Silvestre Pacheco León
Octubre 28, 2024
A la luz de las recientes experiencias que nos han dejado los huracanes en Guerrero conviene retomar lo establecido en la ley respecto al derecho que asiste a los habitantes a disfrutar de un medio ambiente sano para su desarrollo, correspondiendo a las autoridades la responsabilidad de garantizarlo.
En el puerto de Acapulco se ha exhibido con abundancia de datos que parte de la vulnerabilidad de los asentamientos humanos tiene su origen en la falta de observancia de las leyes y reglamentos de construcción por parte de las autoridades locales porque han permitido el uso del suelo de manera discrecional, a gusto de las empresas inmobiliarias para aumentar su plusvalía pensando siempre en el corto plazo para aumentar sus ganancias sin reparar en los daños que al largo plazo se pueden producir con pérdidas humanas.
En ese proceso la construcción de infraestructura que requieren dichos desarrollos inmobiliarios no toma en cuenta la afectación al libre flujo de las aguas pluviales cuyo cauce se modificó, y como suele suceder que dichas obras quedan enterradas, nadie las ve ni las critica hasta por el sentido común.
Los daños del huracán Otis han llamado la atención por la enorme concentración urbana y su importancia turística internacional, pero en sus dos costas vecinas la situación también se ha tornado crítica sin tener la atención debida, quizá por culpa de sus habitantes que sufren con estoicidad la inundación de sus pueblos y cortes en sus carreteras acostumbrados a que la vida es así.
Todas las familias de la parte costera, desde Coyuca de Benitez en la Costa Grande con sus diez grandes ríos hasta el Balsas en la colindancia con Michoacán, las inundaciones y las pérdidas materiales ocurren como en la Costa Chica, en la margen izquierda del río Papagayo. La constante es la misma en cada temporada de lluvias sin que pase nada debido a que las protestas de sus habitantes no alcanzan la resonancia que tiene el bloque de avenidas tan importantes como la Costera de Acapulco.
No hay una visión de conjunto regional por parte de las autoridades para atender la magnitud de los daños y los riesgos para la población, de tal manera que el derecho a un ambiente sano para el desarrollo con bienestar, como está estipulado en el párrafo quinto del artículo cuarto constitucional es apenas una aspiración.
Por eso ahora es el tiempo propicio para que en cumpli-miento con lo establecido en el artículo 115 de la Constitución los gobierno municipales contemplen la situación en sus respectivos planes municipales de desarrollo y los particulares de urbanización.
De parte del gobierno del estado debe haber una orientación a todos los ayuntamientos para que integren dichos planes tomando en cuenta el impacto que ya estamos viviendo por efecto del calentamiento global que provoca fenómenos meteoroló-gicos frecuentes y destructivos de gran envergadura.
El ordenamiento adecuado de los asentamientos para evitar la obstrucción de los cauces natu-rales de arroyos, ríos y barrancas y en terrenos vulnerables de alta pendiente y suelos frágiles que requieren de reubicación debe hacerse tomando en cuenta el consenso de sus habitantes sin dejar de lado la identificación y castigo de quienes como autoridades dejaron de observar las normas y reglamentos de construcción.
La elaboración de los atlas de riesgo deben ser una obligación de Protección Civil así como su divulgación para que la población los conozca y sean tomados en cuenta.
La observancia y cuidado de la capa vegetal, sobre todo de las barreras vivas en las marismas, pantanos y zonas lagunares deben ser de cuidado estricto, evitando los rellenos de zonas bajas para construcción sin la supervisión ni autorización de las autoridades, sobre todo en la franja costera.
De hecho debería formar parte de los reglamentos de cons-trucción municipales prohibir la construcción de altas edifica-ciones a un lado de las playas y reforestar con manglares a lo largo de la costa como ofrenda a la naturaleza por haber obrado en su contra sin ningún miramiento a sabiendas de que con ellos la po-blación costanera quedaba des-protegida y a expensas del barlo-vento.
El sistema de alerta para temblores y ciclones debe contar con amplia difusión, igual que los refugios temporales, considerándolos parte de las medidas preventivas, sin dejar de lado la educación de la población frente a esos fenómenos que forman parte de nuestra vida porque llegaron para quedarse.
Esas son las medidas que podríamos llamar de “comunidad” donde la vida de todos importa, como debería aplicarse también al problema de la violencia que siendo un fenómeno apartado de lo natural requiere de la competencia de todos para detenerla.
A un año de lo ocurrido en Acapulco las enseñanzas del Otis deben divulgarse para que la sociedad comprenda los hechos ocurridos y extraiga las lecciones del caso.
Cómo actuar frente a un ciclón, cuales son los recursos básicos para la sobrevivencia, cómo identificar los impactos y estruendo de los hechos que ocurren para afrontarlos con decisión y sin pánico.
Mi amiga Carolina, una mujer que por trabajo llegó al puerto de Acapulco cuando se anunciaba el arribo del huracán cuenta que pasó seis días para poder salir de la ciudad, que al terror que le produjo la velocidad del viento, sumado al corte de luz que le impidió comunicarse con su familia debido a que su celular se quedó sin carga, le produjo una ansiedad capaz de derribar a cualquiera.
Cuenta que cuando por fin pudo salir a la calle con la luz del día miró una población descon-certada y ella misma sin saber qué hacer.
Le llamó la atención que en las calles había mucha gente borracha porque en las tiendas de conveniencia eran los propios dependientes quienes regalaban la cerveza sabiendo que no tenía sentido tirarla ante la falta de refrigeración. La oportunidad de beber gratis se sobreponía al escrúpulo de tomar cerveza tibia, lo que explicaba la enorme cantidad de personas borrachas por la cerveza y el desvelo y dormidas en cualquier parte de la calle.
El saqueo de las tiendas fue algo que también la impresionó y se grabó la escena de una señora cargando en su cabeza dos charolas de cerveza y que al reconvenirla por el enorme peso que podría afectarle el cuello le respondió que podía con eso y más tratándose de una mercancía regalada, y que no pasó gran distancia cuando la alcanzó porque yacía tirada en el suelo a causa de tanto peso.
Carolina dice que caminó ese día sin saber lo que buscaba porque ya había participado en la rapiña para obtener algo de comida, y así llegó hasta la terminal de la Estrella de Oro donde un autobús daba el servicio de pasaje gratuito para llevar hasta un punto de la ciudad donde había luz para cargar los teléfonos celulares y gracias a ese apoyo pudo comunicarse con sus familiares avisando que se encontraba bien.
Cuenta que al día siguiente caminando fuera del hotel para mirar todo lo que había ocurrido en la noche aciaga estaba más tranquila porque se hizo compañía con otras personas de la hospedería.
En uno de esos días merodeando por la avenida Costera aprovechó el raid que ofrecían algunos automovilistas para pasear, hasta que la señora que manejaba le pidió que se bajara disgustada porque le contradijo.
Cuenta que la dueña del auto vociferaba iracunda contra el presidente López Obrador acusándolo de ser el responsable del saqueo de las tiendas en el puerto porque aseguraba que él en su conferencia mañanera había dicho que la gente podía meterse a las tiendas a saquearlas, y que por esa razón ella había perdido toda su mercancía de celulares que tenía en una plaza comercial.
Cuando Carolina quiso aclararle a la señora del aventón que no era cierto lo que afirmaba del presidente, le espetó:
Si eres de las personas que apoya a López Obrador bájate de mi carro. Y Carolina hasta allí llegó ante las demás personas compadecidas pero calladas.