EL-SUR

Lunes 09 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Elecciones

Lorenzo Meyer

Junio 09, 2016

Las elecciones del pasado 5 de junio no fueron las peores, pero tampoco las que necesitamos. De todas formas, se pueden sacar conclusiones.

Las elecciones que tuvieron lugar el domingo pasado arrojan un buen manojo de conclusiones. Empecemos por las positivas: una derecha –el PAN– resquebrajó el proyecto del PRI de Peña Nieto –otra derecha– de hacer de este siglo “otro siglo priista”. Para la izquierda resultó alentador, pero no más, que Morena, pese a nadar contracorriente, se haya afianzado como alternativa frente a un PRD desfondado. Finalmente, es de celebrar que la decencia política se haya anotado un triunfo en Chihuahua, donde Javier Corral, lo mejor del panismo, se impuso a sus adversarios de dentro y de fuera.
Elegir es el acto de seleccionar de entre un conjunto. En política es el proceso que, teóricamente permite al elector designar de entre un conjunto a quién debe de ejercer, en su nombre, un cargo público. La práctica data de milenios, pero en sistemas no democráticos los electores son una persona o una minoría. En la democracia moderna, cuyo origen está en la Grecia del siglo V a.C. pero que echó raíces a partir de fines del siglo XVIII, los electores ya son el conjunto de ciudadanos. Sin embargo, estos electores apenas si pueden optar entre los miembros de un pequeño conjunto de personajes previamente seleccionados por las cúpulas de los partidos con registro y que raras veces son los mejores. Es verdad que hoy y aquí también existen los candidatos independientes, pero éstos tienen que contar con recursos materiales y cumplir con una serie de requisitos fuera del alcance del ciudadano normal. Así pues, en la democracia moderna son las dirigencias partidarias –verdaderas estructuras oligárquicas como lo demostró en su estudio clásico Robert Michels– las que designan a los candidatos, y lo hacen según sus intereses y no los del elector.
Como sólo un puñado de individuos pueden ser candidatos, para intentar mantener el elemento democrático en las “democracias reales”, idealmente el conjunto de quienes compiten deberían presentar programas de gobierno que realmente resulten contrastantes, auténticas alternativas ideológicas y de gobierno. Esto ocurre sólo a veces. De nuevo idealmente, la lucha por ganar el apoyo ciudadano debería darse dentro de un marco de relativa igualdad de recursos materiales, emitir el sufragio previa difusión efectiva de los diferentes programas y los datos personales relevantes del candidato para permitir al ciudadano tomar una decisión informada y racional. En cualquier caso, la coacción y la dádiva deben estar ausentes y, finalmente, el recuento de los votos debe hacerse de manera limpia, sin que valga el “haiga sido como haiga sido”. Si una o más de estas condiciones no se cumplen, la legitimidad del proceso se debilita o se pierde del todo.
La realidad. Estas elecciones del 2016, como casi todas las del pasado, se llevaron a cabo en un ambiente donde los electores se encontraron muy alejados de los partidos. En general, más del 80 por ciento de los ciudadanos mexicanos desconfían de los partidos políticos, (IFE-El Colegio de México, Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México, 2014, México, 2015, pp. 127-128). Obviamente, sin confianza en el partido es difícil que la tenga al candidato y el caso de Veracruz resultó un ejemplo perfecto: ahí, “los tres grandes” –PRI y el PAN-PRD– ofrecieron al elector una opción entre candidatos impresentables: los Yunes.
Además, en términos generales, en varios estados el elector no tuvo ante sí, para escoger, un abanico de programas realmente diferentes. Y es que el famoso Pacto por México de 2012 uniformó las grandes líneas programáticas de PRI, PAN y PRD al punto que hizo posible coaliciones PAN-PRD, es decir, unificó a los dos mayores partidos de oposición pese a que, teóricamente, sus proyectos políticos deberían ser incompatibles. Fue la disputa del poder por el poder mismo lo que forjó de manera natural alianzas que deberían ser contra natura. Es verdad que, en el caso de Veracruz, Morena logró abrir espació a la alternativa, pero aquí jugó, y mucho, otra variable muy importante: la disparidad en los recursos materiales.
Es imposible saber cuánto “dinero negro” –recursos gubernamentales y privados no registrados por el INE, y por tanto ilegales– entraron en la campaña de 2016 y en qué medida desequilibraron la competencia y, sobre todo, hasta qué punto se dedicaron a la compra de votos. Los datos del Banco de México permiten saber que en épocas electorales el circulante de efectivo (billetes y monedas) se dispara. En la época electoral de 2015, el aumento de ese tipo de dinero fue de 28 mil 956 millones de pesos, cuando en los mismos meses del año anterior, no electoral, fue de menos de la mitad: 11, 459 millones (El Financiero, 2 de junio).
En 2016, los millones de spots irritaron, pero no informaron, y millones de pobres –en buena medida resultado histórico del tipo de política dominante– fueron convertidos, una vez más, en clientela de los compra votos. Los medios informaron con regularidad de esta práctica donde se repartieron despensas cuyo valor osciló entre 100 y 800 pesos, tarjetas de débito por 500 o 600 pesos y compra directa del sufragio hasta por mil pesos, (Forbes México, 20 de mayo; El Universal, 5 de junio).
En suma, las elecciones del 5 de junio no fueron las peores, pero estuvieron lejos, muy lejos, de acercarnos a las que aspiramos y merecemos.

www.lorenzomeyer.com.mx
[email protected]