EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Elecciones con cabeza de puerco

Lorenzo Meyer

Junio 08, 2017

Cuando las elecciones tienen lugar, pero no cumplen su función de recrear equilibrios y reafirmar la legitimidad, empeoran el proceso político.

En víspera de las elecciones del 4 de junio en el Estado de México, se arrojaron varias cabezas de cerdo en Ixtapaluca y Tlalnepantla a las puertas de domicilios identificados con Morena (Sin embargo, 3 de junio, Hoy, 4 de junio). Esos mensajes estilo mafia italiana, fueron la culminación de una elección abiertamente intervenida por los gobiernos local y federal a favor de un partido y a la que bien se puede nombrar “la elección de las cabezas de puerco”.
Los pasados comicios fueron la antítesis de los que México

Cuando las elecciones tienen lugar, pero no cumplen su función de recrear equilibrios y reafirmar la legitimidad, empeoran el proceso político.

En víspera de las elecciones del 4 de junio en el Estado de México, se arrojaron varias cabezas de cerdo en Ixtapaluca y Tlalnepantla a las puertas de domicilios identificados con Morena (Sin embargo, 3 de junio, Hoy, 4 de junio). Esos mensajes estilo mafia italiana, fueron la culminación de una elección abiertamente intervenida por los gobiernos local y federal a favor de un partido y a la que bien se puede nombrar “la elección de las cabezas de puerco”.
Los pasados comicios fueron la antítesis de los que México necesitaba para empezar a remontar el proceso de degradación sistemática que lo aqueja en lo social, económico, político y, sobre todo, moral.
Como bien señalara Antonio Crespo, unas elecciones relativamente limpias hubieran sido hoy un medio ideal para disminuir presión al ambiente en que se va a desarrollar la elección presidencial de 2018. No se necesita ser progresista o demócrata, simplemente ser inteligente, para apreciar la posición del príncipe de Salina, personaje de la novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Il gattopardo (1958). Ante los efectos de la guerra civil y el cambio que iba a significar la irrupción de Giuseppe Garibaldi en la política italiana en los 1860 –la unificación de la península y la pérdida de privilegios de las élites locales–, el aristócrata siciliano concluyó: “En este país de componendas… si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Sin embargo, el gobierno actual y su instrumento, el añejo PRI –nunca hubo uno “nuevo”– quieren que todo siga como hasta ahora y que nada cambie. Y es que el grupo en el poder teme perder lo acumulado y está dispuesto a librar una dura guerra en defensa del status quo o de una retirada lenta, cediendo el menor terreno posible, sin importar que tan alto sea el costo para el país. Esta vez, los priistas aceptaron perder Nayarit y sus 814 mil electores, pero de ninguna manera el Estado de México, “el estado del presidente” con sus 11.3 millones de electores y su presupuesto. Los necesitan para el 2018.
En estas elecciones el priismo mexiquense echó mano de todos los elementos acumulados en el saco de los trucos sucios de un partido que no nació para la democracia y que mantiene el dominio de su entidad desde hace 88 años: una maquinaria formidable, organizada estilo militar, para hacer efectiva la compra de votos (hasta por dos mil pesos), compromiso de depósitos de dinero en tarjetas tras la victoria, molestas llamadas a media noche a nombre del adversario, visitas de todos los funcionarios federales a la entidad y derrama del gasto social en las zonas con mayor concentración de electores urgidos de ayuda: despensas, aparatos domésticos y más. Control del gobierno local y federal sobre todas las estructuras jurídicas para neutralizar quejas de la oposición, etc.
El buen funcionamiento del aparato priista requiere mantener una amplia zona de pobreza porque es justamente allí donde encuentra y organiza las clientelas que puede movilizar para votar o hacerse presente donde el gobierno requiera de masas de súbditos, que no de ciudadanos. Y en el Estado de México la pobreza abunda. Según cifras del Coneval de 2014, el 49.6% de los mexiquenses están clasificados como pobres, (www.coneval.org.mx). Esta pobreza es el medio por excelencia donde el priismo se mueve como pez en el agua.
En una contienda electoral bien llevada, el cierre con broche de oro del proceso es el reconocimiento público de la victoria del ganador declarado por el adversario político. Aceptar que se perdió en buena lid, legitima a ganador, a perdedor y al sistema político en conjunto. Ese no es hoy el caso en México y las elecciones hacen que el déficit de legitimidad aumente en vez de disminuir.
Sin genuina legitimidad, el gobierno presidido por el hijo y nieto de gobernadores, va a tener que sostenerse menos en la aquiescencia de los gobernados y más en eso que es la base última de la autoridad pero que sólo debe emplearse en última instancia: la fuerza, sea esta pública o de golpeadores organizados desde el poder.
El PRI mexiquense volvió a imponerse a su estilo, pero su base se ha erosionado notablemente. Si ese partido reclama para sí el 32% de los votos de una ciudadanía que representa sólo el 52.5% del padrón –un millón 955 mil 347–, significa que únicamente cuenta con el respaldo de apenas el 17.3% de quienes votaron. En la elección anterior (2011), el PRI logró que se le reconociera una victoria con el 64.97% de los votos, es decir, 3 millones 18 mil 588. Hoy, pese a los ofensivos recursos invertidos, tuvo una pérdida de 1.06 millones. Como dijera Pirro hace casi 2 mil 300 años al derrotar a los romanos a costa de pérdidas enormes: “Otra victoria como ésta y volveré solo a casa”.
El proceso electoral del 2018 ya se inició y el ambiente en que se va desarrollar, de por sí enrarecido por la violencia, la corrupción, lo raquítico de la economía y la polarización social, ya se volvió tóxico. En vez de que la elección sirviera para recrear los equilibrios y renovar la legitimidad, esta vez tendrá el efecto contrario.
Conclusión: el viejo sistema político antidemocrático sigue vivo, pero en condiciones que llevan a recordar lo que Miguel de Unamuno dijera en Salamanca en 1936 al general Millán Astray: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis”.

www.lorenzomeyer.com.mx
agenda_ciudadana@
hotmail.com

necesitaba para empezar a remontar el proceso de degradación sistemática que lo aqueja en lo social, económico, político y, sobre todo, moral.
Como bien señalara Antonio Crespo, unas elecciones relativamente limpias hubieran sido hoy un medio ideal para disminuir presión al ambiente en que se va a desarrollar la elección presidencial de 2018. No se necesita ser progresista o demócrata, simplemente ser inteligente, para apreciar la posición del príncipe de Salina, personaje de la novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Il gattopardo (1958). Ante los efectos de la guerra civil y el cambio que iba a significar la irrupción de Giuseppe Garibaldi en la política italiana en los 1860 –la unificación de la península y la pérdida de privilegios de las élites locales–, el aristócrata siciliano concluyó: “En este país de componendas… si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Sin embargo, el gobierno actual y su instrumento, el añejo PRI –nunca hubo uno “nuevo”– quieren que todo siga como hasta ahora y que nada cambie. Y es que el grupo en el poder teme perder lo acumulado y está dispuesto a librar una dura guerra en defensa del status quo o de una retirada lenta, cediendo el menor terreno posible, sin importar que tan alto sea el costo para el país. Esta vez, los priistas aceptaron perder Nayarit y sus 814 mil electores, pero de ninguna manera el Estado de México, “el estado del presidente” con sus 11.3 millones de electores y su presupuesto. Los necesitan para el 2018.
En estas elecciones el priismo mexiquense echó mano de todos los elementos acumulados en el saco de los trucos sucios de un partido que no nació para la democracia y que mantiene el dominio de su entidad desde hace 88 años: una maquinaria formidable, organizada estilo militar, para hacer efectiva la compra de votos (hasta por dos mil pesos), compromiso de depósitos de dinero en tarjetas tras la victoria, molestas llamadas a media noche a nombre del adversario, visitas de todos los funcionarios federales a la entidad y derrama del gasto social en las zonas con mayor concentración de electores urgidos de ayuda: despensas, aparatos domésticos y más. Control del gobierno local y federal sobre todas las estructuras jurídicas para neutralizar quejas de la oposición, etc.
El buen funcionamiento del aparato priista requiere mantener una amplia zona de pobreza porque es justamente allí donde encuentra y organiza las clientelas que puede movilizar para votar o hacerse presente donde el gobierno requiera de masas de súbditos, que no de ciudadanos. Y en el Estado de México la pobreza abunda. Según cifras del Coneval de 2014, el 49.6% de los mexiquenses están clasificados como pobres, (www.coneval.org.mx). Esta pobreza es el medio por excelencia donde el priismo se mueve como pez en el agua.
En una contienda electoral bien llevada, el cierre con broche de oro del proceso es el reconocimiento público de la victoria del ganador declarado por el adversario político. Aceptar que se perdió en buena lid, legitima a ganador, a perdedor y al sistema político en conjunto. Ese no es hoy el caso en México y las elecciones hacen que el déficit de legitimidad aumente en vez de disminuir.
Sin genuina legitimidad, el gobierno presidido por el hijo y nieto de gobernadores, va a tener que sostenerse menos en la aquiescencia de los gobernados y más en eso que es la base última de la autoridad pero que sólo debe emplearse en última instancia: la fuerza, sea esta pública o de golpeadores organizados desde el poder.
El PRI mexiquense volvió a imponerse a su estilo, pero su base se ha erosionado notablemente. Si ese partido reclama para sí el 32% de los votos de una ciudadanía que representa sólo el 52.5% del padrón –un millón 955 mil 347–, significa que únicamente cuenta con el respaldo de apenas el 17.3% de quienes votaron. En la elección anterior (2011), el PRI logró que se le reconociera una victoria con el 64.97% de los votos, es decir, 3 millones 18 mil 588. Hoy, pese a los ofensivos recursos invertidos, tuvo una pérdida de 1.06 millones. Como dijera Pirro hace casi 2 mil 300 años al derrotar a los romanos a costa de pérdidas enormes: “Otra victoria como ésta y volveré solo a casa”.
El proceso electoral del 2018 ya se inició y el ambiente en que se va desarrollar, de por sí enrarecido por la violencia, la corrupción, lo raquítico de la economía y la polarización social, ya se volvió tóxico. En vez de que la elección sirviera para recrear los equilibrios y renovar la legitimidad, esta vez tendrá el efecto contrario.
Conclusión: el viejo sistema político antidemocrático sigue vivo, pero en condiciones que llevan a recordar lo que Miguel de Unamuno dijera en Salamanca en 1936 al general Millán Astray: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis”.

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