EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El político profesional

Florencio Salazar

Noviembre 10, 2020

 

Antes de tirarse a la piscina, eche un vistazo al espejo. Y sea sincero consigo mismo.

Rolf Debelli.

Como se ha dicho hasta la fatiga, la política tiene un serio déficit de prestigio. Se trata de un desprestigio multifactorial: el desgaste producido por su natural ejercicio y el uso abusivo del poder. Lo peor –dicen una y otra vez– son los políticos. No pocas voces de la sociedad civil ponen distancia a los políticos y a la política. Se empeñan en el cambio del estado de cosas, dejando de lado a la política y a los políticos.
Distanciarse de la política en razón de su desprestigio parece una consecuencia lógica; pero no lo es. La política como arte o ciencia (Weber), es consustancial a la vida en comunidad, ya que no habría pacto social sin la política. El arreglo sustantivo delegatorio de la voluntad ciudadana carecería de efecto.
Ese arreglo o pacto hace posible la vida civilizatoria. Sin política no habría arte, cultura, ciencia ni progreso humano. La política ordena a través de la creación de instituciones, resuelve conflictos y propicia que la teoría de conjuntos, en el ámbito económico y social, forme parte del teorema matemático en una mejor comprensión de la realidad.
La política, como la estética, es la expresión de la voluntad humana. La creatividad es una de las características más significativas del ser humano. Los impulsos de la creatividad son la necesidad y el placer. Por necesidad se creó el Estado; por placer se crearon las bellas artes y el cine. El Estado es un ente que se alimenta de su propio cuerpo pero no es suficiente para sí mismo: necesita a los políticos.
Los políticos son como los médicos, los arquitectos, los maestros, los biólogos; son profesionales de la política. La política es una profesión y de la misma manera que hay malos arquitectos, malos médicos, malos maestros y malos biólogos, también hay malos políticos. ¿Entonces, por qué los políticos están tan desprestigiados y las demás profesiones –en lo general– gozan de cabal salud? Porque –a diferencia de otras profesiones– la política es totalmente abarcante.
La única profesión que interviene, participa e influye en la vida en común es la política. Todas –o casi todas– las personas tienen poder, pero no en la misma extensión ni alcances del político en el poder. La señora de la ventanilla del registro civil, que hace fila para comprar alimentos, tiene poder para dilatar, agilizar o negar un trámite. También un arquitecto con sus trabajadores, los maestros sobre alumnos y padres de familia, los biólogos con sus investigaciones, y de los abogados ni hablar.
Los malos profesionales están en todos los ámbitos pero no alcanzan a desprestigiar a su profesión. ¿Por qué? Por la magnitud de su influencia. Los demás profesionistas que no son políticos afectan un microuniverso: el edificio mal construido y con sobrecosto, la cirugía innecesaria, el maestro ignorante, el biólogo que confunde el proceso reproductivo en la naturaleza. Es decir, el volumen de pésimo ejercicio –aunque pueda ser fatal– no afecta al conjunto social, como sí puede hacerlo un mal político.
La política tiene una característica única: atrae a todos. El político no puede dar consulta médica, elaborar proyectos de ingeniería ni realizar investigaciones científicas. Pero todos los demás profesionistas sí pueden participar de la política y ser igualmente políticos. Y ese es uno de los problemas operativos de la política: todos pueden participar de ella, porque la voluntad general se funda en la persona individualizada, en el ciudadano. Y esta facultad del ciudadano para ser político es innegable en la democracia.
A la política le exigen mucho y se le da poco. A la política se le exige que atienda y resuelva los conflictos que afectan a la sociedad en todos sus niveles, desde lo comunitario hasta lo internacional. Pero no se le otorga lo necesario: a la política arriba cualquier persona que no esté impedida por la ley. Este es un problema serio. Porque a nadie se debe impedir participar en política, pues de hacerlo el Estado no sería más el garante de la paz y el desarrollo social. Y, por supuesto, no sería un Estado democrático.
La solución al conflicto de la política y de los políticos no es promover el asco ciudadano, sino asumir a plenitud la responsabilidad; la responsabilidad de todos, del político y del ciudadano. El ciudadano debe ejercer con responsabilidad su momento protagónico, que es el de votar. ¿Votar por quién, por qué?
Los ejemplos pueden ser pedestres, pero pretenden ser ilustrativos: ¿Se votaría para que un honorable astrónomo piloteara un jet de 300 pasajeros? ¿o por que un pintor reconocido estuviera en un quirófano extirpando amígdalas? Si tales cosas no son posibles, ¿por qué se eligen ciudadanos que pudieran carecer de mérito para el gobierno o la representación popular? Se eligen porque –una y otra vez– estamos denostando a la política y a los políticos.
Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, se ha dicho. Pero André Malraux, advirtió: “La gente tiene los gobiernos que se le parecen”. Los pueblos, entonces, pueden tener los gobiernos que necesitan. Escoger bien, elegir bien y exigir rendición de cuentas. Esa es la responsabilidad del ciudadano, de la sociedad civil y de los medios.
El presente es un tiempo continuo. ¿Queremos avanzar mirando el espejo retrovisor o encender los faros para ver hacia delante? De la decisión que asuman –primero los partidos y luego el elector– dependerá el aprecio que se tenga por la política. Es decir, lo deseable para nuestra sociedad.
Desprestigiar a la política y a los políticos es abrir las puertas al oportunismo.