EL-SUR

Viernes 13 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Padre Miguel

Marcial Rodríguez Saldaña

Diciembre 03, 2021

Las cuerdas de los violines y de los violoncelos sonaban en su máxima intensidad, las diestras manos de los músicos del cuarteto de cuerdas de la extraordinaria Orquesta Filarmónica de Acapulco –que en realidad es de Guerrero– ejecutaban melodías clásicas como el Ave María de Schuber y de Johan Sebastian Bach, Va pensiero, O sole mio, La donna e mobile, Santa Lucía, Ojos españoles, El pescador y muchas más que durante su vida cantó y disfrutó el padre Miguel González Saldaña, quien en realidad se llamaba Luis, pero por las tradiciones del Derecho Canónico, al ordenarse sacerdote se tuvo que poner el nombre de Miguel, para su membresía religiosa.
Era el ceremonial de la velación del cuerpo del Padre Miguel, quien estaba ahí acompañado de sus amistades, de sus discípulos, a quienes enseñó durante toda su vida.
Vio la luz del mundo en Tamazunchale –municipio del estado de San Luis Potosí, enclavado en la región de la Huasteca de esa entidad. Ahí realizó sus estudios de primaria y secundaria. Por un accidente de la vida le nació el espíritu del servicio religioso; de ahí fue seminarista y posteriormente estudió en Milán, Italia, en donde se ordenó como sacerdote. Llegó a Acapulco muy joven, como parte de un grupo de sacerdotes de la Congregación de los Pasionistas –fundada el 22 de noviembre de 1720 por San Pablo de la Cruz y el venerable Juan Bautista de San Miguel. Se instalaron en la recién creada colonia Jardín en sus tres secciones –Mangos, Palmas y Azteca. El padre Miguel se hizo cargo de la parroquia de Fátima ubicada en la sección Mangos. Desde ahí comenzó a predicar el evangelio social. Organizaba jornadas religioso-sociales con jóvenes, en donde se exponían temas religiosos muy vinculados a la pobreza y lucha social, entre ellos la liberación de su pueblo que hizo Moisés de los egipcios. Se transmitían películas y documentales sobre la marginación, se entonaban canciones como Casas de cartón después de haber visto imágenes de residencias muy lujosas y al lado las casas de la gente pobre.
Ahí escuché por primera vez:
Que triste se oye la lluvia, en las casas de cartón,
que triste vive mi gente, en las casas de cartón;
Viene bajando el obrero, casi arrastrando sus pasos por el peso del sufrir,
Mira que mucho sufrir, mira que pesa el sufrir…
Niños color de mi tierra, con sus mismas cicatrices, millonarios de lombrices,
Y por eso que triste viven los niños, en las casas de cartón.¨
En las jornadas con jóvenes había sus descansos que se aprovechaban para bailar y cantar. Luego se continuaban con las exposiciones sobre temas bíblicos con una visión social. Ahí se enseñaba cantando:
No, no, no basta rezar, hacen falta muchas cosas para conseguir la paz …
Cuando el pueblo se levante y que todo haga cambiar, Ustedes dirán conmigo, no bastaba con rezar…
En el mundo no habrá paz mientras haya explotación del hombre por el hombre y exista desigualdad…
Nada se puede lograr si no hay revolución, reza el rico, reza el amo y te maltratan al peón.
El padre Miguel, había formado un grupo de amistades que le apoyaban en sus proyectos, entre ellos estaban Julita Narváez, Pepe Soto, el Sr. Sánchez, Carlos López, Trini, Cristi, doña Davi, doña Carmelita, Norberto Marquina y muchos más.
El resultado de cada evento de jornadas, era la formación de grupos de jóvenes apoyados por los adultos para ir a trabajar los fines de semana a comunidades campesinas, a enseñar a leer y escribir, a tocar guitarra, nutrición, a formar cajas de ahorro. Luego había reuniones nacionales de jornadas, en donde se intercambiaban experiencias de cada entidad, pero lo más importante es que íbamos a trabajar en las comunidades más pobres, en Hidalgo, en la sierra norte de Veracruz, a quedarnos a vivir ahí con los campesinos varias semanas, a enseñarles a leer y a escribir.
Mas tarde a realizar trabajo comunitario, una semana en Cuajinicuilapa, otra en Petatlán, y así el Padre Miguel iba de un lado a otro.
Después de vivir en Italia, en donde le surgió el gusto por la música clásica que siempre cultivó, tuvo sus estancias para estudiar en la Universidad Louvain en Bélgica, en donde asimiló con mayor dedicación la cultura Europea-Occidental y también en Colombia en donde se concentró en la cultura latinoamericana.
El Padre Miguel fue un hombre muy culto, aprendió latín, griego, francés italiano. Era un apasionado de la filosofía y cultura griega, de su historia, de su arquitectura –admiraba al gran Fidias el responsable de la construcción del Partenón–, de su escultura, de sus novelistas clásicos como Hesiodo y Homero; de sus filósofos como Tales de Mileto, Socrátes, Platón y Aristóteles; de sus escritores de tragedias como Esquilo, Sófocles y Eurípides; de sus oradores como Demóstenes; de sus estadistas como Solón, Clístenes y Pericles, el gran impulsor de la democracia y del florecimiento del arte y la filosofía.
Pero también admiraba la cultura de los pueblos originarios de América, de los olmecas, toltecas, mayas, teotihuacanos, otomíes, purépechas, mexicas y todos los demás. Por ello, promovía el conocimiento y preservación de la lengua Nahuatl y demás lenguas aborígenes. Pasaba mucho tiempo con los indígenas, a quienes les enseñaba a sembrar y a pescar.
El Padre Miguel fue un gran impulsor de la música. Cada vez que visitaba alguna ciudad, lo primero que hacía era ir a las tiendas de música para comprar libros e instrumentos musicales, muchas veces en Paracho para comprar guitarras o en Morelia. Formó por doquier estudiantinas, coros, una pequeña orquesta, el estudio del solfeo: impulsó tocar guitarra, piano, violín, violoncelo, bajo, mandolina y todos los instrumentos de una orquesta. El mismo cantaba melodías clásicas para animar a los estudiantes. Gracias a ese trabajo que realizó durante décadas, logró formar muchas generaciones de músicos, que a su vez han enseñado y siguen enseñando música a miles de niños, adolescentes y jóvenes.
Fue un gran promotor de la comida vegetariana, pues frecuentemente hacía reuniones para que se expusieran esos platillos deliciosos y saludables.
Fue un extraordinario impulsor de la producción en el campo, se dedicó muchos años de su vida –particularmente los últimos– a recolectar, distribuir y sembrar plantas frutales y maderables. Le gustaba buscar plantas que no existían en Guerrero, diversificar la siembra y cultivo de la mayor variedad de la flora y el cultivo de peces. Y así recorrió –muchas veces a pie, otras en burro– durante varias décadas las regiones más remotas de Guerrero. En realidad lo que quería es que la gente tuviese que comer.
El Padre Miguel deja un gran legado humanista, que seguramente muchos de sus discípulos habrán de continuar, porque todavía hay muchas casas de cartón en el mundo, todavía no es suficiente sólo rezar ante la pobreza y explotación.
Las luces de las velas centellaban, las cuerdas de los violines y de los violoncelos continuaban sonando en perfecta armonía en su máxima plenitud, hacían vibrar el alma y los corazones de quienes acompañaban esa noche del 26 de noviembre del 2021, al Padre Miguel, para decirle: no es más que un hasta luego, no es mas que un breve adiós, a quien fue siempre un siervo de los pobres.

PD. Muchas gracias al arzobispo de Acapulco, monseñor Leopoldo González González y al padre Emmanuel por sus homilías al Padre Miguel, al maestro Eduardo Álvarez Ortega, director de la Orquesta Filarmónica de Acapulco, por su acompañamiento y a su cuarteto de cuerdas por sus bellas interpretaciones musicales. Las cenizas del Padre Miguel reposan para siempre en una cripta de la nueva catedral de Acapulco.

marcialrodriguezsaldana.mx