Lorenzo Meyer
Septiembre 20, 2021
AGENDA CIUDADANA
A Maripaz Díaz Chávez por su largo y eficaz apoyo a las tareas de El Colegio de México.
Desde 1992 casi la totalidad de los miembros de la ONU ha condenado el bloqueo económico de Cuba impuesto por Estados Unidos en 1960, el más prolongado de la historia contemporánea. Aquí en México el presidente cubano Miguel Díaz-Canel, invitado de honor a nuestras fiestas patrias volvió a denunciar ese bloqueo. El presidente mexicano se solidarizó con su contraparte en su resistencia “numantina” frente a la mayor potencia mundial.
Caracterizar las relaciones entre los estados como de amistad, fraternidad o lealtad es frecuente, pero tales términos son propios de las relaciones entre individuos no entre gobiernos; éstas pertenecen al mundo brutal del realismo político. El presidente de México y muchos más deseamos que se ponga fin a las penalidades que por generaciones han sufrido los habitantes de la isla caribeña a causa del enfrentamiento entre el David cubano y el Goliat norteamericano. Pero esta toma de partido del gobierno de México está siguiendo, aunque con mayor convicción, la política de Adolfo López Mateos y otros de sus sucesores. Y es que, al defender la soberanía de Cuba en una situación de asimetría de poder extrema, se defiende también la independencia relativa de México ante su poderoso vecino, independencia que tanto ha costado forjar a lo largo del tiempo.
La relación de México con Cuba se inició hace cinco siglos, pues de ahí salió la expedición de Hernán Cortés. Durante todo el período colonial el puerto de La Habana fue escala obligada para el comercio trasatlántico. En el siglo XIX la fortaleza de San Juan de Ulúa fue el último bastión español porque se le aprovisionaba desde Cuba y de ahí partió la expedición de Isidro Barradas que llegó a Tampico en 1829 con la pretensión de reconquistar a México. Fue también por motivos de seguridad que se jugó con la idea de una expedición México-Colombia para liberar a Cuba y eliminar la posibilidad de usara la isla como base para recuperar el imperio americano de España.
En principio, a los gobiernos mexicanos de la segunda mitad del siglo XIX les atañó, por interés propio, el resultado de las tres guerras que a partir de 1868 emprendieron las fuerzas independentistas cubanas. Junto con otros países latinoamericanos, México respaldó el esfuerzo por una Cuba independiente.
Tras la guerra con México, en Estados Unidos se multiplicaron los planes para hacerse de Cuba por compra o por fuerza. Cuando en nuestro país se restauró la República se vio con temor que Cuba pasara a manos norteamericanas. En el Porfiriato, una campaña de prensa alentó al gobierno a intentar la compra de Cuba para evitar que Estados Unidos se apoderara de ella. En 1898 y a causa de un incidente en Cuba, estalló la guerra entre Estados Unidos y España que resultó desastrosa para esta última. En esa coyuntura, México permitió que oficiales españoles adquirieran avituallamientos para la defensa de Cuba. La armada norteamericana interceptó el embarque, pero el incidente mostró donde estaba el interés mexicano en ese conflicto.
En el siglo XX la “Cuba independiente” sólo lo fue formalmente pues quedó absolutamente a merced de los intereses norteamericanos, pero en 1956 y en plena Guerra Fría, el gobierno mexicano permitió que un puñado de revolucionarios cubanos se entrenaran aquí y zarparan desde Tuxpan para iniciar un movimiento guerrillero con la improbable meta de derrocar a un gobierno pronorteamericano. Lo improbable ocurrió y en 1959 el nacionalismo cubano revivió, pero de inmediato se topó, entre otras cosas, con el bloqueo económico.
Como en el pasado, está en el interés nacional de México, en la medida de sus posibilidades, oponerse a que Goliat se salga con la suya pues nada asegura que un día a nosotros nos pueda tocar el papel de David.