Lorenzo Meyer
Julio 13, 2020
En su discurso del pasado 8 de julio al lado del presidente Donald Trump en la Casa Blanca, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) decidió dar un consejo al gobierno del país vecino: que, al menos en su relación con México sustituyera la odiosa “Doctrina Monroe” –declaración unilateral de 1823 frente a Europa y que reclamaba para Estados Unidos el papel de poder dominante en nuestra región– por lo que podría considerarse la “Doctrina Washington”: el consejo que aquel primer presidente norteamericano dio a sus conciudadanos: no aprovecharse del infortunio de otros pueblos.
Citar ese consejo del máximo héroe norteamericano a sus conciudadanos, puede interpretarse como una sutileza para recordar que tal principio es parte de un todo más amplio: un conjunto de reglas de política externa que Washington enumeró en su despedida de 1796 y que constituyen una auténtica doctrina política. En este campo el mandatario fue un realista pues partió del principio que en el trato entre naciones soberanas no tiene sentido usar y menos creer en el concepto de amistad sino sólo en el de los intereses nacionales y que estos son básicamente económicos. En ese contexto, Washington propuso que “una gran regla de conducta para nosotros, en relación a las naciones extranjeras [debe ser] extender nuestras relaciones comerciales con ellas, pero procurando las menores conexiones políticas posibles”. Y resulta que esta premisa de política externa diseñada cuando Estados Unidos aún no era un imperio, es una que hoy cuadraría muy bien con el principio central de la actual política de México: la no intervención de un país en los asuntos internos de otro. Es difícil suponer que en la Casa Blanca se haya captado ese fondo del mensaje, pero como sea AMLO puso su pica en Flandes.
Esta primera gira del presidente mexicano al exterior está llena de detalles a examinar e interpretar. Uno de ellos es el motivo mismo del viaje. No fue, como él pretende que se le vea: una visita de trabajo al poderoso país vecino para hacer visible la importancia de haber sustituido el viejo TLCAN por el nuevo T-MEC. El primer ministro canadiense estuvo ausente y eso en nada afectará el acuerdo, ni éste va a significar un gran viraje en la naturaleza de la relación económica dependiente de México con Estados Unidos. Sólo Trump se empeña en calificar al viejo TLCAN como el peor tratado comercial firmado por su país y al nuevo como el mejor. Como sea, el hecho evidente es que la puesta en marcha del T-MEC no requería de la reunión de los jefes de Estado signatarios. Todo permite suponer que fue AMLO quien aprovechó la coyuntura y decidió correr el riesgo de medirse frente a Trump en el propio terreno de aquel y lo logró, aunque no sin alguna raspadura.
Trump no debió creer nada de lo que dijo en su discurso de bienvenida sobre amistad y respeto hacia AMLO y los mexicanos, pero el mero hecho de haberlo dado significó un conveniente olvido de la postura antimexicana adoptada desde 2015 y de la humillación que le infligió a Enrique Peña Nieto en 2016. En esas ocasiones el hoy ocupante de la Casa Blanca era el abanderado de la defensa contra una supuesta invasión de mexicanos caracterizados como narcotraficantes, criminales y violadores, y por eso había que separar a la Norteamérica morena de la blanca. En contraste, frente a AMLO, Trump caracterizó a la comunidad mexicano-americana y al presidente mexicano de manera muy positiva pese a que sus ideologías son de signos antagónicos: de derecha la del norteamericano y de izquierda la del mexicano.
Finalmente, los críticos de AMLO le echaron en cara que su presencia en la Casa Blanca sería usada por Trump en su empeño en reelegirse, pero al votante norteamericano promedio lo mueven los grandes problemas propios: la forma en que percibe el manejo de la economía, la pandemia, el desempleo y las manifestaciones contra el racismo. En ese panorama la relación con México simplemente no está. En el periódico de la ciudad de Washington –The Washington Post– fue apenas noticia para la página 12 mientras que aquí lo ha sido por varios días noticia de primera página y discutida en innumerables columnas.
Al final, quien pareciera haber obtenido mayor benefició del viaje, fue el que más se arriesgó: el presidente mexicano. Sin embargo, el elogio de Trump a la cooperación mexicana forzada en el control de la migración proveniente del sur fue un raspón para AMLO. La asimetría de poder entre los vecinos hace de la presión norteamericana la constante inevitable de nuestra relación con el exterior.
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