EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El presidente y las Cámaras… de televisión

Jorge Zepeda Patterson

Septiembre 04, 2006

Lo que sucedió el viernes pasado con el Informe de Gobierno ofrece un ensayo general de lo que será el ambiente político de los próximos meses. La jornada del primero de septiembre nos deja moralejas aleccionadoras, recuerdos del futuro que está por llegar.
Primero, deja claro que hace rato que Vicente Fox no está gobernando ni está dispuesto a hacerlo en lo que resta de su sexenio. Su fácil renuncia a presentarse en la tribuna política y su decisión de enviar un mensaje mediático desde su oficina es una metáfora de su gobierno. Se deslindó de las Cámaras legislativas, para concentrarse en las cámaras de su estudio de televisión en Los Pinos. En cierta forma comenzó a suceder desde hace años, cuando renunció a hacer política para concentrarse en la gestión y promoción del producto “Fox”. Hace rato que no gobierna para la Nación ni ejerce sus funciones como jefe de Estado; sus empeños están concentrados en mejorar sus índices de aprobación en las encuestas, e impedir que López Obrador se convierta en su sucesor.
El mensaje presidencial que escuchamos el viernes es un producto de marketing con muy pocos referentes con la realidad. Por lo menos los anuncios de pasta de dientes prometen erradicar la caries aduciendo “pruebas científicas de laboratorio”. En los anuncios de Fox ni siquiera existe la caries. El país que nos describió el 1 de septiembre ya alcanzó la democracia, la equidad y el crecimiento, los tres mandatos que recibió al iniciar su gobierno. Un informe preciso si lo hubiese realizado en Estocolmo. Para Fox no existe Oaxaca, y los conflictos sociales simplemente se deben a la presencia de actores sociales intransigentes e irresponsables. Para él ni la desigualdad y la pobreza han aumentado (como lo confirman los datos del propio INEGI) y el 2.5 por ciento de la población que tuvo que emigrar a Estados Unidos seguramente lo hizo para visitar Disneylandia.
Segundo, lo que pasó en el recinto parlamentario también es un ensayo general de lo que estará sucediendo en los próximos meses. En cierta forma las tres fuerzas consiguieron lo que se proponían. El PRD cumplió su amenaza de impedir al Presidente el acceso a la tribuna en su último informe de gobierno. Con esta medida los perredistas obtuvieron una triple satisfacción: una revancha “personal” con su enemigo declarado; un desquite con el PRI y el PAN que los habían mayoriteado en la designación de los órganos de gobierno de la Cámara, y una prueba fehaciente de que pueden trastocar la vida política del país, aun cuando estén en minoría.
A cambio de “estos logros”, el PRD pagó un alto costo de opinión pública. No sólo impidieron que se cumpliera el ritual del último informe presidencial, también violentaron las reglas de equidad y civilidad entre sus colegas, al impedir que el representante del PAN pudiera hacer su discurso inaugural como lo hicieron el resto de los partidos. Hay que recordar que la ceremonia del viernes tenía como propósito principal la instalación de la LX Legislatura.
Lo cierto es que con estas acciones el PRD confirma su escaso aprecio por las instituciones y su desinterés en los principios democráticos. Y justamente ese es el premio de consolación para el PAN y para Fox. Los medios de comunicación y la opinión pública han cuestionado duramente a los perredistas en las últimas horas. Sus adversarios han denunciado a diestra y siniestra el carácter radical e irresponsable de los legisladores de izquierda y la vocación antidemocrática del movimiento lopezobradorista.
Pero en cierta forma el saldo deja a todos victoriosos y a todos derrotados, según el terreno de batalla que cada cual privilegie. Para Los Pinos, pese al mal sabor del momento, al final se trata de un triunfo porque el único escenario que le interesa es la lucha por la opinión pública. Fox puede estar satisfecho, sus índices de aprobación saldrán beneficiados. Para el PRD es fundamental porque deja constancia de que el “PRIAN” no podrá gobernar al país sin una negociación de fondo con la izquierda.
En última instancia el país es el que pierde. El gobierno no ha entendido que hace ya varias semanas López Obrador y el PRD no están actuando de cara a la opinión pública. Ya no les interesa primordialmente el voto o conquistar la simpatía del ciudadano neutral. Están operando en el espacio público, ante interlocutores políticos y de cara a los factores de gobernabilidad. No les interesa ganar un concurso de popularidad, sino ser políticamente efectivos.
El gobierno corre el riesgo narcista del embeleso que les deja el espejo de su raiting, mientras la ingobernabilidad campea en la calle. El caso de Oaxaca demuestra que no se necesitan muchos para paralizar a una comunidad. Los Pinos se solaza con la caída en los porcentajes de aprobación que sufre AMLO, sin darse cuenta de que eso no significa nada. Las rupturas sociales no son asunto de plebiscitos, ni de encuestas, sino de rabia contenida y de ausencia de alternativas.
En “el triunfo” irresponsable de ambos reside la profundidad de nuestra desgracia. Fanfarronear sobre la caída de popularidad del PRD es una muestra de inconciencia: lo peor que puede pasarle al país es que los sectores sociales con mayores carencias y sus expresiones políticas se decepcionen de las vías democráticas para acceder al poder o, por lo menos, influir en el modelo vigente. Del otro lado, vanagloriarse de su potencial para reventar la gobernabilidad puede conducir al PRD a un error histórico. Destruir (y destruirse en el camino) es una tentación que podría terminar minando las enormes posibilidades que tiene este partido para colaborar en la construcción de un futuro distinto. Lo que pasó el primero de septiembre simplemente confirma que urge instalar una visión de Estado en los asuntos políticos y dejar de lado la frivolidad y el triunfalismo irresponsable.

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