EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Sur, 27 años, un recuento personal

Aurelio Pelaez

Mayo 04, 2020

 

En 1993 el gobernador era Rubén Figueroa Alcocer y lo acababa de ser José Francisco Ruiz Massieu y el PRI parecía eterno. En el Zócalo de Acapulco los priistas ocupaban el Café Astoria a mediodía y los antipriistas, que éramos los universitarios, la noche. El mundo entonces / !el gaaaaas, el gaaasss…! era simple aunque los nocturnos fuéramos minoría o minúsculos (en retrospectiva puedo parafrasear ahora al escritor español Manuel Vázquez Montalbán, “estábamos mejor contra (el PRI), Franco”). En las mesas del Astoria aprendí a ser tolerante, yo que venía de la UAG de Rosalío Wences Reza y de la ultra de Patria o Muerte, y ahora una de las personas que más quiero y casi nunca veo es un priista que se llama Armando Terrazas. Ahí me enteré a principios de enero de ese año que un grupo de personas estaba armando un diario tipo La Jornada / ¡se compran, refrigeradores, estufas, tambores, o algo de fierro viejo que vendaaaan…! / desde Acapulco. Ya me había recorrido laboralmente los periódicos habidos de Acapulco y la censura y la autocensura no me eran ajenos. Entonces voy y que me paro en donde me dijeron que iban a estar las oficinas y sólo había unos cuartos pelones y una mesota en donde me recibieron Juan Angulo y Tomás Tenorio, que me hicieron según, un examen. Ahora me pregunto, para qué, si no había la gran filota, es más nadie se iba a ir a trabajar a un periódico que lo supe luego, el gobierno del priista Figueroa lo había definido como un enemigo a su gobierno y yo ya traía algo de cartel. Pasar a esa aventura que me dijeron que se llamaría El Sur implicaba renunciar al chayo y a no cobrar en las nóminas de gobierno. Para espanto de Juan y Maribel, a quienes conocí antes en una boda en un saloncito de Chilpancingo / ¡tamales oaxaqueños, se venden ricos y deliciosos tamales oaxaqueños! / les dije que renuncié al Sol a principios de marzo, y no cobramos hasta el 15 de mayo. Cuando tienes 26 años eso no importa. Luego llegaron las Mac. Festejamos el número cero y el 3 de mayo el uno. Fotos en portada de Elsa Medina o Raúl Ortega o a la inversa, en los altos de la cantina de los billares Imperial. Después el 5, el 10, el 20 y el mes y cuando Hugo, el contador del periódico se comenzó a sacar los billetes del calcetín para pagar las rondas y luego las quincenas, comenzaron mis dudas. Los buenos tiempos duraron dos o tres meses. La ciudad, la sociedad, no respondió como esperaban los fundadores del proyecto. Los empresarios, esos que gritan neuróticos cuando se habla de los problemas de Acapulco como la violencia, la pobreza o la contaminación de las playas menos, con un periódico como el de nosotros que los resaltaba. Del gobierno, cierre de ventanillas, y de los otros periódicos, boicot. El salario pasó a mocharse: de anticipos, como le llamaron a las quincenas a medias, se pasó, como lo calificó el reportero Heriberto Ochoa, a los “atracipos”. Pero la posición editorial del periódico no dio pasos atrás / (tuit, tuit (patrulla), quédate en casa / En 1993 el mundo de la prensa escrita era el latido de la ciudad, o por lo menos del Zócalo de Acapulco y sitios aledaños. El Café era el Astoria, desayuno en La Flor de Acapulco, la cantina el Bar Chico y la cena Tortas Ricardo o La Gran Torta. Después de dar clases en la Prepa 7, Magdaleno Sandoval se pasaba al Zócalo a comprar los periódicos y a leerlos en el Astoria, delante de un Americano. Se los pedían prestados. Los mandaba a la chingada. “Cómprenlos cabrones”. En el restaurant Sanborns don Raúl Whaley tenía una mesa para él y sus periódicos que desplegaba alrededor del tradicional y desabrido café y alguna concha. Sus contemporáneos le decían el Supermán, porque “se echa cuatro diarios”.

Cuando El Sur se comenzó a distribuir era de 28 páginas, luego de 24 y en la crisis andaba por 16. Un distinguido profesor universitario y comunista (definición en extinción), R. Trejo, aconsejaba para levantar las ventas, “pongan muertos y nota roja”, y su compadre Romualdo nos decía “la Jornadita”. Con Raúl García, camino al Bar Chico, cuya vía le enseñé, mirábamos el parámetro de lectura que eran los diarios que tenían los que se daban bola en el Zócalo. “Ay cabrón, ya vi uno que lo compró”. Ya era algo. Cuando un alcalde consultó con reporteros de la fuente qué pensaban de El Sur /tititiririrí (parece que es ‘viva mi desgracia cruel, habrá que lanzarle diez pesos desde la ventana del cuarto piso al organillero) / un reportero, Julio Zenón, le dijo entonces que ahí no se anunciara, porque el suyo era el de más influencia ya que lo leían las amas de casa.

Eran los tiempos del papel

En 1993 Acapulco tenía (y tiene) una precaria vida intelectual y literaria y casi toda confluía en el Astoria. La vida política entre Sanborns centro y la Flor de Acapulco, cuyas meseras viejitas eran bien regañonas. Eran tiempos de papel. Hacer y tener un diario implicaba irrumpir y hacerse parte de esa vida cotidiana. Juan Villoro escribe en Palmeras de Brisa Rápida (1989) el celo con el que los yucatecos defendían su periodismo local. Cuando quiso comprar La Jornada en Mérida el puestero le respondió esquivo, “ya se gastó”, pero la tenía escondida. En ese estado mismo creo que se decía, “si lo dice el Diario de Yucatán es que es cierto”. Y en Monterrey se cuenta que a las 8 de la mañana la gente salía por el pan y por El Norte. La primera manera de conocer una ciudad y su pulso es salir temprano a comprar sus diarios. En 1993 en Acapulco los periódicos del Centro llegaban por avión y después de las 11 de la mañana. Costaban casi al doble de precio original y El Sur llegaba pues como foráneo. En San Luis Potosí que queda a cuatro horas de la Ciudad de México (estuve en 1994) los periódicos del Centro llegaban en camión y a las 10 de la mañana pero se vendían hasta las 3 de la tarde, ya cuando Pulso y los demás daban sus primacías. También las cantinas, las no turísticas, son una forma de conocer la ciudad, pero si llegabas a una desplegando un periódico de la capital te jodías / se compran, refrigeradores, estufas, tambores, o algo de fierro viejo que vendaaaan (¿otra vez?) /, eras chilango.
Cuando El Sur comenzó pasó eso. Se le creía chilango, porque se maquilaba en los talleres de La Jornada y se decía que el director lo era, a pesar de ser bien calentano. Además los tiempos se colgaban por una peculiaridad de Juan que a 27 años sigue intacta: no quiere dejar ir la última nota y tiene una obsesiva fijación por la corrección. Los directores de los demás periódicos empujaban el dedo por el prejuicio de lo chilango. A mí como provinciano al principio me ganaba la idea de estar relacionado con La Jornada. Debates con Maribel (que venía del Unomasuno y Juan de la jefatura de Redacción de La Jornada) me convencieron de que El Sur era del sur y de Guerrero y que se hacía o se debía hacer un periodismo como el del del centro sin estar viendo su espejo o querer ser su reflejo. Así las cosas hasta nuestro primer y grandísimo fichaje local, don Anituy Rebolledo, de entonces gran reputación y que en Novedades firmaba como / … patitas de pollo, ricas y deliciosas patitas de pollo, con harto harto chile y harto harto limón… Antonio Bayardi en su columna Ciudad y Puerto.
En 1993 todavía había reporteros (no periodistas, que es una descripción más amplia) que compraban periódicos. Y que leían. El periodismo tuvo un auge en reportaje, crónica, investigación. El Unomásuno era casi extinto y su suplemento cultural que dirigió Fernando Benítez y luego Huberto Batis decían adiós, y el de La Jornada con Benítez y luego con Roger Bartra y Villoro eran la neta del planeta. En mi caso le agregaba Vuelta de Paz (cuyas lecturas no recuerdo ni entendía) y Nexos de Florescano y ahora de Aguilar Camín. “Cuando te cases y tengas hijos vas a dejar de comprar todo eso”, me decía mi colega en Novedades Armando Robles (1990) al verme cargar el tambache. Treinta años después mis hijos y yo seguimos comprando revistas y libros y en mis departamentos (Acapulco-Cdmx), estamos desbordados de papel. Veintisiete años después ningún reportero compra periódicos, incluidos los que trabajan en prensa escrita. Esa generación a la que se les identifica como millenials y cree que inventaron todo sin saber cómo funciona nada (el know how) y tienen la certeza de que el mundo empieza y termina en una pantalla. Pero las crisis colocan las cosas en su justo sitio, / (tuit, tuit, tuit), quédate en casa / el periodismo escrito se asume ahora en el comercio digital, en principio en desventaja. Las redes sociales dan noticias gratis, la prensa escrita busca adaptarse. Algunos medios dejan en parte el papel, que no implica abandonar la buena redacción, que deviene en una correcta organización de las ideas, ni el rigor periodístico. Enfrente las “benditas” redes sociales que encomia López Obrador y su consecuencia inmediata, las fake news. Quién iba a pensar que donde algunos creían que se terminaba el papel del periodismo crítico volvía a dar vuelta de nuevo la rueda. Pero a estas alturas del partido está bien terminar aún envolviendo un kilo de tomates en el Mercado Central, señal de que cumplimos el ciclo.