EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El papel impreso

Florencio Salazar

Diciembre 17, 2019

El diario español El País, edición América, a partir de enero próximo dejará de publicarse en papel y sólo se difundirá en formato digital. Me encuentro entre los lectores que lamentan esta decisión, aunque comprendo que los costos de los materiales y la baja en ingresos por publicidad obligan a tales medidas.
Posiblemente pase inadvertido, pero hace unos años se rediseñó El Universal y se angostó el formato al disminuir unos cuantos centímetros. Un conocedor del tema me dijo que esa tirita menos de papel significaba al mes ahorro de varios millones de pesos. Después lo hicieron Reforma y otros diarios.
Existe la apuesta sobre la prevalencia de los diarios y libros impresos. La revolución tecnológica orienta todas nuestras actividades hacia lo digital: facturas electrónicas, transacciones bancarias, compras en línea y se advierte la eliminación del papel moneda. La desaparición del papel será lenta pero me temo inexorable. Las nuevas generaciones son adictas al ciberespacio. Las tabletas cada día mejoran sus aplicaciones, pues se puede subrayar y fragmentar textos, anotar al margen, incrementar el tamaño de la letra y, además, su portabilidad –no más grueso que una revista– puede contener una biblioteca.
Los libros, como los conocemos ahora, tendrán como destino clubes de lectores de élite. Bien cuidadas ediciones, de autores consagrados, habrán de presentarse como obras preciadas. Conservar libros selectos asegurará una significativa inversión. Las polvosas librerías de viejo serán auténticos museos que subastarán libros como arte en Christie’s y Sotheby’s. Los libros que hagan pensar estarán lejos de las clases populares.
El futuro es un puente imaginario, el futuro no existe. Lo único verdadero es el presente efímero y el perpetuo pasado. Los únicos recursos que tenemos para asirnos a nuestro tiempo son la racionalidad y la memoria. La racionalidad permite comprender la parte sustantiva de la experiencia de cada uno; la memoria, la totalidad de nuestra existencia.
Los libros tienen mucho que ver con esto. En ellos está la equivalencia a los jeroglíficos y a las pinturas rupestres, que podrán trasladarse a las pantallas de los móviles, incluso con una resolución tridimensional, pero carecerán de la impresión que causa lo impreso en papel. La lectura actual sorprende por la calidad del pliego; color, espesor y la tersura de estos mundos de letras. La encuadernación es otro arte: portadas, pastas, lomos, guardas, separadores de seda… Nada de esto podrá apreciarse en los textos electrónicos.
No hago drama. Los lectores se acomodarán a los nuevos recursos de la tecnología de la información. Pero los asiduos lectores serán sobre todo académicos. Por el uso de la información digital, el conocimiento será fragmentado de acuerdo con las necesidades del momento; será –empieza a ser– como los menús, una combinación de partes, hoy chuleta, mañana muslo de pollo o chamorro. No habrá necesidad de conocer al animal completo, pues será suficiente la porción deseada.
La técnica será la que impere. Es claro que la técnica es el poderoso instrumento transformador de la realidad, siempre y cuando esté acompañada de las humanidades. Porque la técnica ausente de espíritu condujo al Holocausto. Supongo la decadencia de la sociedad sin tinta al restar capacidades al ser humano para interrogarse así mismo, narrar su historia y soñar el mundo que quiere vivir.
George Orwell, en el muy citado y poco leído libro 1984, relata al Estado totalitario, al controlador de todo y en el cual no hay espacio para el amor y ni siquiera para la procreación, porque los seres humanos son hijos de la probeta. El Big brother se encarga de cuidar a todos, observándolos permanentemente, vigilando que las personas hagan su trabajo en forma puntual y rigurosa. A ese mundo de horror nos ha acercado el S-11. La destrucción de las Torres Gemelas en Estados Unidos ha creado las cámaras de seguridad, el registro de datos personales, las plataformas alimentadas satelitalmente para ubicar, en tiempo real, lugares y movimientos; rechaza la migración y tiene pavor por el terrorismo. Para no ser pesimistas, pensemos que la robótica y la inteligencia artificial no acabarán con la iniciativa personal, la capacidad creativa y la educación sentimental. Al contrario, ayudarán a alcanzar los vellocinos de oro.
Pero hay que estar alertas como faro en la tempestad. Hoy sabemos que la empresa informática Cambridge Analytica en sociedad –o deberíamos decir, complicidad– con FaceBook identifica las preferencias de cada uno de los usuarios a los que surte de la información adecuada a sus perfiles, manipulando su comportamiento. A través de algoritmos provocó el rechazo a Hillary Clinton, favoreciendo el triunfo de Donald Trump. Como diría Monsivais, para documentar nuestro optimismo, es muy recomendable ver en Netflix Nada es privado. Y nada es privado porque todo va a la nube; cualquiera, con un mínimo de tecnología, puede escuchar conversaciones telefónicas, hakear un portátil o todo un sistema (recordar Pemex); incluso, a través de un televisor apagado, puede ser filmada la vida íntima. Además hay que agregar el protagonismo de los usuarios de móviles empeñados en divulgar su vida privada, generalmente frívola.
El impulso al desarrollo tecnológico es inevitable; es necesario que sea paralelo al de las humanidades. La filosofía, la narrativa y la poesía son el contrapeso necesario contra toda intención o posibilidad de convertirnos en una sociedad de zombis. Hay que hacer lo necesario para que siempre vayan juntos el pesado metal y el alma leve.
Y pensar exageradamente: la desaparición del papel impreso puede ser el acelerador de la catástrofe.