Silvestre Pacheco León
Julio 15, 2006
El árbol creció casi por descuido. Diríase que un milagro trajo su semilla a este lugar quién sabe de dónde, porque nació muy antes de que la ciudad se vistiera de muchos ejemplares parecidos.
El roble se hizo tan grande y llamativo que luego sirvió de referencia para los vecinos. Creció tanto que no pudo después pasar desapercibido, incluso cuando pavimentaron la calle, se cuidaron de rodear su pie de cemento. Viéndolo bien, es un monumento de la naturaleza en un espacio de concreto.
En pocos años el roble floreció con esos racimos de campanas lilas que en la selva tropical son tan llamativos en época de estiaje.
El roble remata la calle de Ola Verde. En la primavera tapiza de flores su entorno, después le nacen largas, delgadas y dúctiles vainas verdes que con el tiempo van liberando las delicadas semillas que apretujadas nacen y maduran en su interior.
El viento las vuela por todo el vecindario y germinan dondequiera, con un poco de humedad frente al sol incandescente.
El árbol es parte de la vida de las familias en Zihuatanejo. En él se escuchan los cantos de las lechuzas y de los metlapileros, aves misteriosas que prefieren la oscuridad. Durante el día ocupan sus ramas los citadinos y despreocupados zanates. Las cunguchas o tortolitas se acompañan con las alondras o primaveras que llegan al atardecer.
Los caciques o guachitos, esos pájaros cafés de copete levantado y pecho amarillo, aventureros que se mueven siempre en manada, suelen visitar en la primavera este árbol maduro que cuenta ya con dos décadas de vida.
Ah, se me olvidaba contar, el roble, si carece de humedad, tira toda su hoja en los primeros meses del año y se cubre con flores durante la primavera, es decir, su riqueza también radica en la capacidad que tiene para nutrir el suelo de hojarasca. Precisamente esta cualidad puso en riesgo su vida en esta zona donde priva el pavimento.
Esa mañana del domingo la calma se alteró con la violencia de los machetazos. La vecina no podía ocultar que era suya la iniciativa. Pretendía derribar el árbol porque estaba cansada de barrer todos los días. “No sólo eso”–dijo para reforzar su argumentación– su esposo había sufrido en días pasados la picadura de un alacrán que se ocultaba precisamente bajo las hojarascas del roble.
Dos obstáculos le impedían cumplir su propósito descubierto: la imposibilidad de derribar el árbol con machete y la oposición de los vecinos.
El árbol sigue ahí, con más aliados que antes y tan seguro se siente que no le ha importando levantar el pavimento. Después de él se han sembrado en la ciudad miles de esos ejemplares cuya semilla resulta lo más fácil de reproducir.
En su día (del árbol) varias decenas de niños invitados por las autoridades municipales de ecología, iniciaron una campaña para reforestar la unidad deportiva. En el evento se reflexionó sobre la importancia que tienen los árboles en la vida de todos y de la gran obra que podría realizarse si cada persona se hiciera cargo de plantar y cuidar un ejemplar.
Por eso el trabajo de la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán merece difundirse y conocerse, pues ellas en tres años han plantado en promedio casi tres mil árboles cada una; mil árboles por año. Entre sesenta familias han hecho un nuevo bosque.
En el arrollo del Limón las decenas de hujes que crecen junto con otras 123 especies dentro de la ciudad, deben su sobrevivencia a la abnegación de Cirilo y Angelita, una pareja que los cuida contra la presión que representa el avance de la mancha urbana y la inconciencia de las autoridades que no distinguen entre un desarrollo sostenible y un crecimiento ecológico desequilibrado.
Anita Anher es la otra guardiana de los árboles en Zihuatanejo. Desde su mirador en el santuario del cerro de la Madera, cuenta centímetro a centímetro la destrucción de la capa vegetal en el anfiteatro, a causa de los asentamientos irregulares.
En contraparte, todo el tiempo se ocupa en germinar semillas y anda de ofrecida con quien los quiera sembrar para repoblar el planeta. Ella es sembradora furtiva de árboles por la ciudad y no se rinde frente a la idea de que, a la larga, prevalecerá el pavimento.
Otro pionero en la siembra de árboles ha sido el profesor Jesús Gómez Ríos, no importa que su iniciativa haya surgido desde su puesto en la dirección de servicios públicos municipales hace más de una década. Él se dio tiempo para encabezar campañas de reforestación, principalmente de robles, caobas y primaveros, en los camellones de los canales pluviales de Agua de Correa y del Limón.
En Zihuatanejo a partir del año pasado la mayoría de estos ejemplares ha empezado a florecer y las avenidas en primavera adquieren una vistosidad nunca antes admirada. Quien le cante a Zihuatanejo podrá hablar del roble florecido que pone su diadema lila a la ciudad, como lo hizo el novelista, Rómulo Gallegos de Venezuela que le rinde pleitesía al “Araguaney”, ése árbol que podría ser el primavero de la costa con sus flores amarillas que “en el período de la floración todo el campo, todos los caminos toda la geografía patria parece rendir pleitesía a la belleza de este árbol que luce en el bosque, a lo largo de nuestros caminos, en el interior de nuestras viviendas, como una diadema de oro”.
Mención aparte merece José Martínez Espino, el regidor de Ecología que en 1990, encadenado en la plaza principal de Zihuatanejo, evitó que la acción depredadora encabezada por el ahora flamante director del Invisur, arrasara con los árboles que embellecen la playa principal.
Recuerdo que el argumento más contundente del funcionario estatal para derribar las higueras y palmeras que dan sombra en la plaza y en la playa, era que su follaje impedía que los turistas vieran el mar. Después sumó a su arsenal el otro argumento folclórico: el fruto de las higueras es venenoso para el consumo humano y como puede ser una tentación al alcance de la mano, había que erradicar los árboles para poner a salvo la salud de los turistas.
En el caso de las palmeras su argumento para derribarlas era el riesgo de que al desprenderse algún coco, éste topara con la cabeza de alguien, provocando un accidente. Ante esa argumentación tan irracional que escondía la no menos irracional intención de gastar un presupuesto millonario en la remodelación de la plaza, sólo la acción de los ecologistas locales que montaron guardia frente a los árboles amenazados, pudo detener las máquinas.
Ahora, en el centro de la plaza crece vigorosa una ceiba, ése ejemplar sagrado y de tamaño gigante que extenderá su copa hasta sombrear la zona descubierta, que fue plantada por los militantes ecologistas en el segundo aniversario del Movimiento para la Defensa y Preservación de la Bahía de Zihuatanejo.
El Día del árbol, festejado en nuestro país el jueves pasado, es también un recordatorio del gran aporte del ingeniero Miguel Angel de Quevedo a la creación de los parques en la ciudad de México y del amor a los árboles.
Quien tenga posibilidad de visitar Coyoacán en la capital del país podrá admirar no sólo los viveros que fueron obra de este ilustre mexicano, sino la avenida arbolada que lleva su nombre y que va de la calzada de Tlalpan hasta la avenida Insurgentes, cruzando Universidad.