menos, restablecer las condiciones elementales de vida y de trabajo en la zona damnificada.
Llevará tiempo responder a tantas preguntas y resolver el cúmulo de necesidades, pero ya es posible concluir que no ha habido un desastre natural parecido, en una región que recibe el castigo crónico de sismos, inundaciones, tormentas y huracanes.
En un caso como este lo que importa de inmediato es encarar los daños de la primera hora, el más grave de los cuales es la incomunicación. En una emergencia el impulso inicial de la gente es confirmar la situación de sus cercanos, la familia, los amigos, los compañeros de trabajo. Este derecho elemental de las personas quedó pulverizado al paso de Otis, por los daños a la infraestructura eléctrica y de telecomunicaciones.
Esa gravísima consecuencia se conocía desde las primeras horas del miércoles, cuando el puerto quedó sumido en la oscuridad y después en el silencio. Pero la incomunicación persistía ya bien entrada la noche de ayer, 24 horas después. Decenas de miles de personas seguían, de esa forma, sin poder confirmar a sus familiares o compañeros de labores que estaban vivos y a salvo y ofrecer un primer parte de su entorno. El macizo urbano de Acapulco, su zona rural y el resto de los municipios afectados, soportaron, así, el golpe adicional del desconocimiento, de la incomunicación y de la angustia consecuente.
Es entendible que los proveedores de servicios no pudieran reparar el daño de inmediato. Pero los recursos de las fuerzas armadas y el espectro satelital bien pudieron emplearse para prestar algún alivio a ese silencio, con el apoyo de los medios públicos a cargo del gobierno federal.
Los escasos informes oficiales aparecieron tarde, a cuentagotas, dispersos. El propio presidente de la República protagonizó un involuntario símbolo de la confusión, al quedar varado, camino a Acapulco, junto a cuatro secretarios de Estado, nada menos que los más comprometidos en la solución de la crisis. ¿Nadie pudo avisarle a tiempo de los daños en la carretera? ¿Era indispensable su viaje terrestre, accidentado, que horas después terminó en un camión de redilas?
El balance negativo del primer día, en el terreno de la comunicación, pudiera tener remedio si se ubica el caso en su justa jerarquía, como un asunto estratégico. Aunque aún hay tiempo para reaccionar no sabemos de qué tamaño será el costo político que las autoridades pagarán por esta ineficacia.
Adicionalmente hay que esperar explicaciones muy puntuales y precisas de por qué no se supo con mayor antelación de la magnitud del fenónemo.
Los guerrerenses estábamos informados de que se acercaba una tormenta tropical que después se convirtió en huracán categoría 1. Y en unas horas, el mismo martes trágico, las autoridades correspondientes informaron que Otis alcanzaría la categoría 5 y que impactaría entre las 4 y las 5 de la mañana, cuando lo hizo mucho antes, minutos después de las 12 de la noche.
El caso es que los acapulqueños, los miles de turistas y habitantes de municipios vecinos no fueron alertados con el tiempo suficiente para prepararse cuando se supone que ya existe la tecnología que permite predecir con un alto grado de certidumbre la evolución de los huracanes.
Ya que conozcamos más de cómo están realmente Acapulco y todos los pueblos afectados sabremos el tamaño del sentimiento de la población ante la incomunicación tan prologada a que fue sometida, y ante la falta de alertamiento temprano sobre la magnitud del fenómeno y sus eventuales y dañinas consecuencias.