Lorenzo Meyer
Julio 26, 2021
AGENDA CIUDADANA
En el prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política un Marx optimista aseguraba que la humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver. Ojalá, pues como humanidad afrontamos hoy un problema inmenso, como el que tuvo Noé pero peor. Se trata del cambio climático y su cadena de alteraciones irreversibles.
Somini Semgupta, periodista especializada en temas climáticos, sintetizó la esencia del dilema: “Los desastres provocados por fenómenos climáticos extremos en Europa y la América del Norte han hecho evidentes dos factores esenciales de la ciencia y de la historia: el mundo en su conjunto no está preparado para aminorar el proceso de cambio climático, pero tampoco para poder vivir con él.” (The New York Times, 17/07/21).
La acción humana ha alterado de forma catastrófica el hábitat de sociedades enteras al punto de desaparecerlas o degradarlas de manera desastrosa. En Collapse. How Societies Choose to Fail or Succeed, (2005), el profesor de geografía de la Universidad de California, Jared Diamond, exploró los casos de la Isla de Pascua, de Angkor Wat o de la civilización maya para sostener su tesis de sociedades que persistieron en prácticas que dañaron su entorno natural al punto de hacerlo inviable. Ahora estamos experimentando un fenómeno similar, pero de dimensiones globales. Los indicadores disponibles nos dicen que ya cruzamos algunos de los límites que impiden la regeneración de varios subsistemas ecológicos en los términos necesarios para mantener una reproducción factible y sana de la humanidad.
Hace 500 años que la revolución científica de Europa permitió a ese continente tomar la delantera –y las ventajas– en la conformación de un sistema económico global. Tres siglos más tarde se inició la revolución industrial. Esas dos transformaciones en el marco del capitalismo generaron, entre otras cosas, una forma extrema de explotar a la naturaleza –sus fuentes de energía, minerales, bosques, ríos, fauna, etc.– más el trabajo de las clases subordinadas. El resultado ha sido un desarrollo material sorprendente pero desigual en extremo, pues hoy el 50% de la población mundial es poseedora de apenas el 1% de la riqueza mundial en tanto el 50% de los activos globales los acapara el 1% de la población (Credit Suisse [2017] citado por Global Policy Watch, 2018). Junto a los fenómenos de desigualdad y la acumulación acelerada de la riqueza se ha generado un daño enorme y acelerado del equilibrio y viabilidad de todos los subsistemas ecológicos del planeta.
La explotación desmedida de hombres y naturaleza se llevó a cabo con mayor ferocidad en las colonias y regiones consideradas marginales, pero hoy sus efectos se resienten lo mismo en el Congo de Joseph Conrad –El corazón de las tinieblas– que en la súper rica y resplandeciente California o en la próspera Alemania.
Johan Rockström, director del Instituto de Investigación sobre Impacto Climático de Postdam, considera que es en esta década cuando se tiene la última oportunidad para frenar el efecto catastrófico del calentamiento global, de lo contrario el clima estable y predecible de los últimos 10 mil años –ese que favoreció el desarrollo de nuestras civilizaciones–, dará paso a variaciones intensas irreversibles que harán del planeta un lugar cada vez más hostil a la vida humana.
¿Cómo lograr que como especie no crucemos la frontera de lo irreversible? Sólo una gran fuerza y movilización social y política surgida de la conciencia de la enormidad del problema podría refrenar a quienes prosperan con la explotación sin freno de la naturaleza y del hombre. El tiempo apremia. Ojalá Marx tenga razón y si bien ya hemos podido plantear claramente el problema, también podamos encontrar su solución.