EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El tigre en su jaula

Florencio Salazar

Junio 29, 2021

El político es el artista por excelencia y el artesano de la legalidad y la justicia.
Píndaro.

El poder es gota de miel, pastel voluminoso de azúcares, frutos descompuestos y carnes putrefactas.
El poder atrae. Unos lo devoran, otros son por él devorados. Pocos lo aprovechan, muchos lo desperdician.
¿Por qué tantos y tantas quieren el poder? ¿qué influjo los y las seduce? ¿Cuál es su atractivo?
El poder provoca temor y respeto. El poder provoca temor o respeto. También el poder produce prestigio y riqueza o desprestigio y dolores de cabeza.
El poder provoca temor por que se teme su peso. En una democracia al peso de la ley; en un régimen autoritario la voluntad del poderoso.
El único poder legítimo es el poder público, aquel que se ejerce a través de individuos escogidos para operar las instituciones de acuerdo al orden jurídico.
Hay otros poderes que compiten con los poderes legales; son los poderes fácticos. Los poderes fácticos pueden ser legales o ilegales. Una empresa que presiona al gobierno para que las normas se adecuen a sus intereses, es poder fáctico. El crimen organizado, que se apropia de bienes de la sociedad y disputa al Estado el monopolio de la fuerza, también es poder fáctico.
Los poderes fácticos son poderes de hecho, no de derecho.
El poder tiene tres dimensiones: el histórico, el espacial y el efectivo.
Poder histórico es aquel que viene de antiguos prestigios; es el caso de las viejas galas y los falsos papiros. Son los que fueron y ya no son pero aspiran a seguir siendo.
El poder espacial desconoce límites; busca ocupar todos los espacios y asumir todas las competencias.
El poder efectivo es el que resuelve el aquí y ahora, pero también advierte y trata de influir el futuro.
Por lo tanto, el poder es complejo en su composición, implacable en su ejercicio y diestro en su composición. Es lo más parecido a un mecanismo de fina relojería.
El poder es más kafkiano que La metamorfosis, porque su capacidad transformadora es infinita. Es Alicia y la Reina de naipes, el desdoblamiento de Mr. Hyde y Dr. Jekyll, El lobo de Gubia y el hermano Francisco.
Es el bien y el mal.
El poder, como el aire, está en todas partes, pero no es accesible a todos.
Los que acceden al poder son aquellos que lo buscan y logran atraparlo de buena o de mala manera.
Pero el poder es indómito. Se necesita la fuerza de Hércules para limpiarlo como al Establo de Urías, fuerza para separarlo de la fuerza malvada de Gea y valor para enfrentar al León de Nemea.
El poder es un tigre enjaulado, que necesita un domador experto y audaz para saber cuándo lo saca de la jaula, cuándo lo vuelve a ella y en qué momento mete la cabeza en sus fauces.
El poseedor del tigre –poseedor, no dueño– no puede dejar al felino confinado ni exhibirlo todo el tiempo. Inane, el poder no será eficaz por falta de vigor y expuesto todo el tiempo se volverá doméstico y, entonces, nadie le tendrá temor ni respeto. Y ese será el momento para que los poderes fácticos atemoricen con sus propios animales.
Fruta para hambrientos, el poder lo consume su poseedor o lo extravía en quién sabe qué apetitos.
El poder para gobernar exige destreza. La destreza no se vende en Oxxo ni en supermercados; tampoco en tianguis ni en la tiendita de la esquina.
La destreza es producto propio que puede ser acumulativo. Pero hay otro ingrediente necesario para el ejercicio del poder, la responsabilidad.
Para ejercer el poder se necesita experiencia, destreza y responsabilidad.
Referidos atributos no deben confundirse con la popularidad, que es voluble. Juan Rico y Amat en su Diccionario de los políticos (MAP, edición facsimilar, Madrid, 1855), la define así: “Mercancía política que se compra en ciertas épocas con estremada (sic) facilidad y baratura”. El poder y la popularidad difícilmente se armonizan.
“La multitud –dice Plutarco– acepta con entusiasmo al que comienza. Por una cierta hartura y saciedad de lo habitual, como hacen los espectadores con un artista nuevo”.
Para los buenos políticos el poder es la hora de la verdad; para los falsos políticos, del abuso.
El riesgo es ocuparse de lo frívolo y dejar al tigre suelto.