EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Octubre 29, 2019

(Décima cuarta parte)

Comentábamos al final del artículo anterior cómo los líderes disidentes de la Corriente Democrática surgida de las mismas filas del PRI en el segundo semestre de 1986, habían tenido una reunión privada con Adolfo Lugo Verduzco, el presidente del partido, en donde –en una larga velada– se trataron asuntos de diversa índole relacionados con su movimiento, y en la cual no se llegó a ningún acuerdo. Fue en ese momento, que los democratizadores decidieron dar un paso más, con la publicación de un manifiesto público en la prensa, en el cual harían saber su posición al medio político y a la población mexicana. Sin embargo, surgió otro problema: hubo dos nuevas renuncias dentro de las filas de los miembros que formaban el grupo original: los senadores Gonzalo Martínez Corbalá y Silvia Hernández, anunciaron que ellos no firmarían el texto a publicarse, porque no estaban de acuerdo en los conceptos que ahí se externaban, y de esta manera el grupo coordinador original se redujo a diez, quienes fueron los que sí firmaron el documento: Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Vicente Fuentes Díaz, Carlos Tello, Porfirio Muñoz Ledo, César Buenrostro, Leonel Durán, Armando Labra, Severo López Mestre y Janitzio Múgica.
El documento –publicado el 1 de octubre de 1986– precisaba de una manera más concreta y determinante, los argumentos del grupo disidente y consecuentemente, produjo una nueva “bomba política” en el medio político y en la población en general; en el texto mencionado, diez distinguidos priistas que se autonombraban “nacionalistas” y “demócratas” por convicción, pretendían “coadyuvar a que la transformación del país” se realizara con un “sentido progresista”, y mostraban su preocupación por la “creciente dependencia” del país al exterior, solicitando una nueva estrategia de desarrollo, basada en el restablecimiento de las “alianzas nacionales”, en las que se había fundado en el pasado la “soberanía nacional”.
También afirmaban, que la elevada abstención en los procesos electorales y la disminuida credibilidad en las instancias políticas eran, a criterio suyo, una señal de que deberían abrirse los espacios políticos a la “participación popular”, por lo que se mostraban deseosos de apoyar la “promoción de un vigoroso movimiento de renovación democrática”, para “fortalecer la independencia nacional, atender las demandas legítimas de todos los sectores, satisfacer las aspiraciones de libertad y justicia de los mexicanos, y encauzar la inconformidad social dentro del orden constitucional”.
Este primer pronunciamiento público de la Corriente Democrática, era en extremo prudente, pues aunque invocaba la reglamentación estatutaria del PRI, no cuestionaba abiertamente la autoridad presidencial, ni la del Comité Nacional del Partido, sin embargo, constituía un desafío sin precedentes a las reglas del “sistema”.
Al ser dado a conocer, tuvo un respaldo popular inmediato, y esto provocó que De la Madrid decidiera remover al “verde” político Lugo Verduzco de la presidencia del Partido, y convertirlo en candidato a la gubernatura de Hidalgo; para suplirlo, el mismo presidente, nombra al experimentado y viejo priista Jorge de la Vega Domínguez, designación que se oficializa en una reunión extraordinaria del PRI llevada a cabo el 8 del mismo mes, en un entorno marcado por la proximidad de la sucesión presidencial, hecho que hacía entender que su misión inmediata era la de preparar el terreno para que esta se llevara a cabo sin mayor problema.
De hecho, el dedo índice presidencial, ya estaba apuntando –en las penumbras– a Carlos Salinas de Gortari, secretario de Planeación y Presupuesto, de acuerdo a los planes transexenales trazados por este personaje y su grupo, que no querían saber nada de proyectos democratizadores que pudieran alterarlos.
Mientras tanto, De la Madrid, quien estaba quedando como uno de los peores presidentes que había tenido el país, dejaba a su futuro sucesor una deuda de 102 mil millones de dólares; un sexenio con crecimiento económico nulo; una caída de 8.6 por ciento en el salario real de los trabajadores y una devaluación que llegó a 925 pesos por dólar. Heredaba al siguiente gobierno –sin duda alguna– una economía nacional más vulnerable porque sus principales variables como la deuda, el precio del petróleo y otras no menos importantes, eran controladas desde el exterior. Dejaba asimismo una mayor concentración de la riqueza y una cifra más grande de pobres en extremo, a la que se habían sumado 11.5 millones de mexicanos más en su sexenio.
Esta crisis económica agudizó el fenómeno de migración hacia Estados Unidos y elevó el volumen de migrantes anuales hacia ese país vecino; la cifra de mexicanos que para esas fechas cruzaban la frontera norte, superaba las 250 mil personas desempleadas que se iban del país buscando el famoso “sueño americano” ante la falta de fuentes de trabajo en México. La extensión del narcotráfico en México, también se aceleró durante la crisis; fue entonces cuando muchos campesinos decidieron dedicarse a la siembra de enervantes –que tenían un amplio mercado en el país vecino– y cientos de jóvenes desempleados de las ciudades fronterizas se sumaron al crimen organizado, que les prometía ingresos económicos extraordinarios. Es de cuestionarse si estas dos válvulas de escape del descontento social existente –la emigración y la integración de jóvenes al crimen organizado– no contuvieron durante ese tiempo, un estallido social de gran magnitud en nuestro país.
Pero aún así, el futuro sucesor de De la Madrid no cejaría en sus propósitos de llegar a la presidencia, proyecto familiar que le había fallado a su padre, Raúl Salinas Lozano, y cuya estafeta había quedado en manos de su joven hijo Carlos, quien a partir de esa fecha no tuvo otra aspiración de vida que la de llegar a la presidencia a costa de lo que fuera, y se atravesara lo que se atravesase. Muy joven llegó al poder total, pues tenía 40 años cuando accedió a la presidencia de la República, y llegó con una amplia preparación técnica, ya que becado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, realizó una maestría en Administración Pública y un doctorado en Economía en la Universidad de Harvard, como su progenitor. Era pues –al igual que De la Madrid– otro miembro, de la “generación de norteamericanos nacidos en México”, que habían madurado su preparación académica y política en Estados Unidos, perdiendo allá, todo vestigio de lo que era patriotismo o nacionalismo.
En ese momento Salinas de Gortari se encontraba ya en la antesala del poder total; a punto de cumplir sus aspiraciones personales y familiares, largamente planeadas y cumplidas etapa por etapa, desde que se planteó personalmente este objetivo de vida.
Pero volviendo al tema de la Corriente Democrática del PRI, lo cierto era que si bien fue evidente que sus miembros al principio fueron tratados con cierta cordialidad y como compañeros de partido a quienes se les daba la oportunidad de plantear sus argumentos, este movimiento nunca fue aceptado realmente por el gobierno y su “títere”, el partido oficial, porque rompía con las reglas “no escritas”, con las cuales el PRI había conservado el poder desde su fundación. Ante los requerimientos “legalistas” de la “Corriente Democrática”, que se basaban en los estatutos del mismo Partido, el régimen y el CEN priista, respondían cada vez más retóricamente, y en vez de argumentar con base en esa normatividad interna, empezaron a hacerlo con base en el principio de autoridad existente, a las costumbres y tradiciones del sistema y del Partido, y a las normas “no escritas” ya mencionadas con anterioridad en este artículo, y que se anteponían una vez más a la normatividad escrita como el orden constitucional, la legislación político-electoral y la reglamentación partidaria interna.
Cada día había más miembros de la “Corriente” que rompían con el movimiento, pues era notorio que los riesgos aumentaban y había un indudable temor entre los participantes; los dirigentes, iban quedando cada vez más solos y –además– aislados de la burocracia gobernante, y en ese deslinde, no parecía haber más argumento, que el de reconocer la autoridad presidencial en el proceso sucesorio.
Ante esa situación, los dirigentes de la “Corriente”, asumiendo que eran ellos quienes detentaban la legitimidad histórica y social del régimen, abrieron entonces en el exterior un nuevo frente en la disputa por el Partido, sin importarles que éste fuera el más arduo de todos; se aproximaron a la prensa internacional y buscaron –en Europa– acercarse a los líderes de la Internacional Socialista, que fueran jefes de Estado o Gobierno como el español Felipe González, para intercambiar impresiones con ellos, encontrándose con la sorpresa de que la mayoría de ellos razonaban como “priistas ortodoxos”, pues no creían en la democracia al interior de los partidos, y se expresaban a favor de un centralismo autoritario.
En los partidos socialdemócratas europeos las corrientes internas eran ya aceptadas estatutariamente desde finales de la década de los ochenta, pero en la práctica y en forma incongruente con su normatividad, desde las cúpulas partidistas seguían haciendo todo por desalentarlas; durante años, hubo renuencia a que las “corrientes” se organizaran con eficacia, y esto era comprensible por los temores de las dirigencias partidistas a que dichas tendencias los rebasaran y perdieran el poder alcanzado. Y eso era lo que precisamente pasaba en el PRI mexicano; temían perder la posibilidad de que el grupo salinista alcanzara el poder y las políticas económicas implantadas –en realidad no por De la Madrid, sino por el grupo salinista que las manejaba logrando el visto bueno del presidente– cambiaran por otras ajenas al régimen tecnócrata implantado por el binomio De la Madrid-Salinas.
El movimiento de la Corriente Democrática del PRI, había sido descalificado oficialmente a los tres meses de su aparición pública, sin embargo, a finales de 1986, sus dirigentes continuaban su empresa con ímpetu sorprendiendo a la opinión pública; no obstante, el desencuentro entre los priistas de la Corriente Democrática y el gobierno de Miguel De la Madrid, se tornó crítico a principios de 1987 y quedó expuesto ante la cúpula del Partido en la XIII Asamblea Nacional Ordinaria del PRI, efectuada para mostrar la unidad de la burocracia gobernante en torno al presidente Miguel de la Madrid, ratificar la ascendencia de éste sobre el Partido y el respeto de los priistas a las reglas “no escritas” del “sistema”, constituyendo en consecuencia el momento de la descalificación formal de la iniciativa de democratización. La cerrazón del régimen ante las demandas de la Corriente Democrática fue cada vez más autoritaria, y vino la confrontación, a pesar de que Cárdenas aseguró al régimen oficial que sus demandas referentes a la democratización del Partido, a la exigencia de que el PRI cumpliera con sus estatutos en la designación del candidato a la presidencia de la República, y al cambio de políticas económicas del gobierno eran realmente “la expresión de una inconformidad generalizada de la población”.
Por otro lado, los miembros de la “Corriente”, creían en la posibilidad de que las corrientes internas pudieran existir al interior del PRI, ya que los estatutos de 1984 eran omisos sobre el particular, y si bien no las permitía en forma expresa, tampoco las prohibía, de manera que todo se reducía a un problema de interpretación de los mismos.
Sin embargo, aunque las pláticas continuaban en forma aparentemente cordial con De la Vega Domínguez –y en alguna ocasión con el mismo De la Madrid– no había ningún avance, pues el Ejecutivo nacional y el presidente del Partido sólo les recomendaban moderación, respeto al Partido y paciencia, sin darles en realidad ningún reconocimiento a la “Corriente” ni brindarles mayores espacios partidistas, y conforme el tiempo pasaba, los disidentes terminaron dándose cuenta que el gobierno en realidad sólo los estaba entreteniendo para ganar tiempo y llegar al momento del destape del candidato oficial sin mayores problemas, decisión que ya estaba tomada por De la Madrid a favor de Carlos Salinas de Gortari.
Esto hizo que los miembros del movimiento democratizador intensificaran sus recorridos por el país en los primeros meses de 1987, informando a grandes núcleos poblacionales sobre los objetivos de la nueva “Corriente” priista; los medios académicos del país, y la prensa en general mostraban mucho interés en las iniciativas de la “Corriente”, y los miembros de ésta acudían a los múltiples foros a los que eran invitados, inclusive del extranjero. En ellos los ponentes exponían la necesidad de que el gobierno retomara los caminos de la Revolución Mexicana, haciendo énfasis, en que para ello era necesario que el Partido se democratizara; es decir, que la democracia política era un requisito para el cambio de régimen económico que urgía en México.
Pero había –dentro de las actividades de los miembros de la “Corriente”– otra que preocupaba más al gobierno y al partido oficial: la organización de simpatizantes, y la formación de núcleos de la “Corriente” en varios estados de la República, tal como sucedió en San Luis Potosí, Chihuahua, y Nuevo León, los que junto con los existentes en el Michoacán cardenista, provocaron una seria alarma en el gobierno. En las conversaciones que tenían ambas partes, la voluntad negociadora de las autoridades era cada vez menos notoria, pues éstas lo único que deseaban era someter a los disidentes conforme pasara el tiempo. El caso de Michoacán acentuó el distanciamiento, pues el nuevo gobernador prohibía en forma absurda e ilegal, la presencia de Cárdenas en esa entidad, e incluso le publicó un texto agresivo y difamatorio con el nombre de “Cárdenas el pequeño”. Este enfrentamiento directo entre el nuevo gobernador y el saliente de Michoacán (en realidad, contra el movimiento democrático del PRI) había generado un acopio de problemas en la entidad que no abonaron nada bueno al conflicto, y es entonces cuando el CEN del PRI intenta coartar y dividir a los principales dirigentes del movimiento, ofreciéndoles posiciones en el CEN del Partido o en gobiernos locales, a cambio de que dejaran la Corriente Democrática, pero éstos rechazaron la oferta, situación que causó prácticamente una ruptura total.

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* Ex Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A.C.