EL-SUR

Lunes 02 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Enrique Florescano

Lorenzo Meyer

Marzo 13, 2023

Cuando la acumulación de años llega a sobrepasar el promedio de vida en nuestro tiempo y sociedad, la desaparición de un contemporáneo no puede ser causa de sorpresa. Y, sin embargo, el misterio de la vida y de la muerte de quien nos acompañó en algún tramo decisivo de nuestro trayecto por este mundo genera emociones donde se mezclan los recuerdos con la sensación de una pérdida de algo propio, profundo e irremplazable.
Ha fallecido Enrique Florescano Mayet, historiador multipremiado muy reconocido en el gremio y exitoso promotor de y desde las estructuras institucionales de esa disciplina. Enrique nació en 1937 en Coscomatepec, Veracruz, hijo de un profesor de ideas radicales, de izquierda. Ya en la Universidad Veracruzana mezcló y con mucho provecho los estudios de derecho con los de filosofía y con la vida del activista universitario que publicó una revista mensual, Situaciones más un suplemento cultural en el Diario de Xalapa. Lo anterior aunado a un viaje a la Cuba de la revolución recién llegada al poder que le llenaron de entusiasmo por el cambio en América Latina y lo situaron en la orilla izquierda de la interpretación del mundo.
Le conocí entonces, en 1961 cuando ambos ingresamos al Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Pese a sus obvios intereses políticos –en su pequeño departamento de la colonia Roma debatíamos lo mismo los conceptos centrales del marxismo que las propuestas de los cine clubs–, en 1962 se mudó al Centro de Estudios Históricos del propio Colmex y ahí conoció a quien sería su esposa, Alejandra Moreno. Ambos obtendrían una maestría y terminarían su formación como historiadores en la Escuela Práctica de Altos Estudios de la Universidad de París.
La tesis doctoral de Enrique fue también su primer libro, Precios del maíz y crisis agrícolas en México, 1708-1810, fue esa una inmersión en los datos cuantitativos para salir con una explicación de fenómenos sociales con raíces económicas en ciclos temporales largos. Sin embargo, una de sus verdaderas pasiones estaba en otro lado, en el complejo mundo prehispánico, como lo prueban sus trabajos Quetzalcóatl y los mitos fundacionales de Mesoamérica, (2009), Dioses y héroes del México antiguo (2020) o Los orígenes del poder en Mesoamérica (2022), entre otros.
Para Florescano la historia absolutamente objetiva no existía, ni tampoco la desinteresada, lo que hay es una lucha política de narrativas del pasado que reflejan, distorsionadas, la disputa de los intereses que dan contenido a los proyectos reales y esto ha ocurrido aquí desde los imperios prehispánicos hasta hoy. La naturaleza de esta lucha interminable la examinó Florescano lo mismo en el apartado El poder y la lucha por el poder en la historiografía, (1980), la voluminosa Memoria mexicana, (1987) que en la revisión historiográfica de El nuevo pasado mexicano (1991).
Pero hubo otra pasión en Florescano: puso de lado el camino revolucionario para el cambio y lo sustituyó por el manejo profesional, sistemático, y finalmente inteligente y diligente de las instituciones existentes. Desde ahí se propuso generar y difundir el saber, en su caso el histórico, y por esa vía contribuir a modificar la realidad. Si como estudiante, en Jalapa, había creado dos publicaciones, ya doctorado y con obra dirigió en el INAH el Departamento de Investigaciones Históricas que luego cambió a Dirección de Estudios Históricos y de ahí pasó a dirigir el INAH mismo y en el ínterin dio vida a la revista Nexos, inspirada en el New York Review of Books. Fue un robo, literalmente sin sentido, de varias piezas del Museo de Antropología y que finalmente fueron recuperadas, lo que daño su posición en el INAH. Pero en 1988 y en el Conaculta encontró un nuevo sitio para continuar la labor editorial iniciada con la colección SepSetentas. Al final estos esfuerzos resultaron en la edición de más de un centenar de libros.
Un chamán participó en la despedida del historiador que tuvo lugar en la que fue su biblioteca. Ahí lo envolvieron las invocaciones, el copal y el sonido del caracol, pero en realidad esa no fue una despedida definitiva pues su obra lo mantendrá entre nosotros y entre quienes nos sucedan.