Adán Ramírez Serret
Julio 22, 2022
Llevábamos ya tres días en “El taller”; Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) había irrumpido a la Ciudad de México, convocando a un curso gratuito que podríamos tomar todos quienes estuviéramos interesados.
Así que ahí estaba yo en el taxi con tres compañeras más del curso camino al altar de la Santa Muerte en la colonia Morelos que Paul moría por conocer cuando los mexicanos temíamos adentrarnos en los barrios peligrosos de la ciudad en busca de lo oscuro y pintoresco de nuestro país que los extranjeros aman.
Tomamos Viaducto, Congreso de la Unión y de ahí nos internamos rumbo a la Merced, a la parte de atrás, un tanto desierta en donde incluso los niños daban un poco de miedo. Los alumnos íbamos apretados en la parte de atrás del taxi y Paul adelante con un block entre las piernas escribiendo de manera furiosa, in situ. Nos observaba a nosotros, anotaba; al taxista, anotaba; el tráfico de la ciudad, las calles desiertas, los conventos hermosos en ruinas y esa parte cargada de misterio y violencia y Paul anotaba y anotaba cada vez más apasionado.
Yo iba feliz. Había leído durante los últimos veinte años cada libro de viaje de Theroux, así que mientras íbamos hacia la Santa Muerte, comenzaba a habitar las páginas futuras de un libro de viajes y resolvía el misterio que siempre aparecía en mi mente mientras leía los libros de viajes de Paul Theroux: ¿a qué hora escribe en todos sus viajes y cómo es posible que se acuerde de todo? Las dos dudas estaban resueltas en ese taxi en el que Paul iba escribe y escribe mientras vivíamos aventuras.
Días antes acudimos a la aleccionadora primera sesión del “Taller”, en la que Paul, de alguna forma a la vieja usanza, comenzó hablando de literatura. De Borges, de Cervantes, de Robert Frost, de sus amigos Bruce Chatwin o Hunter Thompson e incluso de su ex amigo Naipaul. Digo a la vieja usanza porque Paul pertenece a una generación que cada vez desaparece más de autores que leen muchísimo y aman la literatura.
Mientras Paul Theroux exploraba la Ciudad de México, hablaba de sus otros viajes alrededor del mundo. Tal cual, sobre el globo terráqueo entero, porque ha recorrido toda China en tren, toda Europa, África y tomado un tren de Alaska a la Patagonia. Contaba que no viajaba por placer, sino precisamente para sufrir, y no era broma. Paul comparte aquella visión de D.H. Lawrence The Savage Pilgrimage (El peregrino salvaje), en donde se desarrolla un ojo, una visión para ver lo que sólo un extranjero puede ver. Paul busca descubrir aquello que está frente a los ojos de todos, pero es imposible ver. Y para eso hay que sufrir recorriendo los caminos que nadie quiere hacer.
Además de estar en la Ciudad de México, Theroux estuvo también en la frontera norte del país, por donde entró, y habló con inmigrantes, con narcotraficantes y con todas las personas que habitan las zonas fronterizas entre México y Estados Unidos.
Además de la frontera y la Ciudad de México, Paul Theroux también visita Mazatlán, Tepic y sobre todo Oaxaca, que es una especie de centro del libro, pues el título mismo, En la llanura de las serpientes, es tomado del nombre de un pueblo, Coixtlahuaca, que tiene ese significado en mixteco.
Paul Theroux escribe un libro exhaustivo sobre nuestro país. Lee estudios sociológicos, periodísticos y antropológicos sobre México a la vez que va desplegando paso a paso, persona a persona una sociedad, la realidad que aparece ante los ojos de quienes habitamos este país.
En la llanura de las serpientes desentraña y muestra a nuestro país desde la mirada y la sensibilidad de un extranjero que se adentró en México con el amor y la seriedad con la que lo haría un mexicano.
Paul Theroux, En la llanura de las serpientes, Ciudad de México, Alfaguara, 2022. 496 páginas.