Silvestre Pacheco León
Noviembre 04, 2024
Recuerdo que muy temprano en este siglo, cuando la violencia del crimen organizado irrumpió en la tranquila vida de los costeños, los padres de familia antes despreocupados por el ir y venir de sus hijos de la escuela a sus casas y viceversa, se vieron forzados a cambiar para evitar los daños colaterales de las constantes balaceras.
Con los hijos en la universidad ocurrió otro tanto, los padres ya no estaban tranquilos como antes, pensando que a esa edad ya se cuidaban solos y entre las medidas que adoptaron estuvo la recomendación de no andar solos en la calle y tampoco viajar de noche. Era obligado informarse de la hora de salida del autobús para calcular la hora de llegada cuando visitaban a los padres.
Ese trastocamiento que sufrió nuestra vida fue general y de eso guardo en la memoria aquella anécdota de mi amigo Salvador quien en 2006 vivía en San Luis la Loma, en el pueblo costero de Tecpan, escenario de los enfrentamientos de hace dos viernes entre criminales y fuerzas del orden, con un saldo de decenas de muertos y detenidos.
Estaba a punto de oscurecer aquella tarde cuando mi amigo de San Luis la Loma cuenta que estaba a la orilla de la carretera en espera del autobús en que venía su hijo desde Chilpancingo, pues aunque su casa está a escasas cuadras de la parada, en ese tiempo prefería verlo llegar con bien y acompañarlo, pues la vida en el pueblo era de mucha tensión, sobre todo cuando el grupo local que controla el territorio en esa parte de la Costa Grande se confrontaba con la facción que tenía su sede en Petatlán.
En la espera del arribo del autobús Salvador me contaba que a esa hora del día ya nadie había en la calle y solo la tienda de la esquina permanecía abierta, por eso se sobresaltó cuando miró venir a un hombre armado con un rifle de los llamados cuerno de chivo caminando en su dirección.
Nervioso y pensando en no tener problemas caminó hasta la tienda, pero la treta no le resultó porque al voltear tras de su espalda miró que el hombre armado casi lo alcanzaba, por eso fingiéndose interesado en algún producto que no veía buscó refugio en el rincón hasta donde llegó el individuo que iba descubierto de la cara fumando un cigarro de mariguana y de la solapa de su camisola colgaba una granada.
Cuando mi amigo se creyó que era hombre muerto la voz del tendero fue un alivio.
–Qué le damos joven.
–Deme una cajetilla de cigarros, señaló con el dedo porque no acertaba a decir el nombre de la marca de los cigarros y porque entonces el sujeto ya estaba junto a él llamando también la atención del dependiente.
–Que sean dos, aquí el profe las va a pagar –dijo volteando a ver a mi amigo quien solícito sacó el dinero, pagó y casi corriendo salió de la tienda en el momento mismo en que llegaba el autobús con su hijo a bordo.
Sin voltear la mirada hacia la tienda caminó presuroso al lado de su hijo y fue hasta dentro de la casa donde pudo articular palabra agradecido de sentirse a salvo.
Así pasaron los años y con el tiempo los sanluiseños normalizaron las balaceras, las confrontaciones y los muertos, teniendo que aprender determinadas artes para la sobrevivencia y un sexto sentido en el contexto violento que se vive.
Por eso doy crédito en lo que dicen que se oyó comentar en el mercado de San Luis un día antes de la incursión armada de la GNG.
Cuentan que en la mañana del jueves, un día antes del suceso, un vecino llegó al negocio de su conocida en el centro del poblado, y que luego de saludar a la dueña le preguntó.
–¿No sientes raro este día?
–No, la verdad. Tú qué sientes.
–No lo sé, pero tanta calma me pone nervioso, como si algo malo fuera a suceder.
–Bueno, ahora que me lo dices creo que tienes razón, hay mucha calma.
Esa plática premonitoria fue parecida a lo que mucha gente en Acapulco comentaba cuando después de la experiencia del huracán Otis se supo que venía John, como una lluvia torrencial. Dicen que en cuanto la gente sentía la presencia de un viento suave todos se alarmaban recordando que así fue el principio del ciclón que todo lo arrasó.
Por eso lo ocurrido hace dos viernes en esa parte de la Costa donde un cártel de reciente aparición (GNG) procedente de Coyuca de Benítez quiso sorprender al otro adueñado del lugar con decenas de años para desplazarlo, parece no tener explicación por el error garrafal de confundir y atacar un dispositivo de la Guardia Nacional, el Ejército y la Armada de México creyendo que se trataba de policías municipales.
Por eso los sorprendidos fueron los agresores que se movilizaban en más de una decena de camionetas sobre la carretera federal donde se produjo la primera confrontación guerrerense entre dos cárteles ante la presencia de las fuerzas del orden en el primer mes del gobierno de Claudia Sheinbaum, sentando un precedente para imaginar lo que vendrá, porque es el primer hecho en el que se muestra el poderío del Estado y su monopolio de la fuerza actuando coordinadamente como pocas veces se había visto.
Los elementos nuevos en este enfrentamiento que mantiene en crisis a la población es la enorme capacidad de fuego de los criminales y el equipo para movilizarse y atacar, los talleres donde habilitaban sus vehículos blindados tan a la vista, así como los campamentos, campos de entrenamiento y casas de seguridad en las inmediaciones de la zona urbana de San Jerónimo y Coyuca, ahora con el ingrediente de la presencia de sicarios centroamericanos.
La reacción del gobierno en este caso representa la determinación de la presidenta Sheinbaum para controlar lo más negativo en el accionar del crimen organizado, que son los daños colaterales que afectan a la sociedad y vulneran el prestigio del gobierno, mientras que para otros sigue incierta una solución definitiva al drama de la violencia debido al largo tiempo de incubación y diseminación del crimen por el tejido social hasta tener el control y complicidad en todos los ámbitos, incluido el Poder Judicial.
Hay quienes ven estos hechos violentos como algo natural en la dinámica de disputa del territorio entre cárteles, y los menos buscan una explicación más local de lo que pasa y ubican el caso como parte de la venganza que fraguan las propias familias dedicadas al crimen, enemistadas por motivos nimios.
Y aunque mucho está por hacerse en nuestro sufrido estado de Guerrero donde aún esperamos resultados de la investigación en torno al asesinato de Alejandro Arcos y de tantos casos de muertos y desaparecidos como hechos cotidianos, creo que podemos esperar un mayor recato en el accionar del crimen que nos aleje de la zozobra.
No dudo que a pesar de las críticas de la oposición por haber creado una Secretaría sin substancia para después reformar la Constitución, la mayoría mirará con optimismo la nueva iniciativa presidencial para modificar el artículo 21 de la Constitución dotando de facultades a la Secretaría de Seguridad Pública para realizar labores de inteligencia, coadyuvando con el Ministerio Público en la investigación, y ampliando sus dotes para la coordinación, lo cual redundará en la eficacia de las labores encaminadas a dar seguridad a la sociedad y evitando el dispendio de recursos.