EL-SUR

Martes 07 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Es tiempo de escucharnos

Jesús Mendoza Zaragoza

Julio 11, 2022

Ya llevamos casi dos décadas de desgaste con el tema de la inseguridad y de la violencia en el país. ¿Acaso no estamos cansados de tanto dolor? Pues sentémonos a escucharnos. La escucha debiera ser una política pública orientada a provocar diálogos sociales y políticos por todas partes

Las condiciones de inseguridad y violencia que se van agravando en el país, nos obligan a poner medidas capaces de detener y revertir las múltiples violencias que progresivamente van deteriorando todo. En diversas regiones del estado de Guerrero y del país se están dando situaciones críticas de emergencia humanitaria. Tenemos que pensar en medidas de fondo y no de forma, medidas que sean proporcionales a la crisis que estamos enfrentando, medidas que sean estratégicas para generar cambios en todas partes, tanto en los gobiernos como en la sociedad.
Una de las cosas que no nos ha permitido avanzar para conseguir la seguridad y la paz es nuestra incapacidad para escucharnos. En algunos casos, pareciera una discapacidad. No sabemos escucharnos. Es más, ni queremos hacerlo y nos bloqueamos a los otros por mil razones. El resultado es que cada quien se fabrica su burbuja para vivir y para resolver sus problemas. Vivimos juntos pero desconectados, en el más crudo individualismo. Hemos perdido el sentido de la escucha y del diálogo porque no creemos en la necesidad de vincularnos para vivir y para caminar juntos. ¿Qué es lo que está detrás de esta actitud?
En primer lugar, hay una historia de recelos que mantiene abismos de desconfianza entre actores sociales y políticos. No confiamos en los vecinos ni en quienes son diferentes a nosotros. No confiamos en las instituciones ni en los gobiernos. No creemos en los políticos ni ellos creen en el potencial de la gente o de las comunidades. En segundo lugar, hay prejuicios por dondequiera. Prejuicios ideológicos o políticos, prejuicios religiosos o culturales. Las tendencias discriminatorias continúan en la sociedad y no permiten el reconocimiento de los sectores vulnerables.
La actitud de escucha implica el reconocimiento firme de los otros, de todos. Un reconocimiento de su dignidad y de su potencial. Un reconocimiento de sus experiencias y de sus capacidades. En este sentido ¡cuánto nos hace falta creer en los pueblos indígenas, en los campesinos y en todos los marginados! Sólo han servido para ser utilizados por las élites, ya sea económicas, políticas, religiosas o culturales para sus propios propósitos. Hace unas décadas escuchaba la letra de una canción que decía: “Cuando el pobre crea en el pobre, ya podremos cantar libertad. Cuando el pobre crea en el pobre, construiremos la fraternidad”. Si no creemos en la fuerza histórica de los pobres, significa que estamos muy lejos de la solución de los grandes problemas del país, de los cuales ellos han de ser protagonistas también.
El caso es que entre gobiernos y pueblos no existe la confianza necesaria, como condición para que nos valoremos recíprocamente. Por eso, cada quien hace su propio camino de manera paralela. Ni los gobiernos creen en el potencial de la sociedad y por eso no la escuchan, ni en la sociedad nos atrevemos a confiar en quienes nos gobiernan. En todos, en los gobiernos municipales, estatales y federal.
Para ir al fondo del clima de inseguridad y violencias, tenemos que remover desconfianzas y prejuicios con la finalidad de hacer procesos de escucha y de diálogo social y político. En este asunto se requiere audacia para plantear la posibilidad de la amistad social como una necesidad. Que los gobiernos escuchen a las oposiciones y éstas escuchen a los gobiernos; que los partidos se escuchen entre sí mismos; que los políticos escuchen a los ciudadanos de a pie; que las organizaciones sociales se escuchen entre sí mismas; que las iglesias y los empresarios escuchen el clamor de los pobres y de las víctimas de todas las violencias. Se necesita una nueva actitud en la que se reconozca y se aprecie la verdad de los demás para complementar nuestras propias verdades, en la que se busque entender las razones y las historias de quienes piensan diferente, en la que se muestre atención e interés por el mundo de los otros, en la que es más importante escuchar que hablar, escuchando más y hablando menos.
¿Será utópica esta actitud? Quienes así piensan viven desconectados de su propia humanidad porque sus intereses políticos, económicos, religiosos o ideológicos prevalecen. Si viven desconectados de su propia humanidad, no logran conectarse con la humanidad de los otros y sólo reproducen círculos viciosos alrededor de sí mismos o de sus referentes propios.
A la vida nacional le falta humanidad, capacidad de escucha social. Por no superar nuestras filiaciones de cualquier clase no podemos encontrarnos como personas, como seres humanos y continuamos nuestras dinámicas de polarización y de descalificación, cada quien imponiendo sus propios dogmas o versiones facciosas de la verdad.
Ya llevamos muchos años –casi dos décadas– de desgaste con el tema de la inseguridad y de la violencia en el país. ¿Acaso no estamos cansados de tanto dolor? Pues sentémonos a escucharnos. En este momento, la escucha debiera ser una política pública orientada a provocar diálogos sociales y políticos por todas partes. Necesitamos una catarsis nacional para que, de manera civilizada, saquemos tantas inconformidades y tantos enojos para irle bajando a las vísceras e irle subiendo a la razón y a la cordialidad.
Hasta en la política nos podemos ver como colaboradores, con una estrategia de paz para el presente y para el futuro. Tan bien que comenzamos con los foros de escucha por la pacificación y la reconciliación en México, allá por el año 2018. ¿No podríamos continuar con otra serie de foros?