Silvestre Pacheco León
Mayo 22, 2016
Después de arribar a la ciudad de Iguala y luego de haber contado a mis amigas y compañeras la experiencia que viví aquella noche fatídica del 26 de septiembre como reportero de movimientos sociales, cada una recordó y platicó la suya propia.
Tanto Suria como Elba me platicaron que conocieron inmediatamente los hechos ocurridos en Iguala a través de lo que se divulgó en las redes sociales y después lo que contaron la radio y la televisión, y luego, de manera más minuciosa, la prensa escrita.
La noticia del ataque a los estudiantes, los muertos y heridos que se contaron después, fueron razón suficiente para que a Suria la destacaran en la primera línea de la información por su periódico. Llegó a Iguala el 27 de septiembre por la tarde y dice que encontró una ciudad convulsionada.
–La gente estaba metida en sus casas y el miedo se traslucía en cada uno de sus habitantes. Nadie quería hablar de los hechos pero los rumores corrían de todos modos.
–En las calles y lugares de reunión se escuchaban las versiones más encontradas y alarmantes de lo sucedido en la noche del 26 y la madrugada del 27.
“El gobierno quiere apoderarse de la riqueza de Iguala, por eso empezó la guerra” cuenta Suria que le dijo muy convencida la señora que caminaba por la calle de prisa buscando un salón de belleza donde esperaba encontrar a su sobrina.
Elba por su parte fue encargada de reunir toda la información hemerográfica sobre la inseguridad y la presencia del narco en Iguala.
De la investigación realizada mi amiga conoció el perfil psicológico del presidente municipal José Luis Abarca, y el de su esposa María de los Ángeles Pineda. Una pareja en la que el complejo de inferioridad de José Luis Abarca se complementaba con el carácter recio y protagónico de su mujer.
–En Iguala todo mundo sabía que quien mandaba en el ayuntamiento era la mujer del presidente.
–Tiene agallas y entre sus seguidores siempre se comentaba que “mejor ella hubiera estado bien de presidenta”
–Le gustaba mandar y tenía poder para eso, recuerden el trato que dio a los policías cuando la detuvieron en la Ciudad de México, casi los regañó cuando pretendían que los acompañara.
–Yo tuve oportunidad de tratar a esa mujer quien a cuenta de nada, mientras esperaba en la antesala para entrevistar al presidente, ella me platicó de un viaje reciente que había hecho a Singapur ¿Se dan cuenta?
–Contó que estuvo un mes en aquella ciudad del sudeste asiático para conocerla bien porque tenían el plan de abrir allá una tienda de joyería fina.
–Mira, nosotros deslumbrados por el poderío económico de los cuatro tigres asiáticos, sin reparar en que hay guerrerenses que se mueven en sus entrañas para entrar en la competencia del mercado.
–Bueno, es una pareja emprendedora, los dos saben hacer negocios.
-Y qué negocios, al grado de conseguir que la Sedena les regalara una parte del predio donde construyeron su flamante centro comercial Galerías Los Tamarindos.
–¿Sabían que en la gestión para la construcción de esa plaza moderna participó Zeferino Torreblanca, el Secretario de Economía del gobierno del Fox?
–Y ni se diga del amigo de la pareja, el ex presidente municipal, ex senador, ex secretario de Salud, y también ex perredista, Lázaro Mazón.
Mientras la plática fluía, mis amigas y yo continuamos recorriendo los lugares de la ciudad donde se produjo la agresión contra estudiantes, deportistas y transeúntes que estuvieron en el lugar y en el momento equivocado; como fue el caso de mi amigo Alfredo Ramírez, líder del Sindicato Único de trabajadores del Colegio de Bachilleres, quien viajaba aquella noche desde la ciudad de México rumbo a Chilpancingo y en mala hora pasó por la carretera federal en el momento en que era balaceado el autobús de la selección de futbol Los Avispones.
Mi amigo aún se recupera de la herida que sufrió por uno de los disparos.
Mientras la plática fluía, la mano suave de Suria en mi rodilla me recordó el difícil transe en que el destino me ponía junto a estas dos mujeres con las que había mantenido una relación amorosa.
En repetidas ocasiones durante el viaje trataba de razonar la salida correcta a esa situación, y no concluía en nada sobre la conveniencia o inconveniencia de enterar a cada una de ellas de la relación que había sostenido con ambas.
¿Habría el modo de sortear la situación sin que una de ellas o las dos me rechazaran?
Ocupado en esos pensamientos llegamos hasta la terminal de autobuses donde ubicamos la posición de la cámara que filmó la salida del quinto autobús con los estudiantes a bordo, pretendiendo salir de la ciudad.
Ya habíamos estado en la plaza donde los normalistas que convocaron a conferencia de prensa aquella noche fueron baleados, y mientras tratábamos de encontrar la razón de que los criminales impidieran a toda costa su huida, se nos ocurrió ir a caminar a la plaza comercial Galerías, propiedad del tristemente célebre matrimonio Abarca Pineda.
Realmente se nos antojaba la nieve, y aunque en vano buscamos una de tamarindo para hacer honor a la ciudad, tuvimos que conformarnos con los sabores y marcas que se encuentran en cualquier plaza comercial.
Estábamos sentados a la mesa recibiendo nuestro pedido cuando Suria avisó que iba al sanitario. En ausencia de nuestra amiga, Elba quiso darme a probar de su nieve acercándome sus labios. Estaban fríos y dulces.
Cuando alejaba mi boca de la suya miré de reojo que Suria se aproximaba distraída en los objetos que exhibía un aparador. ¿Será que nos ha visto? Pensé sobresaltado.