El pasado lunes, Alexis Kolher, secretario general de la presidencia de la República de Francia, anunció desde la entrada del palacio del Elíseo la composición del nuevo gabinete, encabezado por Jean Castex, nombrado primer ministro por Emmanuel Macron. La elección de este último, un alto funcionario, sorprendió a buena parte de la clase política y de los medios. En efecto, Jean Castex era hasta hace unos días alcalde de una pequeña ciudad de siete mil habitantes en el suroeste de Francia. Sin embargo, gracias a su conocimiento fino del funcionamiento del Estado – fue jefe de gabinete de varios ministros –, el presidente Emmanuel Macron lo nombró en marzo como jefe del equipo interministerial a cargo de la estrategia sanitaria para combatir el Covid-19. Al estar a cargo de las modalidades del desconfinamiento del país, a mediados de mayo, Castex tuvo la oportunidad de tejer una relación con el presidente Emmanuel Macron, y los principales miembros del entonces gabinete. Y como el desconfinamiento fue un éxito ante los ojos de la opinión pública, Castex ganó un espacio de confianza en el entorno del jefe del ejecutivo francés.
Para este último, el desconfinamiento supone una ecuación política complicada. En efecto, si bien a raíz de la crisis sanitaria, la aprobación personal y del gobierno de Emmanuel Macron mejoraron en los últimos meses, existe un sentimiento de desconfianza hacia la acción gubernamental, en particular por su comunicación errática al principio de la crisis. De tal suerte que, ante la multiplicación de las quiebras, y la histórica caída de la actividad económica en los últimos meses, el huésped del palacio de Elíseo se encontró en una disyuntiva: ¿mantener a su primer ministro, Edouard Philippe –que era más popular que él en las encuestas de opinión–, y dar la percepción de continuidad en la línea política, o cambiar al gabinete y hacer nombramientos que permitan encarar las crisis económicas y sociales que se avecinan?
Finalmente, Emmanuel Macron se decidió por la segunda opción. Entendió que la nueva configuración política del país post Covid implicaba remodelar su gobierno, para expandir su base electoral de cara a la campaña presidencial de 2022. Esta estrategia tiene riesgos. El nuevo primer ministro, Jean Castex, a no tener ninguna fuerza política propia, dependerá de la fuerza política del Presidente para imponerse ante sus pares y el congreso. Existe la posibilidad de que la opinión pública estime que este cambio de gobierno constituye una simple operación política en vista de la elección presidencial, lo que podría traducir en una caída de la aprobación gubernamental. Sobre todo, porque el casting del nuevo gobierno se caracteriza por una profundización de su orientación de centro-derecha, incluyendo a varios ex ministros de los gobiernos de Jacques Chirac y Nicolás Sarkozy.
Y es que, desde 2017, el centro de gravedad de la base política y social que respalda la acción gubernamental del ex ministro de hacienda del presidente (socialista) François Hollande ha sido modificado. Más del 65 por ciento de los electores de Hollande votaron en la primera vuelta por Emmanuel Macron. Hoy en día, en el caso en que la elección se lleve a cabo el día de hoy, más de la mitad de sus electores serían auto posicionados en el centro derecha y en la derecha. Ante la división de la izquierda francesa, entre socialistas y ecologistas, Macron estima que el mayor riesgo a su proyecto de reelección se encuentra en la derecha, o inclusive en la extrema derecha. De ahí que su cambio de gabinete tenga como objetivo ocupar este terreno, para evitar que pueda surgir una candidatura competitiva rival en este campo político. Para ello, este nuevo gobierno tendrá que dar resultados en el corto plazo, tanto a nivel económico como político. Sin ellos, por más que Emmanuel Macron cambie a su gabinete, será difícil para el presidente francés relanzar su presidencia, y apalancar su candidatura presidencial en 2022.

* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París

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