EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

El síndrome de Andrés Manuel

Raymundo Riva Palacio

Agosto 22, 2005

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Las huestes incondicionales de Andrés Manuel López Obrador, precandidato del PRD a la Presidencia, están desatadas contra Cuauhtémoc Cárdenas por su coqueteo hacia otros partidos para evaluar su cuarta candidatura presidencial. Todo tipo de epítetos se le han lanzado en privado, desde la superficialidad de su edad hasta tildarlo de traidor, pasando por supuesto por la categorización de loco. Hay en todas esas descalificaciones un dejo de preocupación porque una ruptura en el PRD, que es lo que significaría la aceptación de Cárdenas de otra candidatura, incrementaría las dificultades que ya tiene López Obrador para entrar en competencia electoral en 2006.

Pese a ser puntero en las encuestas, la popularidad de López Obrador da muestras de fatiga, lo cual es natural. Si alguien llega tan alto en tan poco tiempo, es extremadamente difícil que siga subiendo; lo normal es que sólo baje. Además, la popularidad no se traduce mecánicamente en voto, más aún si falta casi un año para las elecciones, y aún no hay candidatos oficiales, ni se ven las estructuras, ni empiezan las campañas. El triunfalismo que hay en algunas partes del equipo de López Obrador, que inclusive ya empezaron a repartirse puestos en el gobierno federal, no es compartido por otras partes del mismo equipo, que saben perfectamente que si no logran elevar el número de votos fuera de la clientela del PRD, van a estar fuera de competencia.

Para contender contra el PAN y el PRI necesitarían de al menos unos tres millones y medio de electores nuevos, si se mantienen las tendencias de voto y abstención actuales, por lo que si Cárdenas saliera del PRD, a ese total se le tendrían que añadir varios cientos de miles –o quizás una cifra de siete dígitos– a las necesidades objetivas para entrar en competencia. Quien piense que la elección de 2006 está decidida, está en un error absoluto. El sector más fogueado e inteligente alrededor de López Obrador, está encabezado por Manuel Camacho, quien abandonó el PRI indignado porque la persona por la que trabajó toda su vida profesional para llevarlo a Los Pinos, Carlos Salinas, no le heredó el poder cuando creía merecérselo, en 1994, y lanzó un partido para apoyar su propia candidatura presidencial que fracasó.

Camacho es el verdadero jefe de campaña de López Obrador, como lo fue de Salinas en su campaña presidencial, y ha estado tejiendo alianzas en México y en Estados Unidos –donde está en pláticas para contratar una influyente agencia de relaciones públicas de Washington– para persuadir que el tabasqueño es lo mejor que tiene el país para gobernarlo el siguiente sexenio. Pero las cosas no les están saliendo del todo bien, como pregonan. Una clave sutil fue el artículo que escribió Camacho en El Universal hace una semana donde se quejaba de que “la derecha” –eufemismo de empresarios– le tiene miedo a López Obrador por lo que no se ve dispuesta a inyectar recursos a su campaña, que se dio tras las fallidas gestiones para hablar con los más importantes empresarios de Monterrey.

Al precandidato le fue mal no exclusivamente porque la visión de los empresarios de Monterrey sea totalmente diferente a la de López Obrador y le tienen desconfianza. La razón central de su malograda visita con ellos se dio porque la persona regia que buscó las citas está muy desprestigiada. López Obrador pagó platos rotos que ni siquiera quebró. Esa dialéctica se extrapola a otros campos de la precampaña. El umbral de la ruptura dentro del PRD no se da porque López Obrador esté tan sólido para la candidatura –la razón por la que Cárdenas se retiró de buscarla es porque las encuestas le eran totalmente desfavorables–, sino porque la masa gris que rodea íntimamente al precandidato, Camacho y su eterno colaborador Marcelo Ebrard, son enemigos históricos del PRD.

En las turbulentas elecciones de 1988, las noches siguientes a que se anunció la victoria de Salinas fue Camacho quien ofreció reconocer al movimiento de izquierda que tuvo a Cárdenas como candidato, sus victorias en el Distrito Federal, Guerrero, Michoacán, Morelos, y en diversos distritos del estado de México, a cambio de que no rompieran el orden constitucional. No lo hizo, pero sólo cumplieron Salinas y Camacho con victorias limitadas en el Distrito Federal y Michoacán. Tras de ello, Camacho y Ebrard se convirtieron en los principales operadores salinistas contra lo que sería el PRD. Toda esa aquella campaña en contra del partido en el sexenio salinista, le costó al PRD más de 500 muertos. Vista la historia, se puede comprender que sea inaceptable para quienes lucharon y murieron, que Camacho sea la materia gris de López Obrador y que Ebrard sea el delfín del tabasqueño para la candidatura al gobierno del Distrito Federal.

La dupla Camacho-Ebrard es lo que está causando el desgranamiento en el PRD. López Obrador le hizo caso a Camacho en la designación de Yeidckol Polevnsky en la candidatura para el gobierno del estado de México, que terminó en fracaso, y ahora está necio en mantener a Ebrard como su candidato al Distrito Federal, sobre la base de que es quien sale mejor en las encuestas. La obsesión de López Obrador por Ebrard parecería responder al Síndrome de Estocolmo, donde el precandidato fue cautivado por Camacho, su anterior represor, y quedó subordinado a sus deseos: le hace caso en todo, habla sólo lo que le indica y ejecuta sus recomendaciones, como en el caso de Ebrard, quien fue el brazo ejecutor de la campaña en contra del PRD. Para algunos resulta muy difícil entender la oposición de Cárdenas, entre otros perredista, a los caprichos de López Obrador inspirados por antiguos salinistas. Para otros es al revés. ¿Por qué manejan a López Obrador quienes antes trataron de aniquilar al PRD? Quizás, porque López Obrador ya dejó de tener corazón perredista.

 

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