EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ernesto

Florencio Salazar

Octubre 17, 2022

Saber ofrecer la información esencial
para que los demás sigan trabajando por el buen camino. Daniel Goleman.

Ernesto Rodríguez Escalona compartió –miércoles 12– en Arcadia Centro Cultural de Chilpancingo la conferencia San Lucas. Conocí a Ernesto como secretario de Turismo del gobernador René Juárez, primera de las veces que ha ocupado el cargo. Durante la administración de Héctor Astudillo repitió por cuarta ocasión y ha sido en este periodo cuando tuve mayor comunicación con él. Siempre que lo escuché habló con precisión y claridad. Alto, agradable, su voz es clara y enfática, de manera que necesariamente atraía la atención, lo mismo en sus exposiciones sobre el Tianguis Turístico, la Convención Nacional Bancaria, las temporadas vacacionales y diversos temas análogos. Anterior a la política estaba dedicado a los negocios restauranteros, en donde Chuy Rodríguez Espinosa era non. Chuy patrocinaba un grupo llamado Orientación, que sesionaba en el hotel Oviedo de Acapulco. En mis años juveniles participé varias veces. Conocí al papá antes que al hijo.
Retirado de la cuestión pública, Ernesto ha expuestos en recintos universitarios sus muchas experiencias. Escuchamos en Arcadia a una persona desprendida del egoísmo, de las ambiciones insanas, de la vanidad. Centró su intervención en la importancia de dar más en el trabajo, de no rendirse ante los descalabros de la vida, ser humilde, no prejuzgar, construir los sueños y no olvidar las raíces. Ilustró su conversación con breves videos del tenista Nadal, los futbolistas brasileños Garrincha y Pelé, de Rocky, el golfista Tiger Woods (de la cima al sótano y volver a la cima), y de la película El Mayordomo. Cada ejemplo reforzó sus palabras; cada palabra dio más claridad sobre lo hecho y dicho por deportistas y actores. Cito solo dos: Garrincha era mejor jugador de futbol que Pelé. Después de cada partido Garrincha se iba al bar, Pelé seguía entrenando; a uno lo encontraron tres días después de muerto en el Estadio Maracaná y el otro es reconocido como El Rey. La película El Mayordomo –de la vida real– trata de un afrodescendiente que se jubila en la Casa Blanca. En una cena familiar uno de sus hijos, engreído, dice a su padre que no es más que un negro sirviendo a los blancos. El padre se altera y a gritos le pide que salga de su casa; interviene la madre y se interpone entre los dos. Se vuelve hacia el hijo y le da una bofetada: “Todo lo que tú eres se lo debes a ese mayordomo”, y le pide que salga de la casa.
Es fácil el olvido del talento y suponer que este es un don definitivo, que ya no requiere seguir siendo cultivado. O del esfuerzo sin tregua para que los hijos crezcamos, nos alimentemos, seamos educados, para luego suponer que estamos por encima de nuestros padres y podemos faltarles el respeto. Los seres humanos somos complejos, diversos, con los genes heredados, pero también con particularidades que definen nuestro carácter. Creo que una forma en la que los individuos podemos vencer temores, complejos, inconformidades, es observando nuestro entorno familiar e ir hacia atrás para encontrar las formas de vida de nuestros progenitores para entenderlos. Si lo anterior se logra, se comprenden las causas de su naturaleza. Comprender no es justificar. Es analizar orígenes, motivos, cultura y superar consecuencias que pueden ser limitantes, motivo de reproches y conductas erróneas. Estar satisfechos con nuestros orígenes sin repetir errores y tener más amplio el horizonte.
Ernesto explica con calidez los desafíos que se deben enfrentar para ser mejores, pero huye de los cartabones, de las entelequias, porque tiene la generosidad de apoyar sus argumentos con sus propias vivencias. “No sabes quien te está observando”, dice. Una buena actitud, un buen desempeño, puede significar un ascenso, una promoción, una nueva oportunidad; pero aquel que cumple su horario y se retira “está bien pero ahí se va a quedar”. Ernesto fue contundente: hay que tener un tiburón, alguien que nos enseñe, que haga movernos, evite la molicie y la irresponsabilidad. Lamentablemente hay quienes prefieren ser sardinas y mantenerse en cardumen para la red o el tiburón. He conocido inteligencias desperdiciadas por falta de disciplina, por las repetidas justificaciones para no cumplir. Sin disciplina no hay voluntad ni resultados. La fórmula compartida por Ernesto del 10 por ciento de talento y el 90 por ciento de trabajo, cuando es a la inversa, se convierte en el fracaso en busca de culpables.
Rodríguez Escalona no es un sentimental que busque conmover con argucias. A lo largo de su exposición su voz se mantuvo firme, sin quiebres. Pero pude advertir ojos acuosos entre los asistentes. Escuché decir a una actriz que “una buena actuación no es llorar en el escenario sino hacer que llore la audiencia”, trasmitiendo la encarnación de un papel. Pues eso hizo Ernesto: compartió con honda sinceridad cómo le ha sido la vida y lo que se puede aprender de ella “sin despedirnos de nadie que nos deje un vacío”. El cierre no pudo ser mejor: lo más importante es la familia.
No sigo más sobre su conferencia. Carlos Fuentes dio una magistral en Bogotá y cuando compartí la cena con él le pregunté cuando la iba a publicar. Respondió que no lo haría porque de hacerlo qué diría después. No me toca, pues, seguir con el contenido de la charla de Ernesto Rodríguez Escalona. Algunas personas que no fueron a escucharlo pensaron que se trataba de algo religioso. Parece que puede darse esa confusión; quizá convenga considerar el cambio del título. Sin embargo, la magia del zoom hizo posible que lo vieran y escucharan en otras partes. Mi cuñada Norma, que vive en Estados Unidos, llamó para felicitarnos. Repito a Ernesto mi agradecimiento por su profesionalismo y generosidad. Seguramente, se está abriendo escenarios para compartirnos sus buenas vibras, ajena a los libros de autoayuda y las charlas huecas de superación personal.
Diría Oscar Wilde: la importancia de compartir de Ernesto.