EL-SUR

Sábado 27 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Santo Entierro

Silvestre Pacheco León

Marzo 13, 2023

El viernes 10 de marzo terminó la fiesta del Santo Entierro, conocida también como del Señor de Xalpa que se conmemora en la región de la Montaña, principalmente. Este año coincidió con el día que se cumple el tercer viernes de Cuaresma, período que los católicos han establecido para recordar el ayuno que Jesucristo realizó en el desierto.
En Quechultenango, en la casa de mi madre, al término del rezo del Santo Entierro la fiesta continuó con la tradicional cena de tamales y atole que se sirvió en el noveno día de la celebración.
Un grupo de vecinas que en ocasiones como esta se suman al trabajo propio de la fiesta llegaron desde temprano para preparar en comunidad el atole y los tamales que en grandes botes cocieron con lumbre de leña que ha dejado de ser lo más natural en la cocina.
Alegre el grupo de trabajo me recordó que ese ambiente es propio de las fiestas que en los pueblos refuerzan la trama de la vida en comunidad, y me dio gusto que siendo por más de medio siglo la única casa en el pueblo que reproduce la fiesta que se celebra con tradición en Xalpatláhuac, ahora se ha sumado otra familia al mismo objetivo y la gente del pueblo está contenta porque quienes tienen promesa de ir al santuario de la Montaña cuentan ahora con la opción de pagar su manda sin gastar lo que no tienen visitando cualquiera de estos domicilios.
Claro que la fe y religiosidad despiertas en este festejo no es un hecho fortuito, sino el resultado natural del largo sufrimiento que significó la pandemia del coronavirus para la vida de la mayoría de las personas que encontraron en la religión la fuerza y el consuelo por las pérdidas de familiares.
Eso explica también que por primera vez en tantos años de rezos que mis hermanos sufragan para seguir la tradición de mis padres y abuelos, ahora se han producido peticiones de los vecinos para participar en los gastos y su organización, por eso en algunos de los días de rezo las personas que acompañaron recibieron doble ración de los antojitos que se reparten en agradecimiento por su asistencia.
Me dio mucho gusto que cada tarde durante los nueve días pudiera saludar y platicar con viejos conocidos en un reencuentro que es la verdadera celebración de la vida recordando hechos que la memoria a veces se niega a resguardar. Eso me sucedió con Emiliano Barrios que fue mi compañero en la secundaria quien aceptó de buena gana la invitación para encargarse de echar los cohetes de rezo .
Para el efecto encierra a tiempo su rebaño de chivos que a diario pastorea en la ladera del cerro reseco donde sus animales se mantienen ramoneando la parte verde de los espinos y huizaches, el fruto de los cuahulotes y las semillas de los mezquites.
Acompañándolo en el arte de echar los cohetes junto al río hicimos repaso de los nombres de todos los que fueron nuestros compañeros, y de él salió la idea de convocarlos para un reencuentro y recuento de los que hemos sobrevivido.
Por esta nueva experiencia post pandemia en mi familia, comenzando con mi madre cuya edad de 97 años también la gente reconoce con su presencia.
Como todos los años en que he tenido la oportunidad de participar de la fiesta del Señor de Xalpa organizada por mi familia, durante estos días de Cuaresma, cuando el sol reseca todo lo verde del llano y de los cerros, huelo el incienso de copal que arde en el altar mientras escucho el canto tristísimo de la rezandera que recuenta la pasión de Jesucristo mientras Emiliano echa a volar los cohetes en cada misterio del rosario.
El rezo del noveno día con el que concluye la conmemoración se festejó con una cena de atole champurrado y tamales de rajas con queso, pollo en salsa verde, mole con carne de cerdo y dulces o heridos, envueltos en hojas de mazorca.
Para su confección vino un ejército de combativas mujeres que al medio día habían terminado de batir la masa y fabricado 200 tamales que estuvieron cocidos en un santiamén, listos para su consumo después del último rezo.
De toda esta costumbre religiosa que en nuestra casa tiene una tradición de más de cien años ha nacido una comunidad de hombres y mujeres que después de cada rezo se reúnen, platican y conviven, tejiendo así las llamadas tramas sociales que anclan y dan consistencia a la vida de los pueblos.
Muchas personas que llegan a la casa lo hacen con la primera intención de ver y saludar a mi madre que este año ha cumplido la friolera de 97 años, una de las más longevas en el pueblo, envidia de lucidez y salud.
Después de los rezos las tardes siguen el ritmo de siempre, el canto de las alondras avisan del inminente anochecer que el reloj de la iglesia se encarga de marcar con sus campanadas.
Por ese reloj llevo la cuenta de la hora que canta cada pájaro de los que viven en el jardín de la casa.
Hay en el tulipán africano un nido del pájaro metlapilero, una ave nocturna cuyo último canto se escucha a las doce de la noche cuando lo releva con su ulular el tecolote, lechuza o búho desde lo más alto del árbol de mangos.
En la madrugada el primer canto es un cur cur cur no identificado, luego el ruido del pájaro carpintero que no se cansa ni termina de enterarse que es él mismo quien se refleja en el vidrio de la ventana que pica inmisericorde como hace un despertador.
Así amanece aquí con el canto de los pájaros y el cucú de las palomas y el huaco que con su cue cue cue, llama el agua o avisa que tiene sed cuando los zanates alegran con su agudo chillido.
Los árboles frutales de la casa que ahora se aprovechan son los nanches, limones, mameyes, anonas y guanábanos. Los que están dejando de florear para pasar a dar sus frutos son los árboles de mangos y guamúchiles.
Este año se ensayará con sus primero frutos un nuevo árbol de mangos criollos y un ciruelo. La parota que creció sola junto al río luce sin melena pero llena de frutos verdes en sus ramas.
Ayer en la mañana corté dos guanábanos maduros y encontré estrellados en el suelo dos zapotes blancos que no pude cortarlos con oportunidad.
Muchas de las plantas de ornato se preparan para florear en la primavera, aunque algunos como los robles que el año pasado se ensayaron ahora han pintado a tiempo el paisaje con sus ramos de flores rosadas como el exótico árbol que creció sin mesura junto a la jacaranda y ahora se extiende sobre las copas de los demás con sus flores diminutas como las espigas, alimento de cientos de abejas cuyo aleteo al libar la miel se escucha lejos como el rumor de un ejército en marcha.
Entre los crotos de hojas multiformes y multicolores se abren paso los jazmines perfumados como botones blancos, también las acotopes o huevo de obispo, verdes de tallos y estilizada figura, con sus frutos redondos de rojo brillante. También la enredadera recién descubierta de flores moradas crecida en la cerca en forma de estrella que de acuerdo con la información de internet debemos llamarla Wisteria, nada más fiel a su nombre.