EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Epifanía vertebral

Adán Ramírez Serret

Diciembre 22, 2017

Alberto Manguel, escritor-lector que hace pocas semanas reseñé para las páginas de este periódico, cuando se refiere a sus libros, lo hace no sólo como si hablara de lo más valioso que poseyera, sino que da la impresión que hablara de amigos entrañables. Jorge Fernández Granados, a quien dedico estas palabras, escribe sobre los escritores, sobre los libros: “… los mejores artistas son como inteligentes amigos en una tertulia que observan algo que se escapa a los demás. Pero lo que viene de vuelta desde el ángulo de su mirada supera por mucho nuestra propia perspectiva y en realidad termina por entregarnos un mundo insólito”.
Me parece que sucede exactamente esto que dice Granados con los grandes libros: no sólo son hermosos amigos que entienden el mundo como nosotros, sino que le dan un punto de vista inimaginable a aquello que ya habíamos visto.
El inventor del género del ensayo, Michel de Montaigne, dijo que comenzó a escribir para continuar la charla, interrumpida por la muerte, con su amigo Étienne de La Boétie, autor del texto genial Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Los libros, pues, son grandes amigos con los que siempre podemos contar y a los que siempre podemos volver. Charlas pendientes, pospuestas o renovadas con lo mejor de la humanidad.
Uno de los lugares comunes sobre la lectura por el cual se nos dice que debemos leer, es hacerlo para saber más, para ser más cultos. No siempre sucede esto. En realidad ocurren muchas cosas en la lectura, como ya aconsejaba Samuel Johnson: “No leais para contradecir e impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o de disertación, sino para sopesar y reflexionar”.
Yo creo que cada quien es libre de leer para lo que se le antoje, y hay libros que invitan a diferentes tipos de lectura; incluso, algunos para divertirse o distraerse. Sin embargo, hay pocos libros que sirvan para todo, y uno de ellos es Vertebral de Jorge Fernández Granados. En el cual, se termina, por fuerza, por ser más sabio.
Nuestro autor, como los más grandes, es tan original que inventa un género propio al que llama “Breverías”, a caballo entre el aforismo (que quiere decir definición en griego antiguo) del cual dice Granados: “Mínima unidad de lenguaje que soporta un pensamiento completo”. Sobre su género inventado escribe: “Utopía de una literatura discreta, lo aquí escrito sólo persigue la medida vertebral de la atención que la inteligencia pone en el enigma que, furtivo, el mundo regala en un reojo. Si he de ser sincero, más que aforismos me gustaría llamar a esto brevería. Una brevería sería un filón de verdad tangencial, elegantemente breve y, en lo posible, también ameno”. Así pues su género entre el aforismo y el poema breve es un descubrimiento deslumbrante con el que puede escribir sobre “casi todo”. Entre sus temas aparecen la política, el ajedrez, la amistad, el carisma, la vejez, la eternidad… Cito algunos para dar una idea: “La política, esa maniobra de pequeñas promesas en razón de grandes intereses”. “País: Territorio acumulativo de contradicciones que se reproducen a sí mismas”. “En una ciudad los vivos siempre se abren paso sobre los muertos –pero los muertos terminan construyendo a los vivos”. “El amor es una de esas peligrosas palabras que puede significar cualquier cosa y, por lo tanto, ser usada para justificar cualquier cosa”.
Jorge Fernández Granados en Vertebral  despoja de nervios, músculos y piel al lenguaje y nos ofrece una frase despellejada, con tan sólo las vértebras que lo sostienen. Observa la composición del mundo desde un momento muy particular, desde la epifanía, me atrevo a decir. Desde un estado de iluminación en donde se le aparecen ideas, imágenes y conceptos que atraviesa con palabras en un momento certero, iluminado.
(Jorge Fernández Granados, Vertebral, Ciudad de México, Almadía, 2017. 219 páginas).