EL-SUR

Miércoles 22 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

El pasado sentimental, ruinas de viejos sueños

Federico Vite

Enero 02, 2024

 

(Primera de dos partes)

 

Por ejemplo: en este momento no hay cómo adquirir libros de literatura en Acapulco. ¿Esto afecta o nos prepara para la razón esencial de este puerto? Si ya sabemos que leer no nos hace mejores, pero nos da placer y si nos da placer puede hacernos menos insolentes, por lo menos, y eso ya es ganancia. Ese sería un caso, el otro, la novela de Enrique Fernández Castelló: Sombras de aquellos sueños (Suma de Letras, México, 2008, 319 páginas). Pero antes de entrar en materia es preciso decir que la espléndida belleza del puerto nos hace olvidar la catástrofe reciente. Después de los apoyos gubernamentales, después de esta temporada grande vacacional, después de “la ayuda” de los turistas que generosamente nos visitan –supongo que eso también implica a los que duermen en las bancas o en el Paseo del Pescador y van al baño a la playa Tlacopanocha o Manzanillo, y compran sus alimentos en los supermercados y de paso botan la basura en el Malecón. Pero el otro caso, insisto, es el porvenir. Por esa razón traigo a cuento la única novela de Enrique Fernández Castelló, fallecido en 2016, quien tuvo a bien la escritura de un libro en el que incluye a Acapulco. Fue a un taller literario y gracias al intercambio de ideas con el escritor Gerardo Rod y los compañeros de esas sesiones escriturales pudo terminar Sombras de aquellos sueños. “Tuve mucha suerte. Fue la primera editorial a la que fui, Suma de Letras, es parte del Grupo Santillana. Visité a la directora general (Laura Lara), le dejé el manuscrito, no me dio muchas ilusiones. Total, me vi con ella a finales del año pasado y me dijo ‘hay que trabajar ciertas cosas’. Y me dieron algunas líneas generales para orientar el rumbo de ciertos temas y me recomendaron un editor”, detalló Fernández Castelló al diario El Informador en noviembre de 2008, justamente días después de la edición de este libro en el que Acapulco (puerto que no sólo es mi casa sino mi tema) cobra una importancia vital, al lado de París y la Ciudad de México. Es decir, el relato se desarrolla en tres escenarios (Ciudad de México, Acapulco y París). Gracias a los saltos temporales el libro contiene momentos importantes en la vida de un político, un político inocente, que recuerda cómo fue que llegó a ser lo que es: un presidenciable. Obviamente también pone en marcha sus recuerdos y piensa en una mujer, una pasión de juventud; después condensa los detalles de su estancia en el extranjero: París y Estados Unidos. Usted se preguntará, por qué recuerda eso y aparece Acapulco como telón de fondo.
Acapulco siempre ha tenido una personalidad que lo salva de lo anodino de México, donde parece, por cierto, que sólo Jalisco y Veracruz compiten por la identidad nacional, aparte, claro está, de la Ciudad de México. Acapulco tiene personalidad. Tal vez por eso o por la generosidad de recuerdos bellos que ha brindado este lugar a la psique de múltiples visitantes, por ejemplo, el protagonista José Antonio Escandón Ugarte, secretario de Hacienda y Crédito Público, quien resume la vida de un mexicano en París, en Ciudad de México y en Acapulco. Ciudades bien definidas, ciudades con época dorada, ciudades que brindaban múltiples servicios de calidad, poseían sitios de gran valía y permitían la convivencia con gente de diversa ralea, personas cuya influencia siempre era misteriosa y a veces poderosísima. Pero de eso, usted sabe, está hecha la vida.
La novela arranca con un narrador en tercera persona. El asunto de meter en mis artículos a Sombras de aquellos sueños no es esencialmente la calidad literaria de este proyecto, sino la forma de encarar a Acapulco. Porque en el capítulo inicial estamos en Acapulco. Es septiembre de 1999 y las cosas no lucen mal. Al contrario, acaba de terminar una convención bancaria con éxito. Escandón Ugarte felicita a su equipo y echa una mirada a la bahía; después se dispone a disfrutar de un momento de calidad, un momento de solaz esparcimiento en el piano bar Pepe’s. Los meseros ponen sobre la mesa una botella de Bacardí y el aleteo del murciélago se activa. Es decir, la bilis negra de la melancolía empieza a dar lata y atosiga al personaje, pero antes de entrar en ello permítame ofrecerle una postal de aquellos tiempos, porque más que realismo, acá se ingresa la naturalismo lentamente: “Escoltado por el teniente Omar; camina rumbo al Pepe’s entre los taxis estacionados a un lado de la carretera Escénica, cuyos choferes esperan la salida de los clientes del Madeiras. Entran, y cosa rara, nadie repara en ellos. Eso le gusta”.
Pinta una geografía que ahora es distinta. La dinámica social es distinta también. Pero la intención del narrador es retratar ese relajamiento que había en Acapulco, un hecho que podría entenderse como una forma de saltarse las reglas o como una manera de perder el autocontrol. La segunda de las opciones es la que favorece a la historia y por ahí conduce el relato. La paridad de París, Ciudad de México y Acapulco, un triángulo vital para el personaje, se moldea lentamente. Acapulco es un pivote que propicia el remanso de la añoranza. ¿Por qué? Eso también nos indica que no hay maneras de obtener libros en esta ciudad ahora. ¿Es mejor así, decantando toda la potencia de una existencia como la de Acapulco a la función única de turistear? Turistear es un destino tropical. Turistear, como lo muestra Fernández Castelló, exige una cuota de honestidad. Y turistear en Acapulco adquiere proporciones de cinismo. El asunto es focalizar un aspecto más, ¿Acapulco qué implica para un hombre de dinero, bien educado, con un trabajo bien remunerado y de mucha responsabilidad? ¿Qué es Acapulco para un hombre que puede ir sin problema a Marsella, Miami, Grecia, Portugal, Barcelona, Nápoles, Palermo u otros tantos sitios parecidos al nuestro? Aunado a eso, ¿por qué no merece importancia alguna la venta de libros en este lugar ahora? Quizá nunca ha importado.