EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El planeado camino hacia la privatización de México

Fernando Lasso Echeverría

Enero 10, 2017

(Primera parte)

En los inicios del siglo XX –en plena Revolución Mexicana– Richard Lansing, secretario del gobierno estadunidense en tiempos del presidente Woodrow Wilson, aconsejó lo siguiente: “Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano norteamericano, ya que nos llevaría otra vez a la guerra. La solución –dijo este funcionario yanqui– es abrirles a los jóvenes mexicanos, las puertas de nuestras universidades y educarlos en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. Con el tiempo, estos jóvenes se adueñarán de la presidencia”. Fue profético.
Miguel de la Madrid fue el primer presidente “tecnócrata” que inició el cumplimiento de esta predicción; sin embargo, merece mencionarse que a pesar de que un tecnócrata es aquel hombre en el poder que en su formación y métodos de actuación predomina el desarrollo de una disciplina –en la que es especialista– sobre otro tipo de consideraciones, don Miguel era en realidad un destacado abogado –ex maestro universitario de Derecho Constitucional– con sólo una “embarradita” sobre administración pública, adquirida mediante una maestría con duración de menos de un año en la Universidad de Harvard, becado por el Banco de México; es decir, no era ningún experto en economía, que lo avalara como un funcionario capaz de dirigir las políticas económicas del país, tal como lo creía su antecesor y también abogado José López Portillo, quien terminó –a medio sexenio– por ubicarlo como secretario de Programación y Presupuesto. Como sus dos antecesores presidenciales más próximos, don Miguel tampoco ocupó nunca antes un puesto de representación popular, ni destacó jamás por sus actividades partidistas, y al igual que don José, era un inexperto en política.
Sin embargo, a don Miguel algo muy importante lo ayudaba: estaba rodeado de un pesado y homogéneo equipo tecnocrático, que en forma perfectamente planeada, iba tras la presidencia a mediano plazo, entre los que estaban: Carlos Salinas de Gortari; el extranjero y posible colaborador de la CIA José Córdoba Montoya; Pedro Aspe Armella, Ernesto Zedillo; Francisco Rojas Gutiérrez y Manuel Camacho Solís; todos ellos, en confabulación con el español naturalizado Andrés de Oteyza (secretario de Patrimonio y Fomento Industrial) uno de los colaboradores de López Portillo más influyente sobre éste, quien estaba imposibilitado constitucionalmente para sucederlo por haber nacido en España y se había aliado incondicionalmente con el grupo mencionado. El primer paso para cumplir con los objetivos del grupo salinista era situar a De la Madrid Hurtado –el jefe del grupo– como candidato del PRI para llegar al Poder Ejecutivo, y ya ahí, ubicarse ellos en el futuro gabinete.
El proceso para convencer a López Portillo de que don Miguel era el hombre indicado, fue muy complejo y obviamente malicioso y retorcido: primero había que deshacerse de aquellos “hombres del presidente” que tuvieran oportunidad de ser elegidos por don José como posibles sucesores, y por ello, representaran un peligro para la candidatura de don Miguel; poco a poco fueron cayendo uno tras otro; primero fueron Carlos Tello (Programación y Presupuesto) y Rodolfo Moctezuma (Hacienda), removidos de sus cargos aparentemente por sus enfrentamientos y disputas al tratar de imponer sus criterios programáticos en el gasto público; después Ricardo García Sainz –suplente de Tello en la SPP– quien salió supuestamente por fracasar en su intento de diseñar un Plan Global de Desarrollo, que lograría imponer orden en la administración pública y en la planeación económica nacional, hecho que “casualmente” le abrió las puertas de esa institución a Miguel de la Madrid, como tercer secretario de ella, quien se llevó con él a esta institución a todo el grupo tecnócrata que rodeaba a Salinas de Gortari; luego, Jorge Díaz Serrano, quien a pesar de su buen desempeño en Pemex –que elevaba sus bonos día a día– y su vieja amistad con el presidente, fue intrigado en forma tenaz y permanentemente con éste, por el grupo salinista que rodeaba a De la Madrid, situación que lo hizo caer y salir del gabinete, con el pretexto del acontecimiento de la baja de los precios internacionales del petróleo, ocurrido a mediados de 1981.
David Ibarra –el suplente de Moctezuma en Hacienda– a pesar de ocupar en teoría la cartera más poderosa del gabinete, nunca tuvo una relación muy cercana con el presidente; se dice que don José jamás le tuvo la confianza necesaria requerida para pensar en él como su probable sucesor, pues era un economista muy capaz e independiente, que generalmente aconsejaba medidas económicas prudentes pero impopulares (disminución del gasto público, devaluación de la moneda, alza de las tasas de interés internas) totalmente contrarias a las pensadas por López Portillo y sus “optimistas” y perversos colaboradores en Programación y Presupuesto, que manejando magistralmente y con engaños las cifras de los estados de la situación económica del país y sus posibles soluciones, transmitían con ellas al Ejecutivo la ilusa información que éste quería oír. Ibarra –cumpliendo con su deber– le auguraba a López Portillo con un pesimismo realista, que contrastaba con los pronósticos de la SSP, que si no se asumían “estas o aquellas” medidas, los problemas empeorarían más, lo cual generalmente sucedía al no hacerle caso don José a Ibarra, molestando aún más a López Portillo el tino de las predicciones de su secretario de Hacienda, y sus “yo se lo dije” posteriores; este honesto pero antipático colaborador, fue suplido casi al final del sexenio, por Jesús Silva Herzog, emparentado con Carlos Salinas de Gortari.
Finalmente, otra estrategia del maquiavélico grupo Salinista, fue el de atraerse al “orgullo del nepotismo” de José López Portillo: su hijo José Ramón, quien fue nombrado por su padre subsecretario de Planeación en la SSP, en donde este joven fue manejado de tal manera por el grupo, que trabajaba sutilmente la candidatura de don Miguel con su padre; don David Ibarra declaró años después, que don José había escogido a De la Madrid como su sucesor, porque creyó que éste –a pesar de ser abogado– sabía de economía y porque don Miguel, supuestamente garantizaba la carrera política de su joven hijo, y brindaría –además– protección a Rosa Luz Alegría y a su hermana Margarita; cuanto influyeron estas dos damas, miembros “muy activos” de la familia “real” de entonces en la elección de Miguelito –como le llamaba Margarita al secretario de la SSP–- para que éste fuera candidato del PRI a la Presidencia de la República… es una incógnita, pero seguramente también fueron piezas importantes en este evento. El grupo salinista no dejaba ninguna pieza suelta.
El 25 de septiembre de 1981, el secretario de Programación y Presupuesto fue “destapado” como candidato del PRI a la Presidencia de la República, en un contexto socioeconómico de recesión inminente en el país, con un desajuste brutal de las cuentas externas e internas y una manipulación perversa de las cifras oficiales ligadas a la economía nacional, situación que hacía al acontecimiento sorprendente en cierta medida, pues el candidato y su bloque de “expertos” economistas y políticos siniestros –que después formaron su equipo de campaña– eran en gran parte los culpables de la terrible crisis que el país estaba viviendo. Don José López Portillo comenta en sus voluminosas memorias, que reconocía que había sido engañado por estos colaboradores y que esta situación había influido notablemente en sus políticas económicas de gobierno, y en la elección de su sucesor.
Por el conocimiento histórico y político reciente que se tiene del país, la impresión general al respecto es la de que Carlos Salinas –buscando la presidencia a mediano plazo y asesorado por Córdoba Montoya y otros personajes afines– fue quien desde las sombras y con truculencias bien planeadas que engañaban al presidente en turno, condujo en realidad las políticas económicas de México durante los sexenios de López Portillo (que creó la Secretaría de Programación y Presupuesto y llevó a cabo la inoportuna expropiación bancaria en contra de la opinión del grupo) y el mismo De la Madrid, lo que sumado a su sexenio presidencial, fueron 18 años los de estar conduciendo -al criterio del grupo tecnócrata del que formaba parte– las estrategias económicas del país.
La campaña de Miguel de la Madrid Hurtado –dirigida por Carlos Salinas y su grupo-– transcurrió con promesas de “nacionalismo revolucionario, renovación moral y democracia” a una población desilusionada e iracunda contra su gobierno por el desastre económico en el que habían dejado al país, a pesar de los grandes yacimientos petroleros encontrados, y el gran volumen de petróleo exportado, que nunca alcanzó ni para disminuir la grave –por su cuantía– deuda externa, que era la más alta del mundo: 92 mil millones de dólares. Pero la noble población mexicana creyó nuevamente en las promesas de campaña priista –sobre todo por la renovación moral prometida– y apoyó con su voto la candidatura de don Miguel, con el 76 por ciento de los sufragios a su favor. México entero esperaba el desagravio; deseaba que se fincaran las responsabilidades correspondientes a los corruptos e incompetentes funcionarios que habían quebrado la economía del país, sin percatarse que los más culpables de ello –junto con López Portillo– eran precisamente los que tomaban el poder nuevamente.
Al asumir De la Madrid la Presidencia, aseveró convencido que era necesario tomar medidas de emergencia para enfrentar las dificultades de la situación económica de país, y anunció un Programa Inmediato de Reordenación Económica, cuyo contenido básico era la austeridad en todas sus formas y que tenía como verdadero objetivo –no revelado a la población– el pago de la deuda externa a las agiotistas instituciones internacionales de crédito, a costa de lo que fuera; otro elemento esencial de su programa de gobierno lo era la Reforma del Estado, que no era otra cosa que el “adelgazamiento” de éste y la disminución de sus funciones en la intervención de la vida económica del país, aseverando que la empresa pública era ineficiente, corrupta y causante principal de la crisis económica del país; por otro lado, se afirmaba que debían ser las fuerzas del “mercado libre”, las que tenían que determinar el curso de la sociedad mexicana.
El gabinete de don Miguel se caracterizó por tener una formación profesional distinta a los anteriores funcionarios, pues quienes lo componían tenían una mayor experiencia en las áreas más técnicas de la administración pública y así mismo, eran ejecutivos gubernamentales que rechazaban terminantemente cualquier conciliación política que pudiera obstaculizar el logro de sus metas; era la llegada al poder de los señores “tecnócratas” entre quienes se destacaba el secretario de Programación y Presupuesto Carlos Salinas de Gortari, quien integró a toda una cauda de futuros personajes relevantes que, junto con él, arribarían seis años después al poder total en forma largamente planeada, larga lista –ya mencionada– que obviamente encabezaban sus hermanos de penosa historia Raúl y Sergio, y al cual se agregó de inmediato el joven yucateco Emilio Gamboa Patrón, quien a pesar de su juventud (o por ello quizá) y su inexperiencia política, fungía como poderoso secretario particular del presidente, quien tuvo tanta influencia sobre el primer mandatario, que era considerado “el poder atrás del trono” del sexenio madridista. Emilio sirvió invaluablemente a la causa salinista, bloqueando e intrigando con De la Madrid a los enemigos de don Carlos y desinformando “de ida y vuelta” –cuando así convenía a los intereses del grupo– a quienes buscaban por su conducto al presidente.
La Secretaría de Programación y Presupuesto –creada por López Portillo– fue en su breve existencia de sólo dos sexenios, un verdadero laboratorio del grupo salinista, en donde se fraguaron los proyectos económicos del gobierno, requeridos por el grupo tecnocrático para “modernizar” el país, concepto que se refería a la implantación en México de una economía abierta al mundo y la cual –de acuerdo con lo planeado– sería conducida más por el fenómeno comercial de la oferta y la demanda que por el Estado y por lo tanto, sin influencia de las necesidades sociales de la población. Para combatir la crisis económica, el gobierno de Miguel de la Madrid, puso de inmediato en práctica –ahora sí, pero en forma paulatina– las medidas recomendadas pocos años atrás por el denostado Ibarra, y que eran rechazadas por el grupo de la SPP sólo para satisfacer el ego de López Portillo, y ganar sus simpatías a favor de la candidatura para don Miguel: limitaciones al gasto público –que incluía la reducción de los subsidios a productos básicos de consumo público– y restricciones al aumento del salario de los trabajadores; también se elevaron los precios de los bienes y servicios públicos de las empresas paraestatales; con todo ello, se afectaba nuevamente a los estratos socioeconómicos más débiles; por el contrario, a los empresarios se les continuaba aprovisionando de energéticos baratos, y se les congeló el tipo de cambio para que pagaran sin tanto apuro sus adeudos en dólares con el exterior, en momentos en los que la devaluación de nuestra moneda era galopante, pues el dólar llegó a costar 925 pesos.
Aunado a esta situación, De la Madrid, se inclinó a favor de la entrada de México al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) situación que abría el camino al país a los tratados de libre comercio, de los que su sucesor fue tan proclive, para que –según él– nuestro país ¡al fin! formara parte del bloque de las naciones desarrolladas. (Continuará).

* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.