EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El primer peldaño del jocoso Thomas Pynchon

Federico Vite

Febrero 11, 2020

Thomas Pynchon publicó su primera novela en 1963. Es decir, hace 57 años. V. (J.B. Lippincott & Co. Estados Unidos, 1963, 492 páginas) es un libro que revela a un autor enciclopédico, un exquisito conocedor de las sectas, de las prostitutas, de las ciudades viejas y del arte; en suma, estamos ante un bon vivant que da golpes de timón en busca de la respuesta a una pregunta, ¿quién o qué es V.?
No sobra decir que Pynchon es un mito; hay pocas fotos de él. Tampoco se conoce su paradero, aunque se intuye que vive en Nueva York. Se sabe que fue alumno de Vladimir Nabokov en la Universidad de Cornell, ubicada en Ithaca. Se sabe también que envió un comediante a recibir uno de los premios importantes que ha recibido, el National Book Award. Por supuesto, no da entrevistas ni hace vida social de escritor. Digamos que está sellado herméticamente en el búnker de sus ideas, de sus juegos y de su humor ciertamente negro; podría considerarse el padre de ese humor que tan bien capitalizaron Los Simpson. Por supuesto, David Foster Wallace le debe mucho a Pynchon, se nota su influencia en The broom of the system. Pero de Pynchon son míticos sus juegos de palabras, sus temores; su famosa paranoia que lo reviste de una cualidad omnipresente y atemporal. Me parece que sobre este hombre reposa la invención de la ironía con toques de posmodernidad, al releer V., confirmo esa sospecha.
Pynchon logra con su primera novela, la cual obtuvo el premio de la Fundación William Faulkner al mejor debut del año, que dos personajes se enfrasquen en una pesquisa de proporciones mundiales: Herbert Stencil, quien busca algo que cree haber perdido y Benny Profane, quien nunca ha tenido algo. Ellos se obsesionan con la existencia de V., una enigmática mujer que podría ser una joven desflorada en El Cairo, una bailarina alemana en el suroeste africano o una lesbiana en París. También podría ser una institución, una secta, un grupo terrorista, un mapa, una iglesia mítica, un Santo Grial. Ellos buscan afanosamente en pos del misterio.
El mundo ha cambiado desde que los primeros lectores de Pynchon supieron que Benny Profane es un desesperado schlemiel (es un término yiddish que significa persona incompetente o tonto) que, dado de baja de la Marina, navega alrededor de la ciudad de Nueva York con una pandilla cómica e inofensiva llamada Whole Sick Crew. Pasa mucho tiempo en la persecución de cocodrilos en la tubería de Manhattan. Como un contrapeso, aparece Herbert Stencil, el hijo de un destacado funcionario consular británico, Sidney Stencil, quien murió en circunstancias desconocidas en 1919 mientras investigaba los disturbios de junio en Malta. Sobre estos dos hombres se mueven las enormes aguas de una primera novela. Se trata de una clásica pesquisa literaria sin resolución.
V. puede ser una persona o puede ser un lugar, aunque tampoco podría ser ninguno de ellos. Pynchon lo llama, en un punto del libro, “un concepto notablemente disperso” y, en otro, “la trama definitiva que no tiene nombre”. Por tanto, V., es simplemente un MacGuffin (elemento de suspense que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia en esta).
El periplo de estos personajes es de índole jocosa-filosófica-cultural; a ratos describen parajes citadinos, a ratos carreteras rurales o mares; a veces hablan de castillos u oficinas, pero viajan siempre, ya sea Europa, América o África; en especial, me agrada que las ciudades visitadas estén revestidas por una pátina de misterio que las une a otros personajes secundarios profundamente extravagantes que entran y salen de la trama con la única intención de extender la sombra de V.
Recuerdo, una vez que las 492 páginas vuelven a macerarse en mi cabeza, al padre Linus Fairing, un sacerdote que ministra a los roedores en los túneles del metro de Nueva York; la parroquia de este hombre  es “un pequeño enclave de luz en una Edad Oscura de ignorancia y de barbarie”. Esta breve descripción de un pasaje de la novela explica el relato en sí: un largo tranco oscuro que transforma a Profane y a Stencil. Lo interesante es cómo cuenta el autor ese lapso negro en la vida de dos personajes inoperantes para el mundo moderno. Toda una proeza.
En V., Pynchon escribe con una picardía que conserva en sus siguientes libros. Por ejemplo, esta escena en Nueva York ilustra el encanto extraño que prodiga este autor: “La ciudad se estaba moviendo hacia el verano profundo, la peor época del año. Tiempo para retozar en el parque y matar a muchos niños; tiempo para que los ánimos se deshilachen, los matrimonios se rompan, todos los impulsos homicidas y caóticos, congelados por el invierno, se descongelen y salgan a la superficie, y brillen por los poros de su rostro”.
Me temo que la primera novela de Pynchon es una sorpresa refrescante, una muestra, también, de la parodia más atractiva que ha dado el siglo pasado en Estados Unidos. Es un libro muy ambicioso en el que se siente la vigorosa presencia de un autor obsesionado con los vericuetos de la historia de su país; pero contrario al clásico Gravity’s rainbow, V. tiene esa mirada sardónica que se ha ido agriando en la medida que Pynchon ha escrito más libros. Para muestra, Vineland, Inheret vice, The crying of Lot 49, Mason & Dixon, Against the day y Bleeding edge. El primer libro de Thomas Pynchon fundó un estilo que para bien o para mal rasga las vestiduras patrióticas de los gringos. Una delicia desquiciante.