EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

En la entraña del olvido

Tlachinollan

Noviembre 12, 2006

Con voz pausada y entrecortada por la dificultad de expresarse en español y por el triste recuerdo de su sobrino Aurelio Basurto de los Santos, quien murió el 3 de enero pasado en el campo agrícola llamado Filipinas, en Guasave, Sinaloa, Faustino nos cuenta lo difícil que es mantenerse con fuerza a sus 42 años, con seis hijos y cinco nietos a cuestas, trabajando desde hace 25 años como jornalero agrícola.
“Vivimos de lo que juntamos en el campo de Sinaloa mi esposa y cuatro hijos que aguantan a trabajar en el sol. De diciembre a abril con mucho sacrifico llegamos a juntar 20 mil pesos, ese dinero nos alcanza hasta la fiesta de los muertitos. En estos meses compramos chile, sal, ropa, huaraches, leña, carne, velas, pan, curandero, médico y medicinas. Nos va bien si sembramos maíz porque nos ahorramos como tres mil pesos y podemos comer elotes, calabaza y frijol”, dijo.
Agrega: “tenemos nuestra casita de adobe de dos piezas, ahí dormimos todos en el suelo con cartones y petates. Mi hija Constantina se casó a los 14 años pero luego la dejó el marido. Ahora ella también se va con nosotros para trabajar en el corte de tomate. Gana 70 pesos y apenas le alcanza para comprar la leche, la ropita y la medicina para mis nietos.
“Ahora nos vamos a ir a trabajar a Sinaloa, pero ya no con el mismo patrón, Castro Ramiro, porque nos maltrata y nos engaña. En febrero nos quedó a deber una semana de trabajo a 19 compañeros, nos robó 11 mil 400 pesos. Nos dijo que después nos mandaba el dinero, pero nunca llegó”.
“Otra cosa que nos dio miedo y coraje es que mi sobrino Aurelio murió cuando se encontraba descansando con su esposa y su niño de cinco meses en su cuarto en el campo Filipinas. Lo único que nos dijeron es que se ahogó por comer mucho chile, nunca nos explicaron bien. Por más que pedimos al patrón que le pagaran a su esposa por lo que él trabajó, como una indemnización, no quiso, se enojó y nos amenazó. Solo le compró una caja y pagó la ambulancia hasta Tlapa”, dijo Faustino.
El papá de Aurelio está triste porque dice que a lo mejor su hijo se envenenó porque cuando rociaba pesticida le daba vómito y le dolía mucho su cabeza, sus pulmones y siempre tenía sueño. “Por eso no estamos conformes porque muchos paisanos se han muerto en los campos y nadie dice nada, nos morimos como si fuéramos animales, no les duele y no les interesa nuestra vida. Nos desprecian y nos amenazan que nos van a meter a la cárcel”.
“¿Tú crees que eso está bien? ¿A poco no te va a doler que se muera tu hijo y que tu patrón te corra de tu trabajo? Por eso andamos buscando otro lugar para trabajar, donde ya no nos engañen y nos paguen lo que prometen los contratistas de Tlapa, que en lugar de ayudarnos se encargan también de jodernos, porque ellos están del lado de los patrones”, dijo Faustino.
Otra voz llena de indignación y de mucha rabia contenida es la de Nicolás Mendoza de los Santos, quien se ha echado a cuestas la tarea de formar un sindicato de jornaleros agrícolas. Todo ha sido en vano, porque lo más difícil es poder organizar a la gran masa de trabajadores del campo que deambulan por los campos agrícolas sin saber qué hacer y a qué patrón creerle. Lo único que quieren es conseguir trabajo y tener un sueldo para comprar tortillas y chiles que ayuden a amainar su hambre. Por más que se quiere ordenar el caos que se vive en la Montaña por la falta de trabajo, se cae en las mismas inercias y al cabo los más beneficiados son los patrones del norte del país, que mandan a los contratistas para captar a los más necesitados y llevárselos a base de promesas, abusando de la buena fe de los indígenas que regularmente confían en quien se sabe expresar en español y en su lengua materna. En esta montaña de engaños no queda de otra más que acompañar al que más sufre, estar con los que bajan de sus pueblos para llevar sobre su espalda su único capital que es un costal de ropa y sus brazos escuálidos.
De Guasave, Sinaloa, llegó la noticia la semana pasada de que murió Mario Margarito Flores, originario de Dos Ríos, municipio de Metlatónoc, por una caída que sufrió cuando se dirigía a bañar en el río, su ilusión quedó trunca a las dos semanas que había llegado para trabajar, sólo alcanzó a cobrar 300 pesos.
En esta semana Santiago Gervasio le llamó por teléfono a Nicolás de los Santos para comunicare que fue encarcelado junto con Arturo Santiago en Casas Grandes, Chihuahua, por exigirle a Arturo Chávez, encargado del campo agrícola, el pago de tres semanas de trabajo que les adeudan a 15 paisanos de Ocotepec, municipio de Cochoapa El Grande. Son 48 mil 660 pesos el motivo de este reclamo y la causa de esta detención ilegal. Fueron 300 pesos el pago de una multa arbitraria que sólo se fundó en el reclamo al patrón para exigir el salario de 15 indígenas que ahora son criminalizados por el sólo hecho de ser jornaleros agrícolas.
Desde el 3 de noviembre anterior hasta la fecha han bajado de la Montaña más de 2 mil trabajadores de 86 comunidades pertenecientes a los municipios de Metlatónoc, Cochoapa el Grande, Alcozauca, Copanatoyac, Atlixtac, Xalpatláhuac, Atlamajalzingo del Monte, Acatepec, Tlapa, San Luis Acatlán y Alpoyeca.
Esta es La Montaña peregrina, porque de ella bajan familias enteras en busca de la salvación al costo que sea, sin importar la distancia y las condiciones de su traslado. Son los niños y las niñas los que forman parte del contingente más grande de los jornaleros agrícolas con la esperanza de ser contratados y obtener un ingreso más para la familia. Varios niños vienen solos, cobijados por algún tío, bajan porque no tienen a sus padres o porque su madre se queda a cuidar a sus hermanos más pequeños. Las niñas de 10 años en adelante son ya mujeres aptas para cuidar y cargar a sus hermanitos. Ellas con gran facilidad se adaptan a los cambios y a las condiciones infrahumanas en que se desenvuelve su traslado. Cada rostro infantil oculta en sus ojos una historia dramática, una historia marcada por el hambre, por la violencia paterna, por la dureza del surco, por la ausencia del juego y por el temprano despertar en el arduo trabajo del campo. Niños y niñas hechos para el peonaje, para el trabajo esclavo, no tienen la dicha de pasar seis años en una escuela, aprenden a hablar español con el pastoreo de los chivos, a socializarse en los autobuses que los llevan a Sinaloa, a desarrollarse recolectando pepinos y tomate.
Las mujeres que se enrolan como jornaleras agrícolas son mayoritariamente monolingües, dependen en gran medida del esposo, del hermano o del hijo para poder relacionarse con el mundo mestizo. Muchas de ellas expresan sumisión, miedo, vergüenza y una angustia permanente. Son las que siempre sufren, las que callan y obedecen, las que tienen que cuidar a los hijos y preparar la comida, las que más padecen el flagelo de la desnutrición.
Se van a los campos para ser madres, cocineras, costureras y jornaleras agrícolas. Varias de ellas van embarazadas y una que otra tendrá a su bebé en algún campo agrícola. Es el caso de Marcela Viterbo Chávez, originaria de Metlatónoc, de 15 años de edad, en menos de una semana tendrá a su criatura y ella seguramente dará a luz en el campo llamado El Chapo, en Culiacán, Sinaloa, a donde se fue a trabajar con su esposo Leónides Moreno, de 19 años de edad.
El Consejo de Jornaleros Agrícolas de La Montaña, conformado por representantes de las comunidades indígenas donde existe gran expulsión de mano de obra barata, impulsó un plan emergente con el fin de garantizar los derechos básicos de los trabajadores del campo. Convocó a las diferentes dependencias estatales y federales para promover una coordinación interinstitucional y una mezcla de recursos financieros orientados a mejorar los servicios de estancia, alimentación, salud y traslado de los jornaleros agrícolas. Acudieron a esta convocatoria la Secretaría de Asuntos Indígenas, la Secretaría de Desarrollo Social del estado y la Secretaría de Salud estatal, para apoyar en la compra de insumos básicos, la instalación del comedor comunitario y la atención médica de los enfermos que se enrolan como jornaleros agrícolas.
A pesar de la indiferencia de las demás dependencia gubernamentales, como Consejo de Jornaleros hemos tomado en serio la defensa de los derechos fundamentales de esta población indígena altamente vulnerable. Hemos ido comprendiendo lo complejo de esa problemática, lo difícil de emprender una iniciativa que vaya siendo apropiada para los mismos actores que luchan contra todo tipo de discriminación para alcanzar un sueldo que les permita sobrevivir.
El Consejo de Jornaleros Agrícolas de La Montaña ha podido garantizar el derecho a la alimentación de la población jornalera que se sube a los autobuses con la única esperanza de regresar a los seis meses con alguna ropa nueva, unos huaraches y una grabadora que les haga llevadera su vida en el tlacolol de La Montaña.