EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Elegía de un árbol

Octavio Klimek Alcaraz

Mayo 03, 2021

Hace unos días, por la mañana, nos percatamos de que enfrente de la casa familiar se encontraba bloqueando la calle una camioneta. De ella estaban bajando un par de hombres con escaleras y machetes. Inmediatamente, fue claro para mi esposa y el que escribe, que nuestros temores conversados se hacían realidad. Eran trabajadores que se preparaban para podar un frondoso Ficus benjamina. El único árbol sobre la microbanqueta que nos queda en toda la calle donde vivimos.
Preocupado por el árbol, bajé a conversar con los trabajadores. Ellos se identificaron como empleados del gobierno municipal. Me enteré que requerían podar el árbol para liberar el cableado de un par de empresas de comunicaciones y de energía. La verdad no me interesaba mucho la suerte de los cables de las empresas, sino la del árbol frondoso, por tantas adversidades cotidianas sufridas por él. Así que les dije que no era necesariamente una obligación del gobierno hacer ese tipo de servicio y les comenté a los trabajadores que la poda a punto de realizarse la hicieran con los cuidados necesarios. Pero sin importar lo que opinara un servidor, empezaron a cortar, machete en mano, las ramas del árbol, con evidente falta de ternura. La mutilación del árbol fue rápida, perdió en unos minutos la mayor parte de su follaje. Las normas técnicas de poda recomiendan no eliminar más allá de la cuarta parte del volumen total del follaje del árbol (25 por ciento como medida estándar de tejido verde). Así que fue brutalmente rapado el árbol.
En teoría, una poda, cuando se ejecuta de forma adecuada, puede potenciar los servicios ambientales y sociales que los árboles proporcionan. Incluso muchas veces hay que derribar un árbol en mal estado, que, por el riesgo de caer de manera fortuita, puede dañar a personas y bienes. Pero eso es la teoría. En general, los árboles en la ciudad son víctimas de podas inmoderadas y derribos injustificados, que carecen de especificaciones técnicas, que se realizan normalmente de manera clandestina.
Todos sabemos que las causas de ello son múltiples: Por un lado, son las justificaciones del talador “ciudadano”, que nos dice: “el árbol me va a tirar la casa”, “está alzando la banqueta”, “tira muchas hojas”, hasta el simple placer del vandalismo. Pero existen otras causas relacionadas a la infraestructura urbana como es liberar el cableado aéreo y subterráneo, luminarias, señalamientos de tránsito, entre muchas otras que interfieren con el crecimiento de los árboles. En especial, las podas ejecutadas sin criterios técnicos apropiados dañan a los árboles y propician su debilitamiento, haciéndolos más susceptibles a las enfermedades y al ataque de plagas, que disminuyen sus expectativas de vida.
En general, las malas decisiones con los árboles urbanos están relacionadas desde el punto de vista antropocentrista, al desconocimiento sobre los servicios que nos dan los árboles en las ciudades. Ellos son buenos recuperadores y filtros del polvo y otras partículas suspendidas en el aire contaminado de las calles; nos proporcionan aromas y color; esconden la fealdad y la grisura de las edificaciones y las propias calles; ayudan con su follaje a reducir el efecto de isla de calor de las calles llenas de concreto; amortiguan el ruido en las calles; espacio de vida y alimentación de insectos, que a su vez en la trama de la vida alimentan a aves; producen oxígeno y capturan carbono. En términos sociales, una ciudad con árboles es mucho más agradable para vivir que una sin ellos. Es decir, sus beneficios son en todo sentido mayores a sus supuestos perjuicios.
Todavía hace unas cuantas décadas, en Chilpancingo teníamos muchos árboles nativos en las calles, había árboles de parota, huamúchiles, huajes, capulines, sauces, pinos, encinos. Luego llegaron las especies exóticas: laureles, jacarandas, tulipanes, ficus y cuanta especie arbórea estuviera de moda. Había belleza en las calles. Incluso en su honor se nombraban sitios, calles o colonias con los nombres de los árboles distinguidos. En fin, los metimos en nuestra vida urbana sin saber si eran adecuados para plantar en las estrechas calles de Chilpancingo, llenas de microbanquetas en honor a su majestad el automóvil. En general, no les dimos el suficiente espacio para su crecimiento y mejor desarrollo. Peor aún, en los últimos años, en nombre de la modernidad, saturamos las calles de cables competidores del espacio de desarrollo aéreo de los árboles. Entonces, notoriamente, los sacamos de nuestra vida, fueran árboles nativos o exóticos.
El declive es evidente: de muchos árboles sólo queda su tumba sin nombre, un pequeño cajete, en muchos casos ya encementado. En otros, la mayoría, los árboles están en muy mal estado de salud, enfermos, heridos, desnutridos, plagados.
De manera paulatina la indiferencia, ignorancia, estupidez o pura maldad, nos hizo entrar a la sociedad de Chilpancingo en una cultura antiárbol. Ahora, no hay muchas calles con hileras de árboles, áreas verdes en suficiencia en la ciudad. Me apena decirlo, pero por ejemplo, del lado de donde caminan los jóvenes estudiantes de la escuela secundaria donde yo estudié, árboles que se han intentado sembrar han sido destruido por las agresiones múltiples que han padecido. Supongo, que tiene que ver con una cultura de violencia que vivimos, y que para los jóvenes estudiantes es ahora algo aparentemente normal en la ciudad. Me gustaría mejor saber que los jóvenes cuiden los árboles que están en su entorno.
Todo esto me hace concluir que tenemos mucho abandono social e institucional en relación con el arbolado urbano en Chilpancingo. Porque no hay un programa permanente para eliminar el cableado aéreo, por lo menos en la zona centro de la ciudad. Buena parte de las ciudades del país lo han realizado, hasta en eso somos cabús del urbanismo a la mexicana. No veo ningún interés de las empresas telefónicas, eléctrica, de televisión por cable, sustituir su cableado aéreo por cableado subterráneo. Saben cobrar, pero no invertir de manera adecuada. Ni de a metro por año de cable subterráneo. Incluso, hay cosas que no comprendo: porqué una costosa inversión en la emblemática avenida Alemán para meter cableado subterráneo no se ha concluido después de tantos años de haberse realizado las obras principales para introducir el cableado subterráneo. No hay transparencia ni rendición de cuentas al respecto. Algo no está funcionando de manera correcta. Así que mejor el gobierno municipal en turno les permite a las empresas o les apoya para mutilar de manera continua árboles para no dañar su infraestructura aérea, o peor aún, eliminarlos por completo. Nuevamente se privatizan las ganancias y se sociabilizan las pérdidas de bienes públicos como nuestros árboles urbanos.
Por lo pronto, me propuse no volver a dejar que suceda esa poda nuevamente en mi presencia. Me apena demasiado.