EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El realismo como literatura de derecha

Federico Vite

Noviembre 24, 2020

 

(Segunda parte y última)

Recapitulemos el juicio entre el fiscal Ernest Pinard y Jules Sénard, abogado de Gustav Flaubert. Monsieur Sénard argumentó una idea poderosa para salir avante: la utilidad de la literatura. Con ese alegato, considerar a la literatura como una herramienta útil para estudiar la realidad, se absolvió a Flaubert por los cargos de ofensas a la moral y a la religión. Sénard afirmó que Flaubert hizo con Madame Bovary un estudio de lo social, para ello creó un narrador y con ese recurso evitó emitir una opinión de los hechos. Porque todo lo que dice el narrador, en realidad, no lo piensa ni dice Flaubert. El resultado ilegal del juicio es que la literatura pierde autonomía.
Para que exista la literatura sin adjetivos debe consumarse el divorcio con lo social, pero eso no ocurrió. La unión entre lo social y lo literario se convirtió en un paradigma. Es un sistema que ha dado enormes y jugosos dividendos tanto para los autores como para los editores. Ergo: el realismo se convirtió en la literatura de derecha. Eso propició que los autores comenzaran a nadar de muertito y, como si fuera una mina de oro, se sumergieron gustosos en la utilidad de la literatura. ¿Ejemplos? Becas, premios y libros de gran impacto comercial.
Todos tenemos una relación con el mercado. En el caso de los escritores, no importa si se autopublican, si son flamantes autores de algunas editoriales independientes o de un gran sello de la industria literaria; no importa incluso si engrosan las filas tristes de las ediciones del Estado o de algunas universidades optimistas. No, de verdad, no importa si ese escritor aborda temas relacionados con el comunismo, las luchas sindicales o si enfoca toda su energía en criticar las masacres y los exterminios raciales. Carece de importancia si va en contra de las múltiples injusticias monumentales que ha consumado el Estado porque ese autor es igual a todos los que trabajan para el realismo y sus matices. La gramática y sintaxis de ese autor, como las de todos los diletantes del realismo, son capitalistas.
La tarea es encontrar territorio para la literatura de izquierda, la que no puede convertirse en mercancía (como la necesita el mercado) y ostenta una férrea resistencia para transformarse en obra (como la necesita la academia). ¿Cómo hacer eso? Honestamente soy pesimista. Se necesitaría ejemplificar lo dicho con un autor que no espera ser leído ni publicado para responder esa interrogante a cabalidad. Se necesita pensar en aquel que escribe para crear su propio lenguaje. Me viene a la mente el extraordinario caso de Arno Schmidt. Pero sería materia de otro artículo perfilar a este hombre.
Literatura de izquierda (Tumbona Ediciones, México, 2011, 104 páginas), del argentino Damián Tabarovsky, involucra otros aspectos a la reflexión. Cito: “[…] la mayor parte de la literatura y la crítica que se publica desde hace años fue escrita desde dos lugares: mercado y academia”. Se infiere entonces que hay una voluntad capitalista que desea tener un mercado pujante y una academia investigando a todo vapor. Ese imaginario también incluye a muchos autores (becados o no. Debe entenderse que si no están becados trabajan para el mercado. Incluso podrían ser algunos de esos escritores especiales que laboran para el mercado pero rinden frutos en la academia o viceversa) que se devanan los sesos haciendo útil la literatura. Yo desconfío de ambos bandos: los que escriben para el mercado y los que militan en la academia. Sé también que tanto la academia como el mercado laboran en pos de la novedad, porque eso preserva el valor de uso (academia) y el valor de cambio (mercado). Son dos pistas en un mismo escenario. Anhelan la novedad literaria, pero se mienten porque reproducen lo ya tantas veces dicho (mercado) y enfatizan, con ahínco, la utilidad de lo literario (academia).
¿Hay cabida para la literatura de izquierda? Espero que sí. Aunque sin duda alguna la irrupción de la literatura de izquierda generaría algo temido por los autores del mercado y por los investigadores de la academia: caerían las jerarquías falsas. Se irían al diablo los autores, los editores e incluso los investigadores que navegan con banderas desplegadas de rebeldía, innovación e impacto social (imagínelos como productos anunciados por vendedores ambulantes) y entrarían en el mismo costal que los otros autores, quienes no presumen militancia ni panfletos pero de igual manera laboran para el capitalismo.
Otra literatura es posible, pero no es para ingenuos. Tabarovsky lo dice de una manera más clara: “Si la literatura no se las ve con el lenguaje, entonces es cierto: no le cabe otro lugar que la academia o el mercado. […]. La literatura de izquierda no busca ser reconocida, sino puesta en cuestión: se dirige, para existir, hacia un otro que la pone en cuestión, e incluso que la niega; esa situación de polemos y fratria la hace consciente de su enorme imposibilidad, de su inoperancia”.
Albergo la esperanza de un territorio para esa literatura que sea capaz de renovar la desconfianza en el orden textual impuesto por el mercado y por la academia. Porque es un hecho que en estos tiempos “escribir bien” es muy sencillo. “Escribir bien” implica tener un agente, un editor y un montón de impactos publicitarios que marcan el paso redoblado de una prosa capitalista. Es muy sencillo ser un “buen escritor” siempre y cuando se utilice lo literario en lo social; eso brinda estatus, reconocimiento e incluso novedad, aunque se trate de una patraña. ¿Qué tipo de literatura puede salir de un mercado empantanado y una academia ensombrecida? De eso hablamos la siguiente semana.