EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

En la quinta ola

Silvestre Pacheco León

Agosto 01, 2022

 

Ese día el tiempo amaneció nublado pero caluroso como invitando al mar.
Con ese propósito y el deseo de hacer yoga caminé hasta la bahía, pero me contrarié cuando reparé que no llevaba mi tapete y solo me consolé recordando que en mi alforja no faltaba mi libro.
Había comenzado a leer Tokio Blues la novela de Haruki Murakami inspirado en Norwegian Wood, la canción de John Lennon y Mc Cartney que se hizo famosa a fines de los sesenta.
Su lectura me atrapó desde la primera página, acaso porque alguna relación guardaba con mi propia experiencia recordando la bocanada de aire caliente que respiré bajando del avión que me trajo a la costa en la misma década en que el escritor japonés publicaba su novela.
Me reconfortó el espectáculo del mar bajando por el moderno andador donde luce el monumento a las ballenas.
Después de caminar a lo largo de la playa de la Madera donde los árboles de Flor de Mayo adornan el paisaje, encontré el lugar idóneo para retomar la lectura de la novela que tenía dentro de mis pendientes.
Encontré para ello la banca dispuesta para ese fin en uno de los recovecos del paseo donde el muro natural de piedra guarda el rumor de las olas y la sombra que refresca.
Desde ahí se divisa a los pescadores que madrugan para distraerse lanzando sus anzuelos al mar en esa curiosa mañana en la que parecía que los paseantes se habían puesto de acuerdo para faltar a la cita. El paseo se encontraba desierto.
Me senté esa mañana a leer con cierta avidez por conocer el desenlace de la relación entre Watanabe y Naoko frente al suicidio de Kizuki, novio de Naoko y amigo de Watanabe.
Las razones del suicidio siempre son claroscuros como muestra de una sociedad como la japonesa en la que lo corriente son las familias con un solo hijo y el trabajo compulsivo como vocación social.
Lo que ocurre después con el enamoramiento entre ambos amigos se ve dramatizado con la enfermedad de Naoko que la hace alejarse de Watanabe quien ya ha quedado seducido por el encuentro amoroso de su amada sin enterarlo de que es víctima de la tuberculosis.
Entonces cobra relevancia la aparición de Midori la estudiante de teatro que lo salva del naufragio cuando Naoko muere.
En esa lectura estaba cuando sentado en la banca sentí un raro hormigueo general de mi cuerpo, o acaso como una sensación leve de fiebre, lo cual me hizo recordar que estábamos en la quinta ola de la pandemia lo cual nos había hecho tan especialistas que nos sentíamos surfers.
Como había cierta amenaza de lluvia, en cuanto terminé mi cuota de lectura caminé de regreso a la casa pensando en lo poderosa que es la mente, capaz de guardar en los recuerdos una canción que se escucha asociada con viejos recuerdos que puede retrotraer a la actualidad lo que uno desea.
Eso se pretende que sucede en la novela de Murakami que comienza con la nostalgia que le produce al protagonista Watanabe, Norwegian Wood cuando en un viaje de negocios su avión aterriza.
Acompañé a Watanabe en la visita que hace a su amiga Naoko al hospital sui generis donde ha encontrado amistades entrañables hasta que sucumbe a la muerte.
Después de mi cuota matutina de lectura caminé de regreso hasta la casa donde pude ver que mi temperatura corporal no era suficiente para considerarla como fiebre.
Y así pasé ese domingo en el que sentí que el hormigueo de la mañana en todo el cuerpo se había concentrado en la garganta. Eso me inquietó un poco, pero en el transcurso de la tarde se me olvidó. Acaso en la noche, a la hora de dormir, reparé en ese detalle al que no le di mayor importancia.
A la mañana siguiente desperté contento porque el hormigueo de garganta sentí que había desaparecido, pero no era tal porque se convirtió en una tos seca pero esporádica a la cual le di el tratamiento corriente de dejarla pasar, hasta que llegó otra vez la noche cuando el ligero malestar de la tos pasó a convertirse en gripe.
Mi nariz se tapó sin aparente razón, lo cual me incomodó por esa sensación de no poder respirar casi en la asfixia.
Por eso para evitar una mala noche le pedí a Palmira que me acompañara a buscar la medicina en la farmacia.
Fue una nueva experiencia recorrer la ciudad en la noche con todo cerrado, poco tráfico y contados lugares bien alumbrados donde los trabajadores hoteleros acostumbran cenar.
Todas las farmacias se encontraban cerradas, hasta que encontramos la de guardia en la que muy amablemente nos atendieron y vendieron el medicamento, caro como todo lo que ahora se relaciona con la salud.
Antes de volverme a acostar me tomé una pastilla para destapar la nariz y aspiré el vapor de un té de jengibre que en el acto me destapó las narinas. Así dormí bien y de corrido.
Al otro día hice una vida normal, la tos había cedido pero ahora era la nariz de la que manaba el moco líquido e incontenible que por fortuna se escondía con el cubre boca. No tenía temperatura, pero sí un poco de cansancio. Fue cuando Palmira comenzó con la tos que ella la atribuyó a su alergia temporal que siempre sufre con el cambio de estación.
Para entonces ya estábamos aislados retomando todas las recomendaciones de higiene y sana distancia que ya habíamos dejado.
Por eso casi a regañadientes, por la exigencia de nuestros hijos, acudimos al Centro Covid del IMSS con Palmira donde los médicos nos confirmaron lo que suponían. Los dos estábamos infectados de Covid con un curso de cinco días y salimos de ahí cargados de medicinas y recomendaciones.
Aislados cursamos el resto de los días con paracetamol hasta que fuimos dados de alta.
Fue el tiempo suficiente para terminar mi novela repasando Norwegian Wood, la afamada canción de Lennon y Mc Cartney que narra la acción vengativa del abandonado al dejar sin vestigios lo que antes fue su nido de amor.
El premio por cursar el Covid sin mayor complicación fue el paseo ribereño en lancha que nos reservaron para disfrutar el espectáculo de los delfines que salían a nuestro paso mientras aquí y allá sorprendíamos a las parejas de tortugas, laud y carey en pleno coito, como dicta la naturaleza, preparándose para salir a desovar en las playas vecinas.
Ya en el retorno, con la pesca de un pez sierra de dos kilos y luego un jurel de unos diez kilos que quedó atrapado por la cola fueron las experiencias post Covid que nos aleccionaron sobre la efectividad de las vacunas y la necesidad de no olvidar las recomendaciones para evitar la infección.