EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El pozole del fin del mundo

Efren Garcia Villalvazo

Marzo 21, 2020

Recorro con la vista las escasas mesas de comensales en mi pozolería favorita. Los pocos que hay se les ve contentos, haciendo bromas, confiados en su inmunidad natural de acapulqueños contra la enfermedad que apareció en esta temporada y que está cambiando la faz del mundo, a pesar de su mínima tasa de mortalidad, pero con una gigantesca cobertura en medios en que cualquiera con un teléfono en la mano y poco criterio en la cabeza le hace al “periodista”.
La información es confusa. En varios de los países afectados se notó el filtrado de la información; en el nuestro se nota. Y lo único que se logra es exacerbar ese gusanito por buscar la verdad algunos y otros por enterarse del chisme que le ocultan, regando el árbol de tronco grueso y con pocas raíces de las conspiraciones en el mundo.
Como dato curioso es que varios de estos brotes han sido en el milenario país de China. Y no sólo en humanos. En el año 2011 viajé a varios estados camaroneros del noroeste de México y estaba en pleno desarrollo una enfermedad en camarones de cultivo proveniente de…¡China! Todo un suceso que ya había tenido como antecedente otro similar proveniente también de Asia que se conoció como el Virus de la Mancha Blanca, y que se extendió viralmente –ahora saben el porqué de la palabra– por toda la estanquería de aquella región y de ahí al mundo, provocando mortalidades y pérdidas por arriba del 50 por ciento. En el caso del brote que a mí me tocó presenciar, con un nombre diseñado para confundir a los legos y que era el Virus de la Necrosis Hipodérmica y Hematopoyética infecciosa, la mortalidad llegó al 90 por ciento, lo cual fue una desgracia para los empresarios acuicultores pues alrededor del 70 por ciento de la producción del país se cultivaba en las costas del Mar de Cortés.
Podremos imaginar la desesperación de esos acuicultores que veían como morían los camarones por millones enfrente de sus ojos a pesar de todos sus esfuerzos, que iniciaron por aplicar todo tipo de antibióticos que los representantes de farmacéuticas les iban a ofrecer, sabiendo de antemano que la enfermedad era viral y no respondería a sus medicamentos. A continuación las soluciones mágicas musitadas al oído comenzaron a hacer su aparición. Un camaronero de Sonora les dijo que había molido aspirina y la había aplicado al estanque con buenos resultados. Otro hizo correr el rumor de que con ajo molido había salvado a sus animalitos. Las semanas siguientes toneladas de aspirinas y ajo fueron molidas y aplicadas a las inmensas estanquerías –de centenares de hectáreas– con resultados harto decepcionantes. El remedio mágico no funcionó. O quizá sí, pero sólo para el que les vendió los ajos y las aspirinas.
Sin embargo, uno de los mejores técnicos del país que tiene su laboratorio basado en Hermosillo advirtió un punto importante: una vez que moría una cantidad importante de camarones en un estanque y se removían por medio de redes, los que quedaban todavía se recuperaban e incluso seguían creciendo para llegar a etapa de cosecha. Había que sacar más de la mitad para tener este efecto secundario. En pocas palabras, había que reducir la población de animales en el estanque para que volviera a “la normalidad”, pues en esos estanques tan atestados –con siembras de 25 crías por metro cuadrado o más– la competencia entre los animales y la producción de desechos abundantes en la propia agua en la que vivían provocaban un debilitamiento de su sistema inmunológico que facilitaba que entrara cualquier ataque por microrganismos, en este caso el virus que estuviera de moda. ¿Se morían porque eran muchos y vivían amontonados, estresados y saturados con sus propios desechos? Suena mucho como a las grandes urbes de todo el mundo… como a las grandes urbes de China. Entramos de lleno a un tema que tiene que ver con la disponibilidad de recursos de todo tipo para que sean usados de manera responsable, sustentable dirían algunos, por cualquier tipo de especie en el planeta: la capacidad de carga.
Este concepto se ha utilizado mucho en ecología y en turismo, y tiene que ver con la cantidad de gente que puede acomodar un lugar –como por ejemplo una playa– con respecto a recursos y servicios de los que puede disponer un turista sin dañar el ambiente y por tanto el atractivo turístico que le llevó al lugar que está visitando. Se considera el espacio físico mínimo para que el turista no se sienta incómodo, la disponibilidad de baños y agua para los mismos, la capacidad de tratamiento de aguas residuales, la de servicios de alimentos entre otros, que puestos en una fórmula empírica nos arroja como resultado una cantidad: el número máximo de personas que puede permanecer en ese lugar al mismo tiempo. Es la capacidad de carga.
El inverso de la capacidad de carga –que alguien que no sea yo haga los números– sería lo que ahora nos presentan como Distancia Social, lo cual limita el número de personas que puede estar en un lugar al mismo tiempo asumiendo un riesgo mínimo, lo cual disminuye el estrés provocado por las multitudes y por supuesto la probabilidad de un contagio.
¿Será que hemos llegado al límite de la Capacidad de Carga del planeta y éste como respuesta simple y sencilla está mostrando la facilidad que tiene para en poco tiempo desencajar el ecosistema humano entero, con ciudades, sistemas económicos y productivos, de transporte y demás? Volteemos a ver lo que está ocurriendo en pocos meses, en pocas semanas. Es un evento del Fin del Mundo –tal como lo conocemos– pues se han colocado estruendosamente sobre la mesa temas que hemos relegado de manera indolente tal como el control de la natalidad, la concentración excesiva de gente –y necesidades de la gente– en las grandes urbes, el consumismo como meta social única, el uso excesivo de recursos y contaminación de los mismos al abandonar el ciclo de uso, pérdida de biodiversidad y emisión de gases de efecto invernadero y un largo etcétera.
Quizá el gigantesco e invencible Thanos de la película Infinity War de los Avengers tenía razón en buscar desaparecer a la mitad de los habitantes del Universo para favorecer humanamente a la mitad que quedara viva, la cual, de manera mágica, cobraría una conciencia diferente y superior una vez recuperada de un evento con mortalidad del 50 por ciento. Y yo que no quería que juntara la última Gema del Infinito.
Veo al bigotón de allá enfrente pedir más botana y otra botella para sus compañeros de pozole, abrazando con brusquedad a una mujer con un vestido muy entallado y poniendo una cara jocosa al servirse una copa mientras decía que “el coronavirus ese se la p…%$@. y que no iba por eso a dejar de venir al pozole”. Que lo disfrute entonces. Nuestra sociedad y sus formas cambiarán bruscamente en los próximos meses, y este quizá sea el último pozole que comerá en este mundo que ahora desaparece.

Twitter: @OceanEfren

* El autor es oceanólogo (UABC), ambientalista y asesor pesquero y acuícola. Promotor de la ANP Isla La Roqueta, del Corredor Marino de Conservación del Pacífico Sur Oriental además de impulsor de la playa ecológica Manzanillo.