EL-SUR

Lunes 02 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El redículo

Silvestre Pacheco León

Agosto 14, 2016

El escritor José Revueltas cuenta en su autobiografía el caso del joven norteño venido a la ciudad capital de México para estudiar, y que de regreso a su tierra para pasar las vacaciones, llegó vestido a la moda del Pachuco como se estilaba en la década de los treinta, con su traje amplio, camisa floreada, cadena de la pretina a la bolsa del pantalón y sombrero corto de fieltro, a la Tin Tan.
Ni se diga el hablar que también, con el modo de hacerlo, quería parecerse a los citadinos de México.
El joven se proponía llamar la atención de sus paisanos en aquella sociedad provinciana y conservadora (que nos podemos imaginar que era la ciudad de Durango), deteniéndose en el centro del pueblo después de su llegada a la terminal.
En efecto, su modo de vestir no pasó desapercibido para nadie y tampoco faltó algún familiar que se lo comunicó al padre del joven.
–Vete a ver a tu hijo, la gente se ríe de la manera como anda vestido.
Cuenta el escritor que al cerciorarse el padre de lo que ocurría, llegó presto hasta la presencia del hijo recriminándole sus “visiones”.
–Vete a la casa a cambiarte inmediatamente, le dijo, y deja de hacer el “redículo”.
Con esta anécdota, el conocido escritor mexicano inicia su autobiografía contando en seguida el “redículo” de su vida cuando, comisionado por el Partido Comunista quiso cumplir lo mejor que pudo con la encomienda de conseguir pases o salvoconductos para que los activistas de su partido pudieran viajar sin pagar en los ferrocarriles nacionales por toda la República.
Cuenta el escritor de El Apando y El luto humano, que era la época cardenista, y su partido razonaba que siendo el presidente de la República de criterio tan amplio, sin duda que no le negarían la solicitud, máxime que en aquella época el titular de los Ferrocarriles Mexicanos era nada menos que el general Francisco J. Múgica, entonces Secretario de Comunicaciones con quien la familia del escritor tenía cierta relación.
José Revueltas recuerda que llegó a la entrevista con todo el entusiasmo de un joven rebelde y comunista, sintiéndose muy importante por ser el portador de tan delicado encargo de su partido.
Cuando fue recibido por el funcionario que dejó su asiento y el escritorio para adelantarse a saludarlo en la entrada misma del despacho, Revueltas en lugar de agradecer el gesto educado del general, encendió su pipa y jaló una silla para sentarse antes de que se la ofrecieran y, sin esperar a que el general Mújica volviera a su lugar, le expuso con todo desenfado el asunto que llevaba.
–Mi partido me ha comisionado para solicitar a usted el apoyo para que nos otorgue algunos pases que puedan utilizar nuestros compañeros en sus recorridos en el país promoviendo la organización de los trabajadores.
Entonces la respuesta del general divisionario lo ubicó en la realidad.
–Qué la hace suponer a usted que un bien público que yo tengo bajo mi responsabilidad pueda destinarlo a las actividades de su partido.
–Con qué argumentos podría yo, que soy un servidor público, justificar el desvío de recursos de una empresa del gobierno para favorecer a un partido.
Revueltas cuenta que no supo como contestar y salió de la oficina con la pena de haber hecho el mayor de los ridículos frente a un hombre que la historia ubicó entre los escasos políticos de una honestidad a toda prueba.
Después de leerlo me propuse recordar algún ridículo mío pensando que, como José Revueltas, al contarlo pudiera reírme de mí mismo.
La verdad no tuve que hacer un gran esfuerzo de memoria para recordar aquel viaje que hice de la ciudad de México a Chilpancingo en mi época de estudiante preparatoriano, allá por 1973.
Venía a entrevistarme con el gerente del Banco Rural, cuyas oficinas se encontraban atrás del Palacio de gobierno.
El motivo de la entrevista era resolver el adeudo que mi padre tenía con la institución bancaria, por un préstamo de avío adquirido para la siembra de maíz de temporal.
El monto del préstamo había sido realmente ridículo y su pago se pospuso porque una sequía dejó a mi padre sin cosecha, pero con el manejo usurero del banco, la deuda crecía y crecía a pesar de los abonos.
Mi padre sufría de congoja cada vez que el cobro llegaba porque iba junto con la amenaza de embargarle la parcela, hasta que me propuse acudir en su auxilio y dejar las cosas saldadas.
A pesar de mi joven edad me sentía ya con la experiencia de quien sabía organizar una huelga y dirigir un mitin.
La verdad iba yo ridículamente vestido, no tanto como Tin Tan, pero sí en la onda guerrillera, con mi casaca tipo militar, el pelo largo, pantalones acampanados y botas de montaña. El joven rebelde frente al burócrata aprovechado.
Entré a la oficina del banco sintiéndome muy dueño de la situación, pero tanta espera para ver al gerente fue cambiando mi original entusiasmo.
Cuando el gerente por fin me recibió, lo hizo con un desdén tan ostentoso, que casi me obliga a pedirle perdón por distraerlo de sus ocupaciones.
Mirando mi aspecto, me dijo que dejara de andar perdiendo el tiempo, que me dedicara a estudiar como Dios manda, porque era la mejor manera de ayudar a mi padre.
Nomás por no dejar llamó a mi presencia a uno de sus colaboradores para que me informara sobre la situación del crédito de mi padre.
Salí del despacho con la moral por el suelo, y si no ha sido porque el inspector de campo me permitió conocer el estado de cuenta de mi progenitor, donde descubrí que el banco mañosamente aplicaba a los abonos a pagar intereses adelantados, en vez de afectar al capital, ni siquiera hubiera conseguido mi propósito.
Aunque al final logré mi objetivo con una reestructuración del crédito que pagué con puntualidad, quizá la deuda hubiera alcanzado cantidades estratosféricas.

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