EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Ulises de James Joyce: el último terremoto

Adán Ramírez Serret

Febrero 04, 2022

 

Hay autores que son para quedarse en ellos toda la vida. Porque no sólo se leen con pasión algunos libros suyos –o toda su obra, en el mejor de los casos–, sino que piden, exigen, por la maravilla de su escritura y por el diálogo interno que hay entre sus libros, ser leídos en su totalidad, además de varias veces, con la pasión única de un nuevo y único amor.
Luego de leerlos la vida se transforma en un lugar en donde no nos dedicamos a otra cosa que a soñar con sus escenarios, a pasearnos por sus libros para intentar descifrar las páginas que amamos, para vivir a partir de sus personajes.
Libros que nos constituyen, que nos forman y son definitivos para ser quienes somos; contundentes, para sentir la forma en la que los hacemos. Libros que son una huella latente en nuestro interior… Y que cuando volvemos a ellos descubrimos por qué la literatura es definitiva en la existencia.
Es fascinante redescubrir que es por su belleza por lo que se aman. Novelas llenas de humor, de magia, de una idea del mundo atiborrada de poesía, de culpas, deseos, complejos, resentimientos, lujuria, orines, cerveza, pornografía…
El pasado 2 de febrero de este 2022 se cumplieron cien años de la publicación de Ulises, de James Joyce (Dublín, 1892), el último gran terremoto en la historia de la literatura occidental.
James Joyce no sólo fue uno de los primeros autores en pensar en su obra como un conjunto, como un todo para sumergirse y que leerla fuera por sí mismo un proceso de formación (El retrato del artista y Dublineses), de madurez desquiciada (Ulises) y de destrucción (Finnegans Wake).
James Joyce fue un brillante estudiante jesuita. Un irlandés de clase media baja de un país dominado por Inglaterra y que sus padres –y sus muchos hermanos– dejaron de comer por pagar su educación.
Joyce se interesó en un principio por la poesía y esto es definitivo en su obra, pues es quizá el primero de los narradores en declararse –y de serlo en su escritura–, poeta antes que otra cosa. Su relación con el lenguaje no es la de alguien que quiera contar una historia, sino la de quien debate con su escritura el grado de terminar prendiéndole fuego al idioma.
La novela en el siglo XIX, para sorpresa de todos, se transforma en el género más importante de la literatura. Luego de haber sido un género “barato”, se convierte no sólo en el más popular, también en el más refinado. Así, con autores como Marcel Proust y James Joyce, la novela no sólo es Alta Cultura, sino que confronta el concepto como tal, al grado de buscar y lograr su destrucción.
James Joyce en el Ulises descubre que los mitos y la Alta Literatura habían caducado, al grado de estar afectando al mundo de manera tan profunda que causaban guerras terribles, pues el Ulises contiene una reflexión sobre la Primera Guerra Mundial. Los soldados estaban muriendo en defensa de códigos épicos pasados de moda que pertenecían a los griegos. Joyce, un antibelicista, discute estos temas desde la novela. Al hacer una parodia sobre la Odisea, se rebela en nombre de ideales épicos caducos que permanecían desde épocas homéricas y que terminaban por acabar con miles y miles de vidas.
Joyce descubrió y declaraba “las grandes palabras que nos hacen tan infelices”. Y reveló que la épica no era algo abstracto y definió “la épica del cuerpo”. La narrativa que es violencia.
Su Ulises busca ser escrito –y lo es– en todas las formas narrativas conocidas. Nunca se había escrito un libro así y es muy probable que jamás vaya a ser escrita una novela que sea origen, una burla, un clímax y la muerte de una tradición literaria de dos mil quinientos años. Un suceso literario tan brutal como un terremoto que cambia el eje de la Tierra.
James Joyce, Ulises, Ciudad de México, Ramdom House, 2020. 962 páginas.