EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

El territorio común

Silvestre Pacheco León

Febrero 13, 2023

En las zonas costeras de la república que suman 11 mil 122 kilómetros, el capital ha dominado como propietario y beneficiario de las bellezas naturales y de la renta del turismo.
Durante la época de los llamados polos de desarrollo fueron los inversionistas privados nacionales y extranjeros los principales beneficiarios de la infraestructura turística construida con los recursos públicos. La apropiación privada del territorio costero no ha cesado desde entonces, acrecentando la desigualdad social que se acumula en sus puertos como Acapulco y Zihuatanejo.
En este último, considerado de vida cara, donde apenas unos pocos trabajadores reciben bono por concepto de vida cara, las cifras publicadas por el gobierno federal dan cuenta de que el 70 por ciento de sus habitantes carecen de acceso a la salud y a la seguridad social y viven problemas serios de contaminación, reducción de espacios verdes, desabasto de agua y carencia de servicios básicos en sus viviendas, además de los hoteles la propiedad inmobiliaria crece incontenible a lo largo de la franja costera cambiando el ambiente y desalojando a la población local que no cuenta con el respaldo oficial para hacer frente a ese fenómeno económico que lo reduce y lo expulsa de su patrimonio en un proceso alarmante que hace crecer la brecha de desigualdad social.
Resulta abominable que a medida que pasa el tiempo cada vez sean menos los habitantes de Zihuatanejo que disfrutan de las playas de la bahía debido a su exclusividad y privatización que obliga a consumir alimentos en los restaurantes para disfrutar de ellas.
Su población en la ciudad cada vez tiene menos acceso al disfrute de las bellezas naturales del puerto y a las actividades recreativas familiares mientras la ciudad continúa creciendo con las deformaciones propias del abandono provocadas por la indolencia institucional.
La mayoría de la población vive en condiciones precarias en las faldas de los cerros que no cuentan con vialidades y urbanización ni transporte, razón por la cual se privan de los servicios públicos, obligados a pagar más caros el transporte, el precio del gas y el agua.
En el medio rural las cosas no son mejores porque los pobladores nativos viven bajo la presión de los grandes inversionistas y carecen de medios para la defensa de su territorio, viéndose obligados a enajenar sus tierras para convertirse en mano de obra al servicio de los rentistas.
La verdad estas son las “bondades” que tiene el turismo diseñado por las empresas trasnacionales frente a las cuales no hay ningún modelo distinto a seguir, y menos si se carece de organización porque para beneficiarse de la renta del turismo los únicos métodos que se conocen requieren de un alto componente de capital.
Así es como se va modificando el entorno a gusto de los planificadores y constructores para quienes la naturaleza representa un obstáculo en su visión urbanística.
El abandono obligado del territorio en las playas por sus dueños originarios es una constante que el gobierno debería revisar porque la única defensa que tienen frente al capital es precisamente su posesión mientras el capital tiene mil y una formas de adueñarse de esa franja atractiva de tierra frente al mar.
Las concesiones federales, aparte de ser discrecionales en manos de los ayuntamientos, permiten la concentración de esa superficie en pocas manos, sobre todo los clasificados como “terrenos ganados” al mar administrados por la Zona Federal Marítima Terrestre dependiente de la Semarnat, las cuales a menudo se obtienen mediante obras que son ilegales o perjudiciales a los ecosistemas como sucede en la bahía de Zihuatanejo donde en los años noventa del siglo pasado se permitió la construcción de una escollera con la finalidad de ganarle terreno al mar para apropiarse de las playas del Almacén y Contramar, poniendo en tan grave predicamento a la bahía que desde entonces sigue padeciendo los efectos de la contaminación procedente de los cerros que forman el anfiteatro.
La expulsión de pescadores y población local de esos espacios que ahora se consideran privados es una de las afrentas más grandes que sufre la comunidad que tiene que buscar otros lugares para disfrutar de los beneficios que alguna vez tuvo.
En contra de esa política que privilegia al grupo de beneficiarios más reducido del país, se han construido obras de impacto social que se pueden considerar como reivindicativos en el uso y aprovechamiento del territorio y en contra de la desigualdad. Me refiero a los parques que van quedando como reductos de áreas verdes dentro de la urbanización.
Ese es el más profundo significado que tiene la obra del parque lineal de Zihuatanejo construido en el camellón del canal de aguas pluviales del arroyo de Agua de Correa año 2014, una zona reforestada por la comunidad que atraviesa prácticamente la ciudad y constituye uno de los paseos masivos de nativos, residentes y visitantes que lo une con la playa principal y Paseo del Pescador en el corazón de la ciudad y el Paseo del Pescador cuya construcción permite que la población local pueda acercarse al océano y disfrutar del paseo, la pesca, natación y el relajamiento.
La ciclopista es la otra obra emblemática que une al puerto de Zihuatanejo con la Ciudad Integralmente Planeada de Ixtapa, cuya construcción permitió la defensa del arroyo del Limón que ha dado vida a un relicto de bosque originario formado por gigantes árboles de huje y una comunidad que aprovecha colectivamente el agua que discurre la mayor parte del año rumbo a la bahía, integrándose de esa manera como un activo más en el catálogo de los atractivos turísticos a la salida de Zihuatanejo donde siguiendo el margen del bulevar avanza al pie de uno de los cerros mejor conservados de selva originaria a cargo de la Secretaría de Marina.
Así baja la ciclopista al pie de la avenida de los Viveros cruzando la zona habitacional de los trabajadores hoteleros de Ixtapa y después de bordear la zona destinada al club de golf llega hasta la entrada del parque Aztlán a cargo del Fonatur para adentrarse en la selva costeña propiamente dicha del cerro de la Hedionda cuyo nombre deriva del olor nauseabundo dejado por una ballena que encalló en la playa Linda.
La ciclopista llega allí rodeando la laguna del Negro por un camino denso de árboles de roble plantados por el Fonatur a finales de los años noventa. Enmedio de la milagrosa selva caducifolia donde el paseante puede admirar la diversa riqueza de árboles y plantas que dan vida también a una gran variedad de animales y aves, la ciclovía lleva hasta el cocodrilario, destino donde la laguna hace contacto con el mar y la extendida zona de mangles crea el ambiente donde conviven peces y reptiles que por temporadas son visitados por los atractivos flamencos rosados que dan fama a la península de Yucatán.
Esas obras que todos los días disfrutan los habitantes locales, residentes y visitantes, son las que conviene multiplicar porque de muchas maneras reivindican el derecho de los habitantes a disponer del territorio que habitan.