Silvestre Pacheco León
Junio 01, 2020
No fue, de ningún modo, en reconocimiento a la distribución eficaz del fertilizante gratuito en nuestro segundo año de experiencia, ni tampoco porque en medio de la pandemia la violencia hubiera cesado.
El primer lugar al que llegamos la semana pasada fue respecto a la gestión de la crisis de salud provocada por el coronavirus. La letalidad del contagio y su diseminación vertiginosa, frente a la escasez de camas en los hospitales, nos puso en la mira nacional y hasta más allá de nuestras fronteras por el trasfondo que se puede adivinar tratándose de un estado tan distante siempre de los primeros lugares del desarrollo por su pobreza y marginación.
Pero nada de eso es para hacer escarnio de nuestra situación, sino para reflexionar acerca de la vulnerabilidad en que nos encontramos, pues contrariamente a la idea racista de que la pandemia era enfermedad de ricos y güeros, en nuestro estado se abate con mayor rigor contra los pobres.
Pareciera un contrasentido pero resulta que en Acapulco, donde se concentra la modernidad de la actividad turística que es el motor de la economía en el estado, fue donde llegó y se diseminó el virus de la pandemia, favorecido por la expansiva movilidad que tienen los lugareños (por lo general los trabajadores hoteleros de la avenida Costera viven en las zonas distantes, marginadas y pobladas del puerto, hacia donde viajan todos los días con mayor riesgo de contagio).
En este caso fue del sector económico más importante del estado de donde provino el mayor golpe contra la salud porque, si se recuerda, era turista el primer infectado que se hospedó, comió, visitó tiendas y caminó por la Costera, pasando por un hospital particular donde finalmente se recuperó.
A cuántas personas saludó y contagió el personaje aludido no lo sabemos y quizá nunca se sepa, pero el hecho es que el virus que portaba encontró en Acapulco la condición ideal para diseminarse.
El otro brote de contagio numeroso que se detectó a mediados de mayo fue en la minera los Filos de capital canadiense y que se localiza en el municipio de Eduardo Neri en la región Centro del estado. La propia empresa cuya actividad ahora ha sido clasificada como esencial, reconoció que de 601 trabajadores a quienes aplicó la prueba del coronavirus, se detectaron a más de 50 contagiados, los cuales ya estarían en cuarentena, aunque priva la inquietud entre los pobladores porque muchos de esos contagiados conviven con la población local y temen su propagación.
En la región Norte ha sido Iguala el foco de contagio temprano, y aunque es médico el presidente municipal, poco ha podido hacer para controlar la pandemia que cundió con ferocidad.
De acuerdo con las historias que se han contado, a este municipio el virus llegó de Chicago en una línea de autobuses que da el servicio directo de la cabecera hasta más allá de la frontera. La portadora del coronavirus fue una señora que cada año venía de aquella ciudad donde radicaba para visitar a su familia, hasta que sin darse cuenta trajo la enfermedad que fue fatal tanto para ella como para muchos de sus vecinos, habitantes de Cocula y de Iguala.
De este mismo sector de los migrantes el gobierno del estado hasta el 20 de mayo había documentado la muerte de más de 30 paisanos, la mayoría de ellos radicados en la ciudad de Nueva York donde con más rigor ataca la pandemia.
Cuando el virus se ha diseminado por el territorio guerrerense hasta casi dejarnos sin municipios de la esperanza, hemos podido ver que lo más dramático no es la saturación de las camas en los hospitales, ni tampoco que aquí su letalidad sea mayor, sino la falta de orientación para que todos los habitantes conozcan la enfermedad y la manera de comportarse para evitarla.
Lo que ha dominado en nuestro estado es la desinformación, la ignorancia y la indolencia de las propias autoridades para enfrentar con eficacia la pandemia. No hay liderazgo que dé confianza a la población, por eso resulta tan confuso el comportamiento asumido por las personas que van del miedo a la insensatez, con el grave riesgo de que en Guerrero la curva de contagios se tarde en aplanar.
Un caso emblemático de lo anterior es lo que sucede en el pueblo de Llano Perdido, en el municipio de Cochoapa el Grande, de la región de la Montaña, donde el comisario contradijo a la presidenta municipal dando la voz de alarma ante el gobierno estatal por un brote de enfermos con síntomas de coronavirus.
La presidenta se concretó a negar esa afirmación atenida al resultado que una brigada de salud del ayuntamiento en aquella comunidad de las más alejadas y pobres del estado, diciendo que el caso de los ochenta enfermos era dengue, no coronavirus, como si eso careciera de importancia, y al paso dicha brigada aprovechó para dejar la amenaza de que la insistencia del comisario podía provocar la llegada de la Guardia Nacional que cercaría al pueblo (supongo que para evitar su movilidad).
Pero por fortuna pudo más el valor civil del comisario Regino Maldonado García quien pese a las amenazas no quitó el dedo del renglón en su exigencia para recibir la atención de las autoridades de Salud estatal.
Resulta sintomático que mucha gente que se siente afectada bien podría estar siendo atendida en los hospitales, pero el miedo que se ha generado es lo primero que se los impide, para empezar porque no es buena la fama que tienen las instituciones en su atención a los pacientes y, segundo, porque la campaña mediática en su contra no cesa.
Pero pudiendo salir al paso en contra de esa campaña de desconfianza, en vez de insistir sobre el número de personas que van a practicarse el examen y de ellos la cantidad de confirmados y recuperados, las noticias amarillistas que dominan son de los fallecimientos y de quienes han pasado malas experiencias en los hospitales. (En estas páginas conocimos la historia del agente del Ministerio Público infestado, platicada por su hermano que lo cuidó y prácticamente lo salvó de los médicos del ISSSTE llevándolo al hospital donde pudo conseguir una cama y ayuda para respirar).
Por eso en las historias de quienes han sorteado con éxito la enfermedad, contadas por Alejandro Guerrero en estas páginas, se puede aquilatar la heroicidad de los miembros de las familias que cuidan a sus enfermos, y la enorme voluntad de vivir que tenemos los guerrerenses para sobreponernos en las peores condiciones.
En eso creo que merecemos estar en el primer lugar.