EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El tiempo como herramienta literaria

Federico Vite

Febrero 16, 2021

Viene a cuento un parlamento de Julius O’Hara, interpretado por Peter Lorre, en Beat the devil (1953), película de John Houston, cuyo guión es de Truman Capote y John Houston. El texto dice así: “¿Qué es el tiempo? Los suizos lo manufacturan, los franceses lo recortan, los italianos lo despilfarran y los americanos dicen que es dinero e industria y que el tiempo no existe. Te diré lo que veo, yo veo que el tiempo es un criminal”. Para los acapulqueños, el tiempo es otra cosa, pero antes de entrar a ese asunto hay otra vaina de cepa literaria que pelar.
Me asombra que el manejo del tiempo narrativo sea visto por la gran mayoría de reseñistas profesionales como una simple referencia (pasado, presente) que se ajusta a la forma, la trama y la resolución de las novelas. Es visto como un andamio de la linealidad cronológica, ya sea invertida o transpuesta. Es difícil, claro, que la narración se escape de esos elementos de linealidad, ya sea transpuesta (alterando el orden de los elementos de un relato) o invertida (iniciando por el fin y acabando en el principio). Hay novelas, por supuesto, con saltos temporales (analepsis/ prolepsis/ racconto), pero el tiempo permanece como un andamio cronológico de la historia, incluso cuando se dilata o se acelera (como bien dijera Renato Leduc: Sabia virtud de conocer el tiempo, a tiempo amar y desatarse a tiempo; como dice el refrán: dar tiempo al tiempo). Por ejemplo, en un día ocurre Ulysses, de James Joyce, cuya extensión es de 730 páginas. En más de una década conocemos las tragedias y alegrías de los Bellefleur, de Joyce Carol Oates, novela cuya extensión es de 689 páginas. Ergo: el tiempo narrativo es un andamio.
Edith Wharton, en Escribir ficción (Traducción de Amelia Pérez de Villar. Páginas de espuma, México 2012, 172 páginas), señala algunos aspectos que bien valdría la pena compartir en este artículo. “Aún quedan por estudiar las dos dificultades principales de una novela, que pueden parecer en un principio de naturaleza puramente técnica. Tienen que ver con la selección del punto de vista desde el que se va a considerar el tema y también con el intento de provocar en el lector el efecto del paso del tiempo”. Wharton refiere, con cierto humor, que el punto de vista desde el que se va a contar la historia y la manera en la que se planea crear el efecto del paso del tiempo son cuestiones “puramente técnicas”, pero van ligadas a la reflexión de un libro antes de ponerse a escribir. Obvio.
Con esta disertación salen a cuento otros aspectos esenciales de una narración, elementos que no podríamos llamar meras herramientas artesanales; me refiero a la técnica de una obra de arte y al espíritu que la enuncia. Dice Wharton que estos dos aspectos subyacen en la elección del tema de una novela. Cito a la escritora estadunidense: “Las raíces de muchos aspectos están en el tema, y como siempre sucede en última instancia, es el propio tema el que debe determinar y limitar su acción”. Sirva también estas aseveraciones para señalar que Wharton considera que el primer paso de un escritor es la elección del tema; el segundo, claro está, radica en la selección de los personajes. Ella recomienda que se piense muy bien lo que le ocurre a cada personaje para evitar similitudes innecesarias en la trama, porque “nunca dos personas viven la misma experiencia”. Recomienda focalizar los elementos de la historia que se va a contar porque de esa manera se logran, con mayor precisión, los efectos del paso del tiempo. Grosso modo: el tiempo se usa en las narraciones como un motor que acelera o detiene las acciones de los personajes dentro de un sistema de interconexiones. Es un elemento que fortifica los engranajes de la trama.
La autora de La edad de la inocencia (1920) también afirma que en una novela el tiempo funge como una especie de vasodilatador. Cito: “Dado que cuanto más tiempo pase y cuanto más poblado esté el campo de acción, por parte del personaje que visualiza, es posible que la sensación de probabilidad que experimenta el lector se vea sacudida por la omnisciencia y la omnipresencia. Lo más habitual es encontrar dificultades a la hora de cambiar el punto de vista de uno a otro personaje, de forma que se abarque toda la historia sin comprometer la unidad. En beneficio de esa unidad, lo mejor es cambiar de punto de vista lo menos posible y dejar que la historia se exprese por sí misma, aunque nunca desde más de dos (o como mucho tres) ángulos de visión, escogiendo como conciencias focalizadoras a personas que tengan estrechos vínculos mentales y morales entre sí, o estudiando la participación del otro en el desarrollo de la acción, de forma que dicha acción, aunque vista desde diferentes ángulos, se presente siempre como un todo ante el lector”. Cuando Wharton habla de focalizadores se refiere a voces narrativas, elementos que finalmente tensan la trama.
El tiempo, salvo el caso de la obra maestra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, no suele ser el tema principal de una novela. Se usa, insisto, como un elemento que recubre la trama, la verosimilitud de los personajes y los motivos de estos. Me temo que para hacer del tiempo el tema principal de una novela se requiere de una técnica especial, un estilo poco metódico que para efectos prácticos podría definirse, de manera apresurada, como una sintaxis llena de paréntesis, comentarios al margen y, en especial, un don extraordinario para conectar de manera insospechada pensamientos oscuros.
Recuerdo también que para Albert Einstein el tiempo está relacionado con el espacio y el universo, es un artefacto tetradimensional. Nos enseñó que la cuarta dimensión es el tiempo, eso que nos permite atisbar todos los sucesos que dan cambio y trascendencia a cada objeto. El tiempo, dijo Platón, es la imagen móvil de la eternidad. El tiempo, como expuso dice Paul Ricoeur, es una cavilación inconclusiva a la que sólo responde la actividad narrativa.
En el caso de los costeños, el tiempo es una estrategia que los distancia de objetivos reales: trabajo, obligaciones y compromisos. El tiempo nunca alcanza. Va muy rápido. El tiempo se lo lleva todo. El tiempo no nos deja hacer cosas. Se interpone el tiempo. Pero para efectos reales, pienso nuevamente en Leduc: “Y hoy que de amores ya no tengo tiempo. Amor de aquellos tiempos, cuánto añoro la dicha inicua de perder el tiempo”.
También creo que Morena se equivoca al respaldar el registro de Félix Salgado como candidato a la gubernatura de Guerrero. El mensaje que manda es simple: son igual que los otros, nomás cambiaron de colores y de nombre.