EL-SUR

Sábado 27 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Esa sordera maldita

Jesús Mendoza Zaragoza

Enero 16, 2023

 

La violencia que, desde hace dos décadas, ha llegado para quedarse, ha puesto de manifiesto una gran sordera que nos condena a convivir con ese mal que no tiene fin a la vista. Paradójicamente nos hemos convertido en víctimas de nuestra propia sordera. No nos escuchamos, pues no hemos aprendido a hacerlo ni a sopesar las grandes ventajas de hacerlo. Nos hemos acostumbrado a la inercia de la sordera, que tiene en las espirales de violencia una de sus consecuencias más dolorosas.
Se trata de una sordera pluridireccional, en la que nadie escucha a nadie. Como si la capacidad de escucha hubiera sido cercenada y fuéramos incapaces de reconectarnos los unos con los otros. Nos hemos vueltos incapaces de mirar, de escuchar y de pensar en los demás, porque nuestra subjetividad cerrada nos impide hacerlo. Hay una especie de narcisismo cultural, social y político que hace muy difícil la empatía y el encuentro con los demás y con quienes sufren las espirales de las violencias. Esto sucede en toda la trama de la sociedad y de los gobiernos, desde arriba hasta abajo.
Se trata de una sordera intencional o, más bien, malintencionada debido a que nos ha resultado más cómoda la indiferencia y el menosprecio de las voces de los demás. Es una sordera culpable que nos hace cómplices de las violencias que padecemos, por el simple hecho del individualismo que prevalece y de la fragmentación social y política que padecemos. Esta sordera está en todas partes, en los gobiernos, en las empresas, en las universidades, en las escuelas, en las iglesias y en la misma sociedad civil.
Porque no nos escuchamos, cada quien camina por su lado y nadie tiene –por sí mismo– la capacidad de acciones eficaces y sostenibles orientadas para detener las violencias. Tenemos una sociedad civil muy fragmentada que no tiene la capacidad para generar vínculos ni para una estrategia de colaboración desde los ciudadanos y desde abajo para desactivar los factores de las violencias más cotidianas.
A lo largo y ancho del país tenemos muchos miles de víctimas que hacen llamados a la solidaridad y a prevenir otras violencias. Pero tenemos una sociedad sorda, que no entiende que lo que hagamos hoy por las víctimas redundará en un beneficio social al alcance de todos. El caso es que los gritos de las víctimas siguen sonando en el desierto, bloqueados por la sordera social. ¿Quiénes las acompañan en Guerrero? ¿Qué hacen las universidades y los empresarios por ellas? ¿Qué hacen las iglesias y las organizaciones civiles? Es cierto que hay segmentos poco significativos de la sociedad que algo hacen por ellas, pero la sordera social se impone.
Uno de los espacios de la sociedad en donde se acumulan violencias es la familia. Se trata de violencias poco visibles, pero muy dañinas. Están las violencias contra las mujeres y contra los niños, que causa inmenso dolor social. ¿Qué hacemos por mejorar las condiciones económicas, sociales y culturales que ayuden a disminuir sustancialmente el poder destructor de esas masculinidades que aplastan a quienes son frágiles al interior de las familias? La subcultura del machismo de esta sociedad patriarcal no se va a acotar por sí misma. Las tragedias que viven las familias que anidan violencias cada día se multiplican más.
Pero el mayor sordo de todos es el Estado. Un Estado que no ha escuchado en el pasado y que no logra escuchar aún hoy. El estado está diseñado no para escuchar, sino para gobernar al margen de nuestra aún deficiente democracia. Hay intentos de escucha y muchas simulaciones. Los foros de escucha para la paz y la reconciliación nacional promovidos por el actual gobierno en el segundo semestre del año 2018, se quedaron en un intento, pues se suspendieron cuando este gobierno tomó el poder. Hoy la paz y la reconciliación están aún muy lejos.
La polarización social y política que siguen en ascenso, no auguran un avance sustancial en cuanto a construcción de paz. No ha sido posible construir estrategias de paz habiendo escuchado a las comunidades, a la sociedad civil y a todos los ciudadanos. Ni los partidos políticos, ni los gobiernos municipales, ni los gobiernos estatales han tenido las capacidades institucionales para escuchar, de manera sistemática a campesinos, trabajadores, a mujeres, para construir políticas públicas capaces de incidir en procesos de paz con la participación de la sociedad. Por ejemplo, ¿cuáles políticas públicas se enfocan a la construcción de la paz en las familias? ¿cómo se fortalece a las familias para que se desarrollen como espacios de paz?
Por otra parte, la educación pública aún no se ha convertido en el principal factor para la construcción de la paz, con la participación del magisterio, de los padres de familia y de los mismos alumnos, para que juntos, sean sujetos de los procesos de paz que son tan necesarios en todo el país. Muchos esperábamos que la educación para la paz se convirtiera en la principal herramienta que transformara las conciencias, las mentalidades y las relaciones, con el fin de lograr una ciudadanía responsable y participativa. En su lugar se ha militarizado como si las armas fueran el primer factor para la paz que necesitamos. No nos sentimos escuchados con estas decisiones que se toman para favorecer más a los gobiernos y menos a la paz social. Y, por otra parte, se ha marginado a la sociedad civil metiendo a todas las organizaciones y a las instituciones en el mismo costal de los corruptos. Hay que reconocer que muchas organizaciones vivían de los fondos públicos y se desarrollaban mediante mecanismos de corrupción. Pero no todas lo eran.
La escucha tendría que ser una política pública fundamental entre el Estado y los ciudadanos como entre las instituciones del Estado. Escuchándonos podemos augurar que todos podamos alinearnos, de manera libre y voluntaria, en un mismo sentido. La escucha tendría que contar con un soporte jurídico y con los mecanismos necesarios para que pueda ser fructífera. Ya tendríamos que ver a policías escuchando y dialogando con ciudadanos, a municipios escuchando y dialogando con las comunidades, al magisterio escuchando a los padres de familia y a los niños y jóvenes. Así se suele hacer en muchas comunidades indígenas y campesinas, en las que la escucha de las asambleas va antes de la toma de decisiones, como un ejercicio democrático participativo.
Escuchar es una forma de amor, acogiendo los pensamientos y los sentimientos de quienes nos interpelan o hablan y genera relaciones de solidaridad y de servicio. Sobre todo, la escucha cordial, la escucha que vincula los corazones de quienes participan. Y la paz viene a ser el resultado de esas relaciones cordiales que se desarrollan para pensar en los demás y tomarlos en cuenta en nuestras decisiones. La escucha puede tener una vertiente social y política cuando se busca el bien común con un gran potencial para la construcción de la paz.