EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El primer núcleo de la izquierda en Zihuatanejo

Silvestre Pacheco León

Abril 08, 2018

La fiesta de despedida para los militantes de izquierda que vendrían a la costa para abrir el frente de oposición de izquierda se hizo en Acolman, en el Estado de México, en la casa de descanso de los papás de uno de los dirigentes del Grupo Estudiantil Socialista, organización de activistas de las facultades de Economía y Ciencias Políticas de la UNAM.
La mayoría de los invitados eran estudiantes de marxismo, miembros del Seminario del Capital que dirigía Raúl Olmedo Carranza, quien a su vez era alumno destacado del marxista francés Louis Althusser y en esa época su influencia traspasaba los límites de la universidad como responsable de una sección del periódico Excelsior a cargo de sus alumnos más avanzados, denominada La Crisis, en donde publicaba cada día toda una página de análisis económico, previendo los cambios que vendrían.
Alina y Darío, los festejados, eran estudiantes esforzados. Ella estaba inscrita en la carrera de Sociología, y vino de Chiapas muy jovencita a estudiar a la capital, mientras que Darío estudiaba Ciencia Política y era originario de Xochimilco.
En aquella fiesta fue la primera y única vez que miré y sufrí la borrachera de Darío, porque en la madrugada tuve que hacerme cargo de llevarlo hasta su casa, casi en calidad de fardo, y al día siguiente lavar el carro de mi mujer para desaparecer sus vómitos.
Darío era un muchacho huraño, poco sociable y de trato difícil pero muy estudioso y solidario. Para cualquier discusión tenía siempre a la mano todo un catálogo de citas de libros y autores, como si trajera en su disco duro integradas las fichas técnicas.
Alina, era una muchacha de baja estatura, además de guapa y simpática, muy sociable y risueña, quien siempre buscaba el lado amable para tratar y resolver los problemas.
Recuerdo que la única vez que casi pierde la compostura fue frente al reclamo de uno de nuestros compañeros, que la acusaba de coquetear nada menos que con los policías que habían pretendido detenernos después de deshacer un mitin que organizamos con dificultad en una colonia popular del Pedregal de Santo Domingo.
(Quizá parezca insólito pero en aquella época, en el corazón de la República los mítines de la oposición política, aunque no impidieran el tráfico, eran impedidos por la policía, pasando por encima de los artículos constitucionales de libertad de expresión y de organización).
Mario Bustamante, un compañero lumpen rehabilitado en las filas del activismo, de origen vasco, que llegó a ser uno de los dirigentes del Sindicato Independiente de los Trabajadores de la UAM, se incorporó a nuestras filas luego de una asamblea popular que realizamos en la cerrada de Santa Catarina, donde vivía. Era de la línea más radical en el partido, siempre dispuesto a los golpes para dirimir diferencias, y en esa actitud le ayudaba su aspecto de encomendero español, robusto y de abundante barba y cabellera.
Cuando en plena asamblea de evaluación le reclamó a la compañera Alina su intención de buscar hacer las paces con la autoridad agresiva echando mano de su coquetería, lo hizo imitándola con su caminar zalamero y sensual. Tuvimos que intervenir al unísono para detener aquella respuesta femenina que se tornaba violenta.
La compañera era una activista comprometida y me dio mucho gusto la disposición que mostró para venir a la costa.
En el grupo de activistas que vinieron a la costa estaba también Pedro García, un estudiante de Ingeniería Agrícola de la UAM. Era de un pueblo de Ometepec, en la Costa Chica.
Pedro era popular en la escuela de Coapa pero no por mérito propio, sino porque uno de sus compañeros chilangos le puso un apodo ingenioso con el cual lo martirizaba cada día. Abusando de lo penoso que era mi paisano, le gritaba por su apodo desde que entraba al campus. ¡Oscuroooo!, y aunque Pedro quería hacerse el desentendido, lo delataba su color y sentía que todas las miradas de la comunidad universitaria eran sobre él. Un exceso de ego o falta de seguridad como dirían los estudiosos del comportamiento humano, lo cierto es que su color de piel no disentía del de todos nosotros.
A diferencia de Darío, Pedro era el muchacho alegre del grupo, de pegue con las muchachas, franco, simpático y desenfadado. Tocaba la guitarra y cantaba corridos, especial para amenizar las fiestas.
De los cuatro compañeros (cinco con mi mujer Palmira quien también se sumó al activismo desde su trinchera) era yo el más antiguo en la militancia partidista y los había reclutado a todos lo largo de la carrera.
Con ellos se formó la base del equipo de trabajo y también del primer núcleo organizado de izquierda que hubo en esa parte de la Costa Grande.
Los demás compañeros que llegaron después para sumar siete vinieron recomendados de escuelas de provincia: Demetrio también de la Costa Chica y Raymundo del Estado de México.
Cuando mis compañeros conocieron Zihuatanejo se quedaron prendados también de su ambiente, clima caluroso y deslumbrantes bellezas naturales. Recuerdo que a todos se le hizo notable la serie de contradicciones sociales que afloraban en el medio, sobre todo en el puerto, donde la presión social de los asentamientos humanos irregulares les parecía explosivo porque carecían de organización para clarificar sus necesidades y articularlas como demandas sociales.
Todo problema social se resolvía o contenía mediante su mediatización de la mano de los líderes venales asimilados por el PRI o de la represión por parte de las autoridades. Todo como parte de una estructura caciquil que había durado años con una paz simulada y una violencia oficial soterrada.
Una respuesta que la gente encontraba en ese ambiente de simulación era alejarse de los mecanismos legales para acceder al gobierno, dejando todo su manejo en manos del PRI y del gobierno, que eran lo mismo.
La participación electoral era nula. Nadie creía en el respeto al voto, y menos mirando que los diputados constituían una casta que se repartía los cargos entre ellos y sus familiares.
Nabor Ojeda, Lupita Gómez Maganda, Efraín Zúñiga, eran los personajes visibles de esa casta que se decía y sentía heredera de la revolución.
El gobierno figueroísta del estado ejercía el poder de manera autoritaria y violenta contra los pobres, alentado por la falta de una oposición amplia y organizada.
Cuando en 1980 a Zihuatanejo llegó el rumor de que el gobierno del estado pretendía desalojar a los miles de precaristas que ocupaban los cerros del anfiteatro de Acapulco con el argumento de que eran causantes de la contaminación, la medida les pareció exagerada, pero distante, hasta que vieron llegar los convoyes de policías antimotines.