EL-SUR

Sábado 22 de Marzo de 2025

Guerrero, México

Opinión

Enrique Krauze Kleinbord

Silvestre Pacheco León

Marzo 25, 2019

Como muchos paisanos, fui uno de los que acudieron a la catedral de la Asunción aquel martes 13 de septiembre del 2016 para ver y escuchar al intelectual Enrique Krauze, recipiendario de la medalla Sentimientos de la Nación que le otorgó el Congreso local como reconocimiento por su labor de historiador.
Bajo los árboles de trueno, en pequeños grupos, la gente que no pudo acceder al interior de la iglesia, escuchaba atenta el discurso del intelectual que en tiempos aciagos venía a la capital del estado cuando estaba reciente el drama de la desaparición de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa cuyo acontecimiento expuso ante el mundo la grave descomposición social del régimen donde los políticos aparecieron como una misma cosa con los delincuentes del crimen organizado.
Su discurso me pareció notable y emotivo por su maestría para enlazar los principios proclamados por José María Morelos, al que llamó “el cura de Carácuaro”, sobre la libertad, la igualdad y la justicia social con el momento que vivimos.
Recordó el contenido de los Sentimientos de la Nación llamando a su autor “el moralista mayor de un país donde la moral debe ser la base de toda economía, toda política y toda cultura”.
Me emocionó cuando haciendo referencia a lo que para él serían los actuales Sentimientos de la Nación caracterizó a Guerrero como un estado que sufría el abandono de un siglo, cuyo rostro cruel eran “crimen, drogas, pobreza, desnutrición, emigración, desintegración social, discordia” haciendo votos porque el gobierno de la República pudiera revertir la situación con programas de desarrollo en compensación con el aporte histórico de los guerrerenses a la construcción de la patria.
Siempre fui admirador del historiador, y lector de su obra prolífica reconociendo su eficacia financiera para sostener con éxito una empresa dedicada a la cultura, pero tampoco fui ingenuo sobre las preferencias que Krauze tenía del régimen priísta para anunciar en las páginas de Letras Libres la publicidad del gobierno regido siempre por aquel dicho del presidente José López Portillo refiriéndose a la conducta dócil de la prensa: “No pago para que me peguen”.
Admiré su empeño por continuar la obra editorial de Octavio Paz con la publicación de Letras Libres, heredera de Vuelta, y su defensa a ultranza que hizo siempre de nuestro Nobel de literatura, tratando de mostrar lo consecuente que fue con su irreductible postura frente a la desdeñosa izquierda revolucionaria mexicana.

Su inquina contra López Obrador

Sin embargo nunca comulgué ni alcancé a comprender su animadversión contra Andrés Manuel López Obrador, salvo su crítica por el origen priísta del tabasqueño a quien siempre caracterizó como demagogo y populista porque, según él, nuestro actual presidente cae en la “irresponsabilidad de confundir sus deseos con la realidad”, secundando en su postura al otro Nobel peruano, Mario Vargas Llosa, quien invitado a participar en el debate llamado Diálogos por la Libertad organizado por Octavio Paz en 1990, calificó al régimen priísta como la “dictadura perfecta” que por medio de mecanismos sutiles ha podido reclutar y sobornar al medio intelectual.
Desde la publicación de su libro El mesías tropical en 2006, sus críticas a López Obrador me parecía que reflejaban un interés genuino en su cruzada por defender la libertad de expresión que veía amenazada, pero a medida que hizo de su postura un activismo que ahondó la confrontación entre seguidores y partidarios de Andrés Manuel me pareció una actitud poco sana, que contradecía su prédica de respeto al que piensa diferente.
Pero en la elección siguiente, después de aquella en la que se impuso a Felipe Calderón en la Presidencia, por encima de la demanda que desde los campamentos cívicos que la coalición electoral Por el Bien de Todos estableció en la Ciudad de México demandando la apertura de los paquetes de boletas para recontar “voto por voto”, Enrique Krauze endureció su postura contra López Obrador de quien ya decía que era un hombre proclive a la práctica del culto a la personalidad, dogmático y apegado a principios religiosos que (decía) lo hacen ver como un redentor, un Mesías político.
En una entrevista con Sergio Aguayo publicada el 4 de febrero, cinco meses antes de las elecciones de 2012, Enrique Krauze sostenía sus mismas críticas contra el ahora presidente, del que ya no veía su actitud beligerante, pero sin embargo advertía que continuaba con la promoción de un culto sobre su propia personalidad (y lo promueve, decía), pero ya le reconocía una “gran vocación social, no es corrupto (aceptaba), es limpio, ama a México, se preocupa por la gente pobre”. Todo eso que para Krauze era respetable, agregaba en su reconocimiento que como candidato de la coalición Por el Bien de Todos, había presentado su diagnóstico sobre la situación de México aceptando que necesitaba de un cambio profundo. Todo eso estaba bien, menos su propuesta de volver al pasado, porque “eso no funciona en nuestro tiempo”.
Y ofrecía que si López Obrador aceptaba que “todos somos mexicanos aunque todos seamos distintos”, dijo que consideraría darle su voto. Pero ya impuesto en la Presidencia Felipe Calderón, el intelectual orgánico, como lo llama con certeza López Obrador, (en la definición del teórico italiano Antonio Gramsci, aquel que ayuda a “forjar” el consenso en torno a ideologías y valores para imponer el dominio social, la hegemonía ética y cultural, de la clase en el poder sin el uso de la fuerza) dijo que como liberal no votaría porque no se sentía representado por ningún partido.

La operación Berlín

Esta postura del crítico intelectual ha quedado en entredicho al aparecer como el principal artífice de una campaña ilegal contra el ahora presidente de la República, dirigida a impedir que llegara al cargo mediante la elaboración y profusa difusión del documental El populismo en América Latina, cuyo financiamiento millonario e ilegal procedió de miembros del Consejo Mexicano de Negocios.
De acuerdo con la narrativa de esta trama, cuya solidez consiste en la propia declaración del periodista y escritor Ricardo Sevilla, quien asegura que fue enrolado en el proyecto por Fernando García Ramírez, subdirector de Editorial Clío y de la revista Letras Libres, durante más de un año trabajaron contra el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, subvirtiendo el orden legal vigente.
Pero el principal antecedente sobre la Operación Berlín (denominada así porque operó desde una oficina ubicada en la calle con aquel nombre en la colonia Coyoacán) fue la aparición del libro Juntos hicimos Historia de Tatiana Clouthier, coordinadora de campaña de López Obrador quien denunció el presunto papel del historiador en esa campaña ilegal que pone en duda su congruencia al traspasar la práctica de la libre expresión de las ideas con una conducta ilegal e inmoral que involucra delitos como el lavado de dinero.
Ahora serán las autoridades las que esclarezcan lo acontecido que, de confirmarse, harían ver al liberal víctima de sus propios dichos, pues la Operación Berlín nada tiene que ver con el ejercicio ni la defensa de la libertad de expresión supuestamente amenazada, sino con un afán de lucro que impulsó a sus autores materiales a trastocar el marco legal para hacerse de recursos económicos, poniendo precio a sus ideas, confirmando lo dicho por Vargas Llosa sobre los intelectuales de la dictadura perfecta.