Ana Cecilia Terrazas
Abril 19, 2025
La empatía es una cualidad que, cuando escasea, derrumba toda civilidad. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la empatía es un “sentimiento de identificación con algo o alguien” y es, asimismo, la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. En medicina y psicología, la empatía puede ser cognitiva o emocional y es una cualidad fundamental para poder tratar a las o los pacientes. Un profesional de la medicina sin empatía se torna frío, distante, y puede llegar a provocar lo opuesto a su deseable meta que es curar, aliviar o mejorar la salud de su paciente.
Los estudios científicos recientes*, referentes a la empatía, la dejan de ubicar como una simple cualidad para colocarla como una competencia relevante perteneciente a la neurobiología. Especialistas en ese ramo aseguran que los seres humanos tenemos conexiones neurológicas sofisticadas para poder ser empáticos; de hecho, cuando falla del todo la empatía, se está frente a un problema social muy fuerte, ya que es gracias a esta característica que podemos conducirnos y comunicarnos con las otras personas que no son yo, que no es una o uno. Parece que, la posibilidad de intentar sentir lo que la otra persona siente es un rasgo de avanzada en la evolución cerebral del ser humano.
A través de los siglos, muchas culturas y espiritualidades coinciden en que la regla de oro es “tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti”. Esto, en un intento convivencial por excelencia, para ser empáticos y hacer empatía ante todo lo que ocurre que escapa del egoísta uno mismo, al yo y a mi circunstancia. Los teóricos críticos, los filósofos de la posverdad y sus seguidores, afirman de todas maneras que es imposible salirse de uno mismo para poder comprender al otro, a lo otro; no se puede ser otro, acaso podemos apalabrar e intentar descifrar lo que piensa, siente y es el otro, sabiendo que lograrlo es imposible y sabiendo que esos intentos subjetivos también cambian dependiendo del momento en que el sujeto interpreta o quiere hacer empatía, ser empático.
En el fondo de la empatía está operando, continuamente, el texto y el contexto, la historia subjetiva y la imposibilidad de ser otra persona. Además, en ese marco experiencial –el conceptual se puede tornar demasiado complejo para funcionar socialmente y en la práctica cotidiana– es muy difícil tratar siquiera de ser empáticos con situaciones, condiciones y formas de estar demasiado distantes, distintas, ajenas, remotas.
No obstante, en la medida en la que podemos siquiera procurar comprender lo que le pasa a la otra persona, en ese momento las preguntas, las respuestas, la conversación y la vida se vuelve completamente distinta a la del sujeto que sólo se dedica a buscar su felicidad y realización propias. En esos momentos, los caminos hechos por los intentos de ponerse con toda honestidad e intención en los zapatos del otro, nos llevan por senderos que facilitan extraordinariamente la comunicación, la socialización, la comprensión social y la manera en la que se puede sostener y defender un mundo en donde todas las personas tengamos igualdad de oportunidades. Toda esa empatía urge en el mundo para remediar heridas sociales tan profundas, tan vergonzosas, como las que vemos ahora vestidas de exterminio, guerra y violencia. Quién, sin haberlo sido, vivido o estado, puede comprender la falta de comida, agua, techo, cariño, ropa, amistades, lenguaje, movilidad, comprensión, conversación, salud, educación, divertimentos, padres, familiares, maestros, apoyos, zapatos, cobertores, habitación, compañía, integración social, sitio para dormir, patria, Estado benefactor, seguridad, privacía, sanitarios, regaderas, ejercicio recreativo, juegos, infancia alegre, risas…
Hace algunos años, una amistad privilegiada, un empresario visionario con gran tino para los proyectos de largo aliento, contaba de un viaje equivalente al desierto, con prácticamente nada encima, como una travesía indispensable para valorar la vida, para valorarlo todo, para poder ser empático. Atravesar la nada sin ayuda formal transforma la visión y el modo de apreciar lo que se tiene y lo que otros no tienen. Verse e intentar sentirse como la otra persona, en todas las ocasiones, en lo personal y como gremio humano, sería una conquista empática que pudiera ser una salida al desfondamiento universal que atestiguamos a diario, en muchísimos espacios, países, agendas y noticiarios.
*https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC5513638/
@anterrazas