Lorenzo Meyer
Marzo 08, 2018
Lo que hoy destaca en la arena pública es el empeño del gobierno por usar sus desgastadas estructuras para sacar de la jugada al candidato presidencial de la oposición de derecha -Ricardo Anaya, del PAN-, al que ve como un obstáculo para su inverosímil proyecto de mantener al PRI en la presidencia. La maniobra resulta peligrosa en tiempos de cólera ciudadana y en el contexto de un sistema político ya deslegitimado por la violencia, la ineficacia, la desigualdad y la corrupción.
En la difícil coyuntura actual, el gobierno está usando a una muy desprestigiada Procuraduría General de la República (PGR) para intentar sacar de la jugada al candidato presidencial del PAN cuando la campaña electoral ya está adelantada y el aspirante del gobierno está muy atrás en las preferencias electorales. Al difundir la sospecha de que al candidato panista se le investiga por haberse beneficiado ilegalmente de una transacción inmobiliaria, se busca desencadenar una crisis en la coalición que él encabeza y cerrar así una jugada de suma cero que supone que lo que pierda el panista lo ganará el priista.
Aquí conviene recordar que hoy el gobierno del PRI está sometiendo al candidato del PAN al mismo juego sucio que un gobierno del PAN –el de Vicente Fox– sometió a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en abril del 2005, cuando, usando también a la PGR, orquestó el ridículo desafuero de AMLO –con el entusiasta apoyo de la SCJN, el PAN, el PRI, los medios de información y los empresarios–, aunque no por lavar dinero sino apenas ¡por no haber retirado la maquinaria que estaba abriendo una calle para dar acceso rápido a un hospital! Hace doce años la maniobra fracasó, pero no antes de haber dañado sin remedio a todo el proceso electoral.
Para el PRI, detener a Anaya –segundo lugar en las preferencias electorales–, no tendría ningún sentido si la maniobra no contempla volcar luego el peso de la maquinaria del gobierno y sus aliados, otra vez, contra el primer lugar: AMLO. En 2006 Fox tuvo que recular en su empeño de eliminar al tabasqueño como candidato de la izquierda, pero logró mantener al PAN en la presidencia, aunque con una ventaja de apenas 0.6% y recurriendo a acciones ilegítimas de la presidencia y de organismos empresariales.
La del 2006 fue una victoria sin legitimidad y tuvo efectos muy negativos. La situación actual se presenta aún más difícil para el PRI. Y es que, en México, como en otros países, el sentido del voto lo determina cada vez menos la identidad con un partido y cada vez más el rechazo a otro partido, al del gobierno. Esto significa que hoy el motor del voto ya no es tanto un sentimiento positivo sino uno negativo (Thomas Edsall, What motivates voters more tan loyalty? Loathing, The New York Times, 01/03/18).
En 2006 muchos votaron menos por dar apoyo al anticarismático Felipe Calderón y más por vetar a AMLO, supuesto “peligro para México” según la propaganda negativa panista. Doce años después, para muchos ya quedó claro que el peligro no era AMLO sino el PAN que desvirtuó la alternancia, embarcó al país en la desastrosa “guerra contra el narco” y abrió la puerta al “nuevo PRI”, que, a su vez, ahondó inseguridad y corrupción. En una encuesta de Consulta Mitofsky del año pasado, el rechazo al PRI como partido era del 51.7%, al PAN de 35% y de 34.7% a Morena (10/17). Otra encuesta más reciente, del periódico Reforma, encontró que el 47% de la muestra dijo que nunca votaría por el PRI, por Morena lo dijo el 12% y por el PAN, el 7% (15/02/18). Así pues, el PRI va en primer lugar, pero en negativos, neutralizar a Anaya difícilmente cambiará la actitud del electorado. Claro, el PRI es el partido que más votos podrá comprar el 1° de julio, pero ¿le alcanzará para revertir el rechazo?
A lo largo de su historia, México ha experimentado coyunturas en que las principales variables de su proceso político se han tensado en busca de un cambio. Cuando esos impulsos se toparon con resistencias intransigentes al cambio, la sociedad debió pagar un precio muy alto por el choque. Ejemplos clásicos fueron los procesos de independencia, la Reforma o la elección de 1910. El mal proceso de las contradicciones de entonces hizo que el país viviera episodios de gran violencia y destrucción. En principio, este 2018 aún puede llevar las crecientes demandas de cambio sustantivo a buen puerto, sin tener que cargarle a la sociedad un costo adicional al que ya ha estado pagando por tener que vivir dentro de un sistema político disfuncional, desmoralizador y corrupto, y que en ciertas regiones ha llevado a una violencia criminal equivalente a la de una guerra de baja intensidad.
En fin, más vale que aquellos que se han beneficiado de las ventajas que les ha dado la actual estructura de poder, no intenten repetir en 2018 el 2006 o el 2017 en el Estado de México, pues volver a deslegitimar así el proceso electoral, sería cerrar la válvula de escape constructivo de la presión acumulada en estos tiempos de cólera.
En Candide, Voltaire hace decir a su personaje que el optimismo “es la manía de insistir que todo va bien cuando las cosas van mal”. Bueno, hoy y en México, el optimismo es la manía de insistir que, si bien las cosas van muy mal, aún es posible cambiar la ruta que llevamos, de lo contrario, pueden ir mucho peor.
www.lorenzomeyer.com.mx
[email protected]
Lo que hoy destaca en la arena pública es el empeño del gobierno por usar sus desgastadas estructuras para sacar de la jugada al candidato presidencial de la oposición de derecha -Ricardo Anaya, del PAN-, al que ve como un obstáculo para su inverosímil proyecto de mantener al PRI en la presidencia. La maniobra resulta peligrosa en tiempos de cólera ciudadana y en el contexto de un sistema político ya deslegitimado por la violencia, la ineficacia, la desigualdad y la corrupción.
En la difícil coyuntura actual, el gobierno está usando a una muy desprestigiada Procuraduría General de la República (PGR) para intentar sacar de la jugada al candidato presidencial del PAN cuando la campaña electoral ya está adelantada y el aspirante del gobierno está muy atrás en las preferencias electorales. Al difundir la sospecha de que al candidato panista se le investiga por haberse beneficiado ilegalmente de una transacción inmobiliaria, se busca desencadenar una crisis en la coalición que él encabeza y cerrar así una jugada de suma cero que supone que lo que pierda el panista lo ganará el priista.
Aquí conviene recordar que hoy el gobierno del PRI está sometiendo al candidato del PAN al mismo juego sucio que un gobierno del PAN –el de Vicente Fox– sometió a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en abril del 2005, cuando, usando también a la PGR, orquestó el ridículo desafuero de AMLO –con el entusiasta apoyo de la SCJN, el PAN, el PRI, los medios de información y los empresarios–, aunque no por lavar dinero sino apenas ¡por no haber retirado la maquinaria que estaba abriendo una calle para dar acceso rápido a un hospital! Hace doce años la maniobra fracasó, pero no antes de haber dañado sin remedio a todo el proceso electoral.
Para el PRI, detener a Anaya –segundo lugar en las preferencias electorales–, no tendría ningún sentido si la maniobra no contempla volcar luego el peso de la maquinaria del gobierno y sus aliados, otra vez, contra el primer lugar: AMLO. En 2006 Fox tuvo que recular en su empeño de eliminar al tabasqueño como candidato de la izquierda, pero logró mantener al PAN en la presidencia, aunque con una ventaja de apenas 0.6% y recurriendo a acciones ilegítimas de la presidencia y de organismos empresariales.
La del 2006 fue una victoria sin legitimidad y tuvo efectos muy negativos. La situación actual se presenta aún más difícil para el PRI. Y es que, en México, como en otros países, el sentido del voto lo determina cada vez menos la identidad con un partido y cada vez más el rechazo a otro partido, al del gobierno. Esto significa que hoy el motor del voto ya no es tanto un sentimiento positivo sino uno negativo (Thomas Edsall, What motivates voters more tan loyalty? Loathing, The New York Times, 01/03/18).
En 2006 muchos votaron menos por dar apoyo al anticarismático Felipe Calderón y más por vetar a AMLO, supuesto “peligro para México” según la propaganda negativa panista. Doce años después, para muchos ya quedó claro que el peligro no era AMLO sino el PAN que desvirtuó la alternancia, embarcó al país en la desastrosa “guerra contra el narco” y abrió la puerta al “nuevo PRI”, que, a su vez, ahondó inseguridad y corrupción. En una encuesta de Consulta Mitofsky del año pasado, el rechazo al PRI como partido era del 51.7%, al PAN de 35% y de 34.7% a Morena (10/17). Otra encuesta más reciente, del periódico Reforma, encontró que el 47% de la muestra dijo que nunca votaría por el PRI, por Morena lo dijo el 12% y por el PAN, el 7% (15/02/18). Así pues, el PRI va en primer lugar, pero en negativos, neutralizar a Anaya difícilmente cambiará la actitud del electorado. Claro, el PRI es el partido que más votos podrá comprar el 1° de julio, pero ¿le alcanzará para revertir el rechazo?
A lo largo de su historia, México ha experimentado coyunturas en que las principales variables de su proceso político se han tensado en busca de un cambio. Cuando esos impulsos se toparon con resistencias intransigentes al cambio, la sociedad debió pagar un precio muy alto por el choque. Ejemplos clásicos fueron los procesos de independencia, la Reforma o la elección de 1910. El mal proceso de las contradicciones de entonces hizo que el país viviera episodios de gran violencia y destrucción. En principio, este 2018 aún puede llevar las crecientes demandas de cambio sustantivo a buen puerto, sin tener que cargarle a la sociedad un costo adicional al que ya ha estado pagando por tener que vivir dentro de un sistema político disfuncional, desmoralizador y corrupto, y que en ciertas regiones ha llevado a una violencia criminal equivalente a la de una guerra de baja intensidad.
En fin, más vale que aquellos que se han beneficiado de las ventajas que les ha dado la actual estructura de poder, no intenten repetir en 2018 el 2006 o el 2017 en el Estado de México, pues volver a deslegitimar así el proceso electoral, sería cerrar la válvula de escape constructivo de la presión acumulada en estos tiempos de cólera.
En Candide, Voltaire hace decir a su personaje que el optimismo “es la manía de insistir que todo va bien cuando las cosas van mal”. Bueno, hoy y en México, el optimismo es la manía de insistir que, si bien las cosas van muy mal, aún es posible cambiar la ruta que llevamos, de lo contrario, pueden ir mucho peor.
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