EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Elecciones entre la violencia y el descrédito de los políticos

Tlachinollan

Mayo 21, 2018

El aire triunfalista que los partidos políticos y sus candidatos le quisieron imprimir al arranque de sus campañas contrasta con una realidad que lacera al pueblo de Guerrero, por la violencia y la inseguridad que imperan y cuya responsabilidad es de quienes hoy aparecen en primera fila arriba de los templetes para de nueva cuenta presentarse como los paladines del cambio. En medio de la algarabía se alienta una campaña basada en la denostación de los adversarios y en la exaltación de la propia candidatura. Las porras y los vivas son para crear un escenario ficticio ante el desencanto y la indiferencia de una sociedad que se siente defraudada y agraviada por quienes hoy se desviven por saludar a la gente que encuentran a su paso.
Por más que cada partido quiere imprimirle una imagen original a sus campañas y sus candidatos, para la gente que padece el flagelo de la violencia y de la pobreza, nadie de ellas y ellos hacen la diferencia. Sus discursos y arengas nos remiten a lo mismo, a lugares comunes, con discursos huecos y palabras desgastadas. Las campañas están diseñadas para que los partidos políticos y sus candidatos sean el centro de atención. Con el dinero público los revisten como si fueran los salvadores del pueblo. Su imagen es para hacerle creer a la gente que tienen un aura que los hace aparecer como los sabelotodo y como los que tienen respuesta para todo. Saben que se trata fundamentalmente de un juego mediático, de ganar a la opinión pública y de colocarse como punteros en las encuestas. Todo está pensado desde la visión del candidato y de su partido. Sus estrategias están centradas más en cómo cachar votos de manera lícita o ilícita. Las campañas electorales lo primero que logran es enaltecer la figura de los candidatos, haciéndolos aparecer como los personas idóneas para ostentar los cargos públicos. El dinero de las campañas por la vía de los hechos se invierte en crear una imagen cercana con la población, y hasta se llega al extremo de querer mitificarla. Todos sabemos que este ambiente ficticio nada tiene que ver con la vida cotidiana de los verdaderos protagonistas de este proceso electoral, que son los ciudadanos y ciudadanas. Hasta en las mismas campañas se reproduce esta brecha que separa a la clase política de la sociedad civil. Se remarca la desigualdad económica entre los partidos políticos y candidatos que son beneficiarios de varias prerrogativas y de recursos millonarios, con una población extremadamente pobre que en amplios sectores de la población ven una oportunidad para recibir algún apoyo económico o en especie a cambio de su voto. Este modelo de democracia electoral sólo fortalece a los partidos políticos que se han trasformado en cotos de poder que nada más defienden intereses cupulares y centran sus objetivos en mantener amplias parcelas de poder.
Los candidatos y candidatas sin estos recursos públicos ni la parafernalia que les da la propaganda electoral, no tendrían ninguna presencia significativa entre la población. No ostentarían el poder que supuestamente tienen por el hecho de abanderar una candidatura. Lo más grave es que la cultura política dominante le ha dado carta de naturalización a estas prácticas de la partidocracia que a cucharadas le quieren dar a la población haciendo creer que este modelo de democracia nos ofrece el mejor de los mundos. Por lo mismo se nos quiere vender la idea de que solamente los ungidos que seleccionan los partidos políticos son los que pueden gobernar nuestro estado. Quienes deciden son los pequeños grupos de poder enquistados al interior de los diferentes partidos políticos que van rotándose los cargos, porque así la cúpula partidista lo ha determinado. En esta lógica del poder, los nuevos aspirantes tienen que hacer méritos con los jefes políticos, no importa que la población no los respalde. El secreto está en saber cómo irse acercando al grupo que toma las decisiones. No se trata de un método transparente sino de un juego sucio, donde se tiene que labrar la carrera propia, atropellando a los demás o pisoteando los derechos de quienes realizan un trabajo cercano con la gente. Las campañas electorales nos muestran de cuerpo entero cómo funciona la clase política en nuestro estado, cómo se reacomodan entre los diferentes cargos públicos y cómo se acuerpan para no perder sus privilegios. No están pensando en cómo transformar este estado de cosas que nos tiene postrados por la violencia creciente. Lo peor de todo es que para ellos esta violencia no es su mayor preocupación como cúpulas del poder, porque tienen formas de protegerse y saben cómo sortear su seguridad con los grupos del crimen organizado. Los diferentes partidos políticos se arremolinan en torno a las candidaturas con el interés mezquino de seguir lucrando con el erario público. Esta ambición desmedida nos ha llevado a una grave crisis de gobernabilidad. No les interesa hacer cambios de fondo porque esto implicaría perder privilegios y obligaría a desmontar el aparato burocrático cuyo motor es la corrupción. Importa más mantener este sistema basado en la opacidad y prefieren sacrificar más vidas humanas con tal de seguir nadando de a muertito anclados en la impunidad.
El sello que marca este inicio de campaña para presidentes y presidentas municipales está precedido de asesinatos de varios candidatos y precandidatos. Este clima ha desbordado los mismos márgenes de un Estado de derecho roto que no está salvaguardado por las autoridades federales y estatales. No es extraño que varios candidatos y candidatas se hayan visto obligados a renunciar ante las amenazas que se ciernen contra sus personas. Se dieron también varias solicitudes de candidatos y candidatas para que las autoridades del estado brindaran protección en este periodo electoral. El despliegue de las corporaciones policiales en los municipios más importantes del estado y donde se ubican los municipios catalogados como focos rojos, fue una de las señales más funestas de este momento crítico que también afecta a la clase política, porque existen ciertos temores de que puedan suscitarse más hechos de violencia. Varios candidatos tuvieron que redoblar su seguridad en sus recorridos, manteniendo un cerco férreo con personas que se mantenían en alerta para reaccionar ante cualquier movimiento de personas que pusieran en riesgo su seguridad.
Este tramo de las campañas abocado expresamente para poner tribunas y micrófonos a los candidatos y candidatas que hagan resonar su voz a los cuatro vientos resulta ser un tiempo donde abundarán los mensajes fatuos, la propaganda fútil y volátil que sólo contamina el ambiente. La intromisión a la privacidad a través de mensajes por televisión y la proliferación de la propaganda en las calles se encargarán de invisibilizar los problemas que más aquejan a las familias que no han sido escuchadas por las autoridades en turno. En todo este tiempo se avizora un mayor vacío de autoridad en los ayuntamientos y por lo mismo mayor inseguridad y violencia ante el desentendimiento que existe entre los gobernantes que hoy están concentrados en apoyar a sus candidatos. Se repite el círculo vicioso del político corrupto que no rinde cuentas a la sociedad y que asume en los hechos que es el “Año de Hidalgo” y por lo mismo tienen que servirse con la cuchara grande. Lo que prevalece es la actitud indolente de las autoridades municipales ante una población indignada por el trato despótico y fraudulento de quienes presiden el poder municipal. Estas autoridades hace tres años repitieron el mismo ritual que hoy realizan los nuevos candidatos prometiendo obras y servicios para las comunidades más pobres.
No solo se ha viciado la relación de los candidatos y las autoridades con los ciudadanos y ciudadanas, sino que se ha utilizado este sistema electoral para fortalecer intereses de grupo, con el fin de afianzar negocios particulares al amparo del poder y para abusar de las leyes manejando turbiamente los recursos públicos. Esta descomposición de nuestra vida política nos ha llevado al desastre al colocarnos como uno de los estados más violentos y pobres del país, y quienes nos han gobernado y su corrupción son los responsable de esta catástrofe. El monopolio del poder los llevó a establecer un pacto de impunidad con los grupos de la delincuencia que son funcionales a un sistema corrupto. El desbordamiento de esta avalancha delincuencial es porque los mismos partidos políticos y los gobernantes permitieron que se desdibujara esa línea divisoria que había entre el gobierno y el crimen organizado. Se han empatado los intereses políticos con los intereses económicos de quienes ostentan el poder y quieren seguir perpetuándose con los candidatos y candidatas que han demostrado lealtad a los jefes de la partidocracia.
El arranque de las campañas en nuestro estado está marcado por un ambiente poco propicio para la participación libre de la población que se siente no solo agraviada sino atemorizada por actores estatales y no estatales. Hay un gran malestar y un persistente reclamo de la sociedad a quienes han gobernado por incumplir su palabra empeñada y por reproducir la corrupción y la opacidad en el manejo de los recursos públicos. La connivencia de ciertos personajes políticos con miembros de la delincuencia organizada es lo que nos tiene postrados ante la violencia y el descrédito de la clase política.