EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Empecemos a soñar: otra política es posible

Jesús Mendoza Zaragoza

Noviembre 23, 2020

Los procesos electorales ya están en la escena pública, en la etapa propiamente preelectoral, en la que los aspirantes se abren paso para conseguir una candidatura. Los espacios mediáticos, tan saturados de noticias relacionadas con el Covid-19, ahora se van inclinando también hacia la agenda político electoral. Los partidos y las instituciones electorales ya han puesto en marcha los procedimientos señalados por la ley para sacar adelante todas las tareas relacionadas con los comicios de 2021.
El caso es que el tema de la política suele ser tan polémico y tan contradictorio en sí mismo. Pero, sobre todo, debido a las ideas y los sentimientos que despiertan en la sociedad, diversos actores involucrados directamente en la política van contribuyendo al clima de discusión y de efervescencia electoral. Hay que tomar en cuenta que los índices más bajos de confianza social están relacionados con los actores políticos y con el sistema vigente que perfila la política como una actividad ligada a la corrupción, al abuso, al engaño y a la carencia de valores éticos.
Ante la adversa opinión hacia la práctica de la política tenemos que pagar un alto precio: desconfianza, indiferencia, escasa participación, abuso de las élites y simulación democrática. El aparato político no funciona, de ordinario, para el bien público, sino para reproducirse a sí mismo, mientras que la sociedad civil no cuenta con la madurez y la consistencia como para convertirse en un contrapeso en el ejercicio del poder público. En este sentido, si prevalece una opinión adversa a la política y la seguimos pensando en términos de abuso de poder y de corrupción, no podemos ni pensar en un ejercicio distinto de la misma.
Por esta razón es necesario pensar la política de una manera diferente. Hay que imaginarla para crear condiciones que la hagan posible. La imaginación es una facultad que busca hacer posibles las cosas que parecen imposibles. Lo que tantas veces nos sucede es que el peso de la realidad es tan abrumador que hasta la imaginación se nos atrofia y terminamos por resignarnos. Entonces, nos convertimos en reproductores de esa realidad y nos dejamos arrastrar por sus dinámicas anacrónicas y destructivas. Eso nos ha pasado con la política: nos hemos acostumbrado a un sistema corrupto y sucio y no nos imaginamos uno diferente y no hacemos algo para lograrlo. Eso ha pasado con los partidos, que son herederos de una forma de hacer política anclada en el pasado, que no facilita una transición hacia la democracia.
En la reciente Carta Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, hay un llamado a la imaginación, a la creatividad, a explorar y a recuperar la necesidad de las utopías, esas que se derrumbaron junto con las grandes ideologías y sus grandes propuestas de transformación social. Hay un llamado a recuperar la política como una herramienta humanizadora y como una de las formas más extraordinarias de amor al prójimo. El amor, lleno de gestos de cuidado mutuo, es también civil y político. Dice Francisco que “el amor no solo se expresa en relaciones íntimas y cercanas, sino también en las macro relaciones, como las relaciones sociales, políticas y económicas”. La política puede ser rehabilitada cuando, a partir del amor social, se avanza hacia un orden social y político en el que el bien común sea un referente fundamental. En estos términos, la política se vincula con lo mejor del ser humano, con sus potencialidades y las aspiraciones más nobles y universales.
¿Cómo se manifiesta el amor en la política? En dos formas básicas. La primera se refiere a las acciones dirigidas a personas y a pueblos, como el trato respetuoso y los vínculos de servicio. Y la segunda sucede cuando se ponen las condiciones o se estructura la sociedad para que nadie se quede marginado mediante instituciones sanas, regulaciones justas y procedimientos transparentes. De esta manera, el ingenio del amor se empeña en el bien común, en la justicia social y en la construcción de la paz desde los estamentos políticos.
Como siempre, no faltará quien señale que esto es pura fantasía, que el mundo de la política, “per se”, está destinado a ser “la cañería” de la sociedad, donde se filtran las aguas negras, los excrementos y los desechos. Esa es la realidad, y no puede ser de otra manera, dicen. Cuando se carece de imaginación, no hay más recurso que la resignación. Sin la imaginación moral, no hay posibilidades de transformación, ni del ser humano ni de su entorno. Cuando la política se ha convertido en un asunto técnico que todo lo resuelve simplemente con cálculos, ecuaciones, presupuestos y estadísticas, no da lugar a la creatividad ni a la visión de futuro. Esa es la herencia que nos ha dejado la tecnocracia. Por eso se llega a pensar que la mentira es inevitable, que la transparencia es imposible, que los abusos son parte de la gobernanza, que la corrupción es el ingrediente fundamental de la maquinaria política.
la actividad política. Y, para comenzar, hay que creer en que otra política es posible. Y, ¿si cometemos el atrevimiento de pensar que existe otra forma de hacer política? ¿Y si vamos haciendo un camino para sanar esa manera enfermiza de hacer política y vamos buscando formas sanas de organizar la sociedad buscando el bien común?
Para comenzar, es necesario pensar la política en su naturaleza específica, como el espacio en el que se diseña y se construye una sociedad, teniendo como referencia la dignidad de cada persona y el destino de un pueblo. El ser humano, tanto en su dimensión personal como en la social tienen que ser la medida de la política: sus necesidades, sus aspiraciones, sus temores y sus esperanzas… su dignidad. Por esa sola razón, la política no puede tomar el referente absoluto de la economía. El capital -los poderes fácticos- no puede subordinar ni debilitar y, menos, reemplazar a la política, sino al revés. La política tiene la tarea de regular la economía tomando como punto de referencia las necesidades materiales de las personas y de los pueblos. Y, por otra parte, las ideologías tienen un papel saludable en una sociedad plural, como referentes que sirvan para el diálogo, el enriquecimiento de perspectivas y de interdisciplinariedad, y no como forma de dominar y atrapar la política, como lo han hecho el fascismo, el nazismo y los socialismos cerrados.
Por otra parte, si las tecnocracias que han prevalecido entre nosotros tienen una visión eficientista e inmediatista de la política, se necesita un cambio de paradigma. Necesitamos una política “que piense con visión amplia”, sustentada en principios rectores y “pensada para el bien común a largo plazo”, que replantee a fondo las transformaciones importantes que necesita la sociedad. Estamos acostumbrados a planes de gobierno trienales o sexenales, es decir, inmediatistas. La política no se proyecta con largo alcance mientras que nuestros políticos solo saben mirar a lo corto, mientras dura un gobierno. Su lógica está en visibilizar sus obras para continuar en el poder de un ciclo a otro y no en las transformaciones que un pueblo o una ciudad necesita. Y el sistema político se los permite y ahora estaremos presenciando los brincos desde un partido a otro y desde un puesto público a otro. Eso que llaman la danza de los chapulines.
Si se entendiera que la vocación política incluye la atención privilegiada a la “fragilidad” de las personas y de los pueblos, cuidando que se hagan capaces de un desarrollo que descarte dependencias y exclusiones. Esos que conocemos como “sectores vulnerables” suelen ser victimizados y utilizados en las campañas electorales y en el ejercicio del poder público. Ellos requieren de la compasión bien entendida, como motor de su dignificación para convertirse en protagonistas de su propio desarrollo. Si la política se utilizara en este sentido, ¡cuánto bien haría!
Hay que entender la política como un espacio de escucha y de apertura a todos, sin exclusiones; un espacio de encuentro y de diálogo en el que nadie sea descalificado por sus opiniones, ideas o proyectos. La diversidad de perspectivas y la interdisciplinariedad en la comprensión y en la solución de los grandes y pequeños problemas pueden ser de alto valor para la participación y para sumar esfuerzos en una misma dirección. El campo político, tan prolífico en contradicciones, en desencuentros y en polarizaciones, puede ser más fecundo para el bien común si se genera esa cultura del encuentro y del diálogo. La política, como forma de gestionar el bien común tiene que explorar e incursionar más por el sendero de la inclusión de los demás, aún de los adversarios.
Para todo esto se requiere imaginación y creatividad, que puede fluir del desarrollo del amor social para darle a la política un rostro más atractivo y confiable. La política se convierte en un arte, tan necesario para la convivencia social, en una aptitud que se va consiguiendo en la medida en que nos humanizamos y pensamos más en los demás, en el bien común. Para que esto suceda hay que arriesgarse a salir de los caminos convencionales que le han funcionado a la clase política para reproducirse a sí misma, pero no para la transformación social que necesitamos. En fin, la asignatura pendiente está en la dignificación de la actividad política. Y, para comenzar, hay que creer en que otra política es posible.