EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Enloquecer de contado

Federico Vite

Marzo 06, 2018

La trabajadora (Penguin Random House, España, 2014, 155 páginas), de Elvira Navarro, fusiona, a veces forzando el tema y la forma de contar (recordemos siempre que lo primero que salta a la vista de nuestro trabajo es el qué y el cómo), la locura y el desempleo. Une dos conceptos que no cuajan tan rotundamente pero indican una ruta inexplorada por la literatura en castellano, un camino que nos conduce a la verdadera proeza de la modernidad: enloquecer en abonos.
Esta nouvelle aglutina tres relatos superpuestos sin una dirección definida, más bien, sirven de contrapeso para mostrar las perspectivas de dos mujeres que armonizan los polos del texto: precariedad laboral y locura. Así que el lector se adentra en la trama y descubre que esa aparente incompatibilidad temática tiene de fondo una curiosa experiencia estética: describir cómo se vive en épocas de crisis (otra de las grandes lecciones de la modernidad, al igual que la locura).
La española Navarro urde pues una novela que involucra a Elisa y a Susana en Madrid. Elisa sobrevive corrigiendo textos para editoriales, a pesar de su profesionalidad el sistema editorial de subcontrataciones no ayuda mucho (como todos en el ámbito de la freelanceada sabemos) a tener ingresos jugosos y consuetudinarios, así que comparte su departamento porque no tiene dinero para pagar la renta. Susana entra en escena y de inmediato altera la vida de la protagonista, como si la locura funcionara por contagio. Elisa busca la estabilidad; Susana explora la falta de previsión, la inconsciencia escudada en la libertad. Recurre a la locura para describirse y construir su identidad. Busca alguien que le “lama el coño con la regla en un día de luna llena”. Trabaja en un call center. Es una mujer madura con una vida inestable que critica las certezas económicas, emocionales y artísticas.
Otro elemento que se une al enramaje del libro es la geografía, pues la ciudad está muy presente en la novela, Madrid es un territorio de la mente y del espíritu. Eso demuestra Navarro en el texto cuando leemos que Elisa recorre de noche la ciudad que teme y ama. Fascinada por sus paseos, se descubre creando un mapa de los recorridos y construye su propia urbe dentro de la urbe. En cambio, Susana hace mapas en papel, con imágenes recortadas de publicaciones y de fotografías; también edifica su Madrid.
El departamento de estas chicas ilustra muy bien el núcleo del texto, la relación forzada entre locura e inseguridad laboral, y funge como un separador de historias, un sutil dispositivo de oposición que genera el suspenso y sugiere (ahora al literatura toma elementos del arte contemporáneo y se ha vuelto evocativa, tenue y delicada, los engranajes son cada vez más sutiles, el problema es que esos dispositivos me parecen imposibilidades técnicas más que recursos plausibles) un cambio de vías: Susana empieza a comportarse mucho más cuerda y Elisa cae en una depresión profunda que, por sugerencia del texto, redundará en un lapso de locura. La autora nos dice que alguien bajo presión puede perder el hilo de sus pensamientos y de sus actos, la precariedad laboral es un detonante de la locura.
Aunque finalmente la estructura es frágil y nerviosa, no creo que sea un dechado canónico de la nouvelle moderna, pero leer La trabajadora sirve para entender las rutas de la narrativa española reciente.
Tenemos varios hallazgos si comparamos este tipo de nouvelle con Eterna juventud (Editorial Hueders, Chile, 2017, 78 páginas), de César Aira. Este libro es una curiosidad narrativa que no merece la llamativa etiqueta de experimento literario. Se trata de un documento, que a diferencia de La trabajadora, recurre a la campiña y el folclor mapuche para otorgarle un contexto a sus preocupaciones estéticas. El cacique Cafulcurá, personaje que aparece en La liebre (1991) y Entre los indios (2012), es el antagonista de Eterna Juventud, sobrino del tirano, quien frecuenta la soledad y la reflexión. Es pacifista y colecciona “cabecitas parlantes”, vaya, le obsesionan esas cabecitas parlantes.
Eterna Juventud tiende a la contemplación y viaja para pensar con claridad. Es distinto al resto de los indios, dedicados a quehaceres masculinos y tradicionales, quienes no comprenden el placer de esta adictiva colección (cabecitas parlantes) a la que el protagonista de esta sui generis historia dedica su tiempo. El sobrino de Cafulcurá padece, como un síndrome melancólico, los “intervalos” (tiempo muerto) con mayor frecuencia. Regresa de las misiones soporíferas que ordena el cacique con el fervor renovado por sus cabecitas parlantes. Está obsesionado con verlas, con cuidarlas, pues teme que alguien se las robe.
Como es usual, los personajes de Aira interpretan el jazz del pensamiento. Ofrecen disquisiciones filosóficas en tono jocoso, a veces de manera honda y brutal, pero se mantiene en la línea del tono Aira de novelar: poca acción, imágenes nítidas y un manejo impecable del lenguaje. Cito unas líneas: “El día brevísimo del invierno patagónico brillaba como un diamante, un jinete móvil en el centro”. Un jabalí devora a una muchacha, a una “ninfa de las aguas frías en un claro de bosque patagónico, sobre la superficie espejeante de un lago congelado”.
Eterna juventud es una novela disfrutable para quienes se dejan seducir por las novedades narrativas que no tiene ya nada que ver con el realismo mágico. Se trata de una nueva forma de novelar que apela a la sutileza. Sin duda, la literatura se deja trasminar por los tenues cantos del arte contemporáneo. Aira condensa en este volumen un enorme poder evocativo y poético. Eso es inobjetable.
Este autor argentino, llamado por varios suplementos y periódicos de habla inglesa como el Marcel Duchamp de la literatura latinoamericana, sorprende con esta nouvelle; se aleja de la polémica (ha llamado a Juan Rulfo un escritor mediocre y ha descalificado la obra de Ricardo Piglia) y recurre a la tensión poética para hacer que un mapuche reflexione hondamente sobre la valía estética de su vida, “el para qué existo si me aburren las guerras”. Espero que alguno de estos dos libros le ayude un poco a acercarse a la literatura. Que tengan un coqueto martes.