EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Entre la utopía y la nada

Lorenzo Meyer

Diciembre 03, 2015

Si en México se contara con un verdadero proyecto de nación, el presente se haría menos árido y las ideas generarían energía política efectiva.

El proyecto nacional. ¿Qué puede significar hoy para un mexicano promedio “mover a México” o declarar al país “nación imparable”? Quizá lo que antaño significó: “arriba y adelante”, “la solución somos todos”, “renovación moral” o “pasión por México”: nada. Si para la mayoría el presente es desencanto, el futuro tampoco se vislumbra mejor.
En su clásico The civic culture, (Princeton University Press, 1963), Gabriel Almond y Sidney Verba encontraron que una encuesta que llevaron a cabo mostraba que entonces los mexicanos se identificaban aún con la Revolución y, sobre todo, creían, aunque en realidad no era el caso, que podrían influir en las decisiones de su gobierno (pp. 39, 363). En contraste, cuando hoy se pregunta a los herederos de esos ciudadanos qué tanto creen que influyen en las decisiones del gobierno, más del 70 por ciento se mostró realista: poco o nada (El Colegio de México, Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México, 2014, p. 106).
Y el desencanto actual se explica tanto por lo precario del presente de la mayoría como porque nada se ha hecho para iluminar su horizonte. En tanto constituimos una comunidad nacional, estamos urgidos de un elemento esperanzador, de un proyecto que mezcle en dosis adecuadas la realidad con elementos de utopía compartida. Un proyecto de esta naturaleza requiere de tres elementos con credibilidad: el qué, el cómo y, sobre todo, el con quién.
Nación imparable. Al concluir la mitad de su sexenio, el presidente declaró que México “está destinado a ser una nación imparable” que marcha por la ruta correcta. Sin embargo, basó su predicción en supuestos cuestionables: “una economía que crece de manera sostenida e incluyente”, instituciones fuertes, “reformas estructurales”, ingresos fiscales fortalecidos, etc. Este discurso se cae por falta de sustento. Precisamos de una propuesta que despierte la imaginación y sea creíble.
El Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 o los 95 puntos del “Pacto por México”, por ejemplo, no son, ni de lejos, equivalentes a propuestas que despierten y refuercen el sentido de nación, de tarea colectiva. Esto sólo se logra si la aspiración está sostenida por la historia, cuenta con un liderazgo apropiado y sus ideas motrices responden a las exigencias de la coyuntura histórica. Sólo eso puede convocar al encuentro de la propuesta con la esperanza.
Grandes momentos. Es posible tomar el documento de José María Morelos de 1813, Los sentimientos de la Nación, como un primer intento de proyecto de nación que finalmente no cuajó porque el sentido de nación aún no existía. El documento fue corto –23 puntos– pero claro. Tuvo un aspecto conservador –el de la religión oficial– pero su orientación general era muy avanzada: la soberanía “dimana directamente del pueblo”, “que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados” y que esas leyes “deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre…” Para una colonia de explotación, como lo había sido México por casi tres siglos, el de Morelos fue un proyecto con sentido, generoso en su contenido y creíble en su liderazgo.
Fijemos luego la atención en los proyectos conservador y liberal de mediados del siglo XIX. El primero proponía un país que construyera el futuro con los valores heredados: la religión católica como el marco que imponía obligaciones antes que derechos y la nación como un ente natural donde el individuo actuara enmarcado por la familia, la comunidad local y un Estado que le protegería de sí mismo y de las fuerzas que propiciaran la disolución de la sociedad (Erika Pani, Para mexicanizar el Segundo Imperio, Colegio de México- Instituto Mora, 2001, pp. 34-53).
El proyecto antagónico, el liberal, propuso superar la mentalidad e instituciones coloniales, abrir la puerta a la libertad religiosa y centrar el futuro en algo nuevo: en el individuo autónomo, movido por los estímulos de un mercado capitalista, donde las corporaciones coloniales fueran ya historia y surgiera la igualdad legal con un gobierno constreñido por una división de poderes y con elecciones democráticas como la forma en que el soberano –los ciudadanos– exigía cuentas a la autoridad. Si bien se impuso el proyecto liberal, tampoco logró el resultado que se esperaba, se quedó a medio camino.
Es con la Revolución Mexicana a inicios del siglo pasado –cuando México ya contaba con algunos rasgos básicos de nación–, que los planes elaborados por los participantes en la Soberana Convención de Aguascalientes –zapatistas y villistas– y en el congreso constituyente de 1916 –los carrancistas–, adquirieron el carácter de verdaderos proyectos nacionales alternativos, (Felipe Ávila, Las corrientes revolucionarias y la Soberana Convención, INHERM, 2014). Esas “utopías realistas” chocaron violentamente entre sí, pero algunos de sus elementos se materializaron, especialmente durante el cardenismo (1934-1940).
El correr del tiempo y la realidad gastaron la energía creativa de la Revolución y hace ya buen tiempo que México mal navega como un proyecto de los pocos, no de la nación. Hoy hay la necesidad de volver a imaginar y demandar un futuro auténticamente colectivo, pero esta vez por la vía no del choque violento sino de la movilización democrática. Hay que buscarlo, hay que insistir.

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