EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Especulaciones sobre el otro

Federico Vite

Julio 18, 2017

El escritor sueco de ficción policial Henning Mankell, narrador que fue traducido a más de 40 idiomas, publicó la novela Vindens son, en el año 2000, en la editorial Norstedts Förlag, de Suecia. Ese volumen poseía 360 páginas. Diez años después, ese libro se tradujo al inglés como Daniel. El documento fue publicado por la editorial londinense Harvill Secker; el número de páginas, de 337. La traducción estuvo a cargo de Steven T. Murray. En castellano, este libro se titula El hijo del viento. Tusquets cobija esa historia, en 2009, y la versión es de 351 páginas. La traducción es obra de Carmen Montes Cano y justamente Montes toma como referencia Vindens son. Tanto la versión de Montes como la de T. Murray enfatizan (noto variantes en los acabados de las frases, abusos en los coloquialismos; es un esfuerzo titánico meter una narración del sueco al castellano, una narración del sueco al inglés, dos camisas de fuerza) el comportamiento atolondrado y a veces despótico que define el contorno de un hombre llamado Hans Bengler. Un joven que abandonó a su padre enfermo (también huyó de la profesión de médico, pues simplemente caía desmayado en cuanto veía sangre), y que pasó por la vida como alguien de bajo perfil, con buenas intenciones pero malas resoluciones.
El libro es provocativo en un aspecto, en poner el dedo en la fístula y mostrar que hay personas predispuestas al homicidio, al comportamiento salvaje. Cobija la tesis de que existen organismos proclives al daño. Mankell se aleja de su especialidad, la novela policial, y amplía el rango de su prosa, prescinde de la usual construcción de sus novelas; no apuesta por revelar misterios sino por radiografiar las travesías geográficas del alma.
En 1874 el sueco Hans Bengler abandona los estudios de medicina, decide irse a África con la intención de iniciar una carrera de entomólogo. Anhela descubrir nuevos insectos, con ellos obtendría fama y prestigio. Después de un penoso viaje por el desierto Kalahari, una vital experiencia al límite, el sueco llega milagrosamente a una estación de comercio, donde lo acoge otro sueco (primera “coincidencia”) llamado Wilhelm Andersson, quien se dedica ignominiosamente a la caza de elefantes. Andersson recoge a un niño negro que sobrevive a una masacre. El niño pasa la noche con los dos suecos e impulsivamente Bengler, una vez que ha encontrado ignotos escarabajos e insectos, decide regresar a Suecia con el niño, a quien bautiza como Daniel.
Bengler choca contra las primeras dificultades de su decisión. Los civilizados tratan al niño como un salvaje, lo creen una variante de un simio, un demonio. La advertencia que hace Bengler a Daniel es la siguiente: “Serás objeto de curiosidad, de desconfianza y, por desgracia, también de malevolencia. La gente teme a lo diferente. Y tú eres diferente”. La versión en inglés, a diferencia de la hecha por Montes, adopta un tono parco que escasamente varía el registro. Es decir, la prosa imita el ritmo de una caminata a buen trote, una zancada marcial que transmite la historia que se acerca a la ficción noir. Se acerca y abruptamente se aleja de ese enfoque violento. Dicho de otra manera, el traductor adecua la voz del narrador, la uniforma para agrandar la expresividad del libro. Eso no ocurre en la versión de Montes, probablemente por la fidelidad de la traductora.
Volviendo al asunto, Hans Bengler desaparece de la vida de Daniel. Huye tras atacar a una reportera que cuestiona la presencia del niño negro en Suecia y Daniel se queda en una región gélida del mundo, cuidado por familiares de Bengler. El chico añora su desierto. Intenta escapar del frío y la novela nuevamente afloja la marcha (la segunda “coincidencia” es que Daniel pretende huir vía marina, acompañado de una niña que fue violada por su padrastro; al inicio del periplo muere el capitán de la nave y el yate del rey de Suecia rescata a esos náufragos cuando intentan arrojar el cadáver del capitán al mar).
Las partes sobresalientes de la novela son las presentaciones en público de Daniel, pues Bengler, en completa ruina, opta por mostrar al chico como parte de un espectáculo científico; de paso, exhibe sus  insectos y charla sobre las inclemencias de África. El plan fracasa porque Daniel boicotea, sin desearlo, el show.
El negro habla sueco, se expresa bien; trata de aprender a caminar sobre el agua, para regresar andando a su tierra, y constantemente sueña con sus familiares, lo llaman. El universo interno de Daniel es poderoso, pero el autor se regodea en la construcción de una iconografía salvaje, no la utiliza de la mejor manera, la explota elementalmente. Quizá el problema radica en que los impactos culturales del continente negro sólo sirven para enfatizar lo aparentemente civilizado de Suecia, aunque en lo que acierta el autor es en marcar las hondas raíces del racismo en el primer mundo.
Si usted vive en Guerrero, esta novela no va a sorprenderle. Basta con abrir las páginas de este diario para saber que la realidad en esta parte del mundo es horripilante, sucia y ominosa.
Este libro de Mankell es una desalentadora examinación de lo que se percibe como humanismo mal aconsejado. Los críticos literarios afirman que Daniel aborda la pérdida de la inocencia, que indaga violentamente la sique humana, pero temo que están equivocados. Bueno, ellos también hacen publicidad. Esa novela sólo es una especulación racional, no una exposición estética definida, del mal. Insisto: si usted habita Guerrero, esto puede hacerle pensar que vive en una zona de guerra y que los gobiernos (federal, estatal y municipal)  juegan a no ver lo evidente. Como bien decía el bardo Juan Gabriel: lo que se ve no se juzga. Ninguno de esos poderes reconoce que esta parte de México está siendo exterminada. Si alguien famoso escribe y publica una novela sobre este Guerrero, el de verdad, quizá nos hagan caso. Que tengan un coqueto martes.